Convencido de que el PSOE es
una unidad de destino en lo universal, que no puede abdicar del socialismo
izquierdista y anticapitalista del siglo XIX; imbuido de la idea modernista
(principios del siglo XX) de que España solo tiene futuro como república popular,
laica, multinacional, desmilitarizada y obrera; y sintiéndose el líder
providencial que está llamado a limpiar el partido de traidores, mencheviques,
jacobinos y burgueses agazapados, el gran Pedro Sánchez, de triste y aciaga
memoria, acaba de asumir el reto de culminar la revolución pendiente.
Con el «Grito de Dos
Hermanas» -eco melancólico del Grito de Yara-, cuyo resumen ideológico es:
«Será un honor liderar vuestro proyecto colectivo», Pedro Sánchez le traspasó a
la militancia la iniciativa y las responsabilidades de su audaz regreso, para abocar
al PSOE a un delirio populista y cortoplacista en el que todos los intereses
del partido y de España, y el futuro del partido, quedan supeditados al
romanticismo militante, a darle gusto a una parroquia desencantada e indignada,
y a impedir -¡como sea!- el Gobierno de Rajoy.
Yo comprendo este regreso
vengativo y enrabietado. Porque, cuando uno se da a conocer empecinándose en el
error, acaba confundiendo la dignidad con la contumacia, y prefiere ser
despedazado por estupidez antes que ser salvado por las dulces caricias de la
rectificación. También es cierto que si yo fuese amigo de Pedro, le aconsejaría
que buscase trabajo, abandonase la política durante una década, y se hiciese un
hombre de provecho. Pero todas estas reflexiones ya son inútiles, porque Pedro
se ha convertido en un héroe de tragedia cuya desmesura generó su fatalidad:
«Aquel a quien los dioses quieren destruir, primero lo vuelven loco».El daño ya
está hecho. Y todas las ansias de un congreso catártico, que diese al PSOE
unidad y liderazgo, ya están muertas.
Y no solo porque el enfrentamiento entre
el currículo de López y el «no es no» de Pedro Sánchez aboca a los militantes a
una fragmentación estéril, sino porque Susana Díaz ya no puede ser aclamada ni
tiene clara su victoria, y porque, en el supuesto de que un puñado de votos le
permitiesen cubrir el expediente, ya no es posible crear el «partido ganador»
-unificado en un fuerte liderazgo y ansioso de recuperar el modelo político y
de Estado nacido de la transición- en el que la presidenta andaluza está
resumiendo todo su programa, toda su ideología, y toda su enferruxada ilusión.
Pedro
Sánchez solo puede hundirse, más aún, en el pozo de su ofuscación. Pero no
tengo ninguna duda de que los militantes aún le pueden dar el poder que
necesita para destruir al PSOE, llevar al límite la crisis política de España y
salvar a Podemos de las arenas movedizas. Porque ese es, me temo, el destino
del antihéroe que inició hace tres días su revolución pendiente.
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