Suspendida cautelarmente la autonomía de Cataluña.

La presidenta del Parlamento de Cataluña, Carme Forcadell, será responsable directa de posibles incumplimientos de las resoluciones judiciales sobre la declaración independentista que se aprobaron el  lunes en el Parlamento catalán.  Aunque la suspensión cautelar puede afectar a todos los parlamentarios que incidieron con su voto favorable un acto delictivo.
Si bien hace hace diez días solo había una declaración de desconexión redactada y hoy esta declaración está aprobada por el Parlamento. Se cumplió el programa previsto, votaron sí los que iban a votar sí, votaron no los que iban a votar no y Rajoy hizo la declaración institucional que tenía preparada. Ninguna sorpresa, como tampoco lo habrá a partir de ahora: Consejo de Estado, Consejo de Ministros, recurso al Constitucional, suspensión automática de la resolución, desobediencia institucional, más recursos, más desobediencias, sanciones, protestas en la calle y así durante el tiempo que el independentismo disponga.

Lo que inquieta es otra cosa: el tono de las palabras. El independentismo que se escuchó ayer no tiene ningún reparo en sus expresiones. Da por deslegitimado al Tribunal Constitucional. Está convencido de que inicia la construcción del Estado catalán. Proclama su «insubordinación democrática». Habla con desparpajo de república catalana. Y se aplauden a sí mismos con el fervor del soldado que acaba de conquistar una loma, sin importarle nada las víctimas que deja. «Palabras épicas», dijo el diputado Coscubiela. Y tampoco ha sido menos épico el presidente al cumplir con la otra parte del guión: «Cataluña no se desconectará de nada».

Más allá de las palabras, la crisis constitucional está servida. El desgarro se sigue produciendo con intensidad cada día mayor. Cuanto más agresivo y rotundo es el lenguaje nacionalista, más agresiva es la respuesta de los representantes del Estado. Desde los sucesos de 1934 nunca la unidad española había sido tan amenazada. Hemos pasado momentos peores, entre ellos nada menos que una guerra civil, pero nunca hubo un desafío tan intenso ni dramático en período de paz. Ahora vamos a asistir a un fenomenal combate también anunciado: el que enfrenta el imperio de la ley y el de una voluntad popular manipulada. Esa es la confrontación, con un agravante: el vacío de poder ejecutivo en Cataluña, con un presidente Mas al que todo el mundo considera provisional y, encima, no deseado.


Rajoy viene utilizando dos conceptos para hacer frente al desafío: proporcionalidad y prudencia. Seguramente los mantendrá, pero sigue siendo inevitable que añada alguna reflexión sobre el mañana: desde la ley se puede frenar esta locura, pero solo se puede frenar. El independentismo no va a renunciar y ha dejado la semilla de la utopía en boca de Romeva: no hay otra opción y la independencia se conseguirá ahora o la conseguirán otros, pero seguirán luchando por ella. ¿Cómo? Con el pueblo detrás. Eso es lo que le falta de forma clara, indiscutible, al Estado español.

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