A Mas le hubiera
gustado saber cuántas veces se desdijo el zar de haber firmado el reclutamiento
para LA 1ª GUERRA MUNDIAL.
Somos sonámbulos en un
mundo en el que se dirimen cosas extraordinarias de cuyas consecuencias no
tenemos la culpa, aunque se hayan hecho en nuestro nombre.
Hay quienes tienen la
pluma y el papel, y el poder de usar ambos elementos tan nobles para poner a
los demás en el trance de dirimir el futuro sobre el barro de sus ocurrencias.
Eso pasa desde que el
mundo es mundo, como decían las madres. Lo que ocurre es que no nos acordamos
de santa Bárbara sino cuando truena. Ahora, por ejemplo, truena, y de nuevo
suenan clarines de asombro que convocan palabras gruesas ante las que nos
parapetamos como si cayeran bombas. Esto de las bombas es fácil de decir y
difícil de tragar: hace nada vi en la web de este periódico a una joven
independentista catalana señalar que a lo largo de la historia cayeron bombas,
no dijo dónde, pero uno se imagina dónde caían, porque en efecto cayeron, y
dijo también, ay, que esas bombas siguen cayendo. Como metáfora me pareció muy
fuerte, pero como todo se puede decir en honor del presente memorial de
agravios, pues uno se traga la palabra y se pasa al otro lado de las webs.
De todo lo que ocurre,
algo ha llamado la atención en los tiempos más próximos: la escenografía, el
tempo, conseguido por el presidente Artur Mas para firmar su convocatori. En el
decreto había un subtexto que todo el mundo conocía, pero la hipocresía
nacional (la de la nación catalana y la de la nación española) decidió decir lo
que no era: que se estaban convocando, sin más, unas elecciones autonómicas.
Vivimos con papeles de mentira, y somos capaces de tragarnos eso igual que nos
tragamos que caen bombas donde hace rato que no se ve ni una, aunque ahora
cualquier cosa, como diría Evelyn Waugh, es una noticia bomba.
De aquella escenografía
llamaron la atención también la solemnidad, el gallardo porte del hombre ante
el papel, el estilo de la pluma, que alguien habrá guardado como imborrable
recuerdo; la mirada fija en un horizonte al que parte el individuo vestido de
Moisés. Está en su derecho, pero uno está en su derecho también de pensar que
quizá tendría que haber escuchado esa melodía tan bella de Pablo Milanés:
“Muchas veces te dije que antes de hacerlo había que pensarlo muy bien”. O
habría tenido que leer un libro escalofriante, Sonámbulos, en el que
Christopher Clark cuenta cómo fue Europa a la guerra del 14. Para muestra, a
Mas le hubiera gustado saber cuántas veces se desdijo el zar de haber firmado
el reclutamiento para la guerra. El hombre estaba indeciso, y sus ministros
decidieron aislarlo para que no se arrepintiera más.
Luego se supo que fue
un primo suyo, el emperador alemán, el que le había susurrado que antes de
hacerlo había que pensarlo mejor. Pero ahora Mas no estará ni para estas
lecturas ni para esas músicas; tiene la mirada allí donde tiene la frente, y no
se aparta ni para oír, cómo va a tener tiempo para leer.
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