El socialismo ha muerto. Los socialistas han perdido y siguen perdiendo a
gran número de sus votantes porque han dejado de ser socialistas. ¡Qué gran
verdad y qué gran tragedia no solo para el PSOE, sino para los españoles en
general, huérfanos de un Gobierno que vele por el bienestar integral (material,
psicológico, cultural, etc.), ayunos de ilusión por alcanzar metas solidarias
de derechos y libertades compartidas!
Un buen socialista ha de ser progresista y coherente con las ideas de
defensa de libertad e igualdad, de solidaridad planetaria. Ha de cultivarse y
cultivar, de mejorarse y mejorar, desechando todo lo que la razón y la
sensibilidad humana prohíben. Su tarea no consiste en prometer a la gente lo
que la gente quiere oír, sino en despertar a la ciudadanía para que se proponga
metas éticamente recomendables.
Ha de tener corazón y cabeza para mostrar empatía respecto a todo los
seres vivos que sufren, para desechar los dogmas, para ilustrarse e ilustrar.
Ha de ser tolerante, pero no pragmático indiferente, compasivo con los
menesterosos y remediador de la pobreza moral de los que ejercen el poder
despóticamente. No perseguirá a los dogmáticos, sino que los aventajará en los
debates.
Obedecerá todas las leyes consensuadas y, en caso de discrepancia, luchará
con energía por mejorarlas. Buscará estar a bien con su conciencia, por encima
de la persecución de estatus o una posición honrosa.
Por supuesto que parece muy difícil ser un buen hedonista, pero, como dijo
John Stuart Mill, la empatía y la preocupación por los otros, son, si duda, la
experiencia más gratificante para un ser humano, así como el desarrollo
personal. El buen socialista beberá en las fuentes de la historia, la
literatura, la filosofía, las ciencias sociales y todas las demás ciencias, con
objeto de convertirse en un guía y un faro que alumbre esa felicidad moral, tan
desconocida y ausente, aun a riesgo de perder las elecciones puntuales. Sembrará,
sembrará y sembrará, de modo que los sueños de belleza moral que dormitan en
cada ser humano despierten. Y se sentirá satisfecho de obrar como Sócrates
hizo, ayudando a parir ideas que apunten a la propia dignidad de cada uno, aun
a riesgo de perecer real o metafóricamente.
El buen socialista se sentirá contento de haber colaborado apasionadamente
a que la felicidad incluya la justicia; y la justicia, la felicidad. El buen
socialista no se molestará si lo tildan de ingenuo e inocente, porque sabe que la
ingenuidad y la inocencia no están exentas de pericia para conquistar lo más
profundamente humano y, de este modo, mejorar el mundo.
El socialismo ha muerto. Los socialistas han perdido y siguen perdiendo a
gran número de sus votantes porque han dejado de ser socialistas. ¡Qué gran
verdad y qué gran tragedia no solo para el PSOE, sino para los españoles en
general, huérfanos de un Gobierno que vele por el bienestar integral (material,
psicológico, cultural, etc.), ayunos de ilusión por alcanzar metas solidarias
de derechos y libertades compartidas!
Un buen socialista ha de ser progresista y coherente con las ideas de
defensa de libertad e igualdad, de solidaridad planetaria. Ha de cultivarse y
cultivar, de mejorarse y mejorar, desechando todo lo que la razón y la
sensibilidad humana prohíben. Su tarea no consiste en prometer a la gente lo
que la gente quiere oír, sino en despertar a la ciudadanía para que se proponga
metas éticamente recomendables.
Ha de tener corazón y cabeza para mostrar empatía respecto a todo los
seres vivos que sufren, para desechar los dogmas, para ilustrarse e ilustrar.
Ha de ser tolerante, pero no pragmático indiferente, compasivo con los
menesterosos y remediador de la pobreza moral de los que ejercen el poder
despóticamente. No perseguirá a los dogmáticos, sino que los aventajará en los
debates.
Obedecerá todas las leyes consensuadas y, en caso de discrepancia, luchará
con energía por mejorarlas. Buscará estar a bien con su conciencia, por encima
de la persecución de estatus o una posición honrosa.
Por supuesto que parece muy difícil ser un buen hedonista, pero, como dijo
John Stuart Mill, la empatía y la preocupación por los otros, son, si duda, la
experiencia más gratificante para un ser humano, así como el desarrollo
personal. El buen socialista beberá en las fuentes de la historia, la
literatura, la filosofía, las ciencias sociales y todas las demás ciencias, con
objeto de convertirse en un guía y un faro que alumbre esa felicidad moral, tan
desconocida y ausente, aun a riesgo de perder las elecciones puntuales. Sembrará,
sembrará y sembrará, de modo que los sueños de belleza moral que dormitan en
cada ser humano despierten. Y se sentirá satisfecho de obrar como Sócrates
hizo, ayudando a parir ideas que apunten a la propia dignidad de cada uno, aun
a riesgo de perecer real o metafóricamente.
El buen socialista se sentirá contento de haber colaborado apasionadamente
a que la felicidad incluya la justicia; y la justicia, la felicidad. El buen
socialista no se molestará si lo tildan de ingenuo e inocente, porque sabe que la
ingenuidad y la inocencia no están exentas de pericia para conquistar lo más
profundamente humano y, de este modo, mejorar el mundo.
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