José Ramón
Montero, catedrático de Ciencia Política, para Blog de Juan Pardo
Es probable que el sistema electoral impida que se
traduzcan en escaños parte de los votos que IU o Ciudadanos logren fuera de las
circunscripciones principales. También puede afectar al partido de Pablo
Iglesias
Un politólogo estadounidense comparó
hace años el sistema electoral con el villano en la leyenda de Robin Hood que
entregaba a los ricos lo que robaba a los pobres. De modo similar, señalaba,
los sistemas electorales ayudan a que los partidos grandes obtengan más escaños
que su parte proporcional de votos a costa precisamente de los partidos
pequeños, que reciben menos escaños por sus votos. Todos los sistemas
electorales se ajustan a esta lógica, bien que algunos roben más que otros.
Los sistemas electorales contienen las
reglas que establecen cómo se cuentan los votos y cómo se transforman en
escaños. En el análisis de los cambios que se vaticinan en el tablero político
y partidista español se olvidan sistemáticamente esas reglas de juego. Y en
España son tan decisivas como poco neutrales. Las numerosas encuestas
aparecidas en los últimos meses apuntan la posibilidad de que Podemos se
convierta en el partido más votado en las próximas elecciones generales y que
los votos de los españoles dejen de concentrarse en dos partidos principales
para hacerlo en tres o más. Aunque el presidente de Metroscopia, José Juan
Toharia, advertía que la traducción de
las estimaciones de voto en escaños no deben realizarse con encuestas de
muestras reducidas, muchos comentaristas están anunciando que Podemos se hará
con el mayor número de diputados en un Congreso muy fragmentado y que Pablo
Iglesias podría ser el futuro presidente del Gobierno. Creemos que ambas
predicciones deben matizarse, puesto que asumen erróneamente que los votos se
convierten automática y pacíficamente en escaños. Nada más lejos de la realidad
El sistema electoral del Congreso de los
Diputados, adoptado en 1977 y refrendado en varias ocasiones, algunas muy
recientes, tiene dos sesgos cuyos efectos refuerzan el statu quo. El primero de ellos es conocido como
el sesgo mayoritario, y consiste en la sobrerrepresentación de los dos principales
partidos a costa de los pequeños. Se genera como consecuencia de que la mayoría
de las circunscripciones españolas elige muy pocos diputados (y no desde luego
por el efecto de una por lo demás inexistente ley D’Hondt). En las elecciones
de 2011, por ejemplo, más de la mitad (27 de 52) contaba con cinco o menos
escaños. Por lo general, sólo dos partidos, el PP y el PSOE, han acaparado
todos sus diputados, de modo que los votos a los demás partidos resultan
perdidos o malgastados. La asignación de escaños es un juego de suma cero: si
algún partido gana alguno es porque otros lo pierden. En Guadalajara, por
ejemplo, el PP consiguió el 54% de los votos y dos de los tres escaños (el
67%), esto es, una sobrerrepresentación de casi 13 puntos; y el PSOE sumó el
27,7% de los votos y un escaño (el 33%), es decir, una sobrerrepresentación de
5 puntos. El resto de los votos a candidaturas, alrededor del 18%, quedó sin
representación parlamentaria.
El segundo sesgo suele ser calificado
como conservador, y tiene que ver con la desviación sistemática del prorrateo
(o asignación de escaños a los distritos sobre criterios de población) a favor
de los distritos en mayor medida rurales, o menos urbanos, y, sobre todo, con
la acusada variabilidad en el número de escaños que se disputan en las
circunscripciones. En las elecciones al Congreso hay distritos muy grandes,
como Madrid o Barcelona, en los que la conversión de los votos en escaños es
proporcional: en ellos, el ganador puede obtener una cierta
sobrerrepresentación, pero es reducida. Por ejemplo, en Barcelona el PSC-PSOE
fue el primer partido en 2011, con el 27,8% de los votos, y consiguió 10 de los
31 diputados en juego (el 32%), una sobrerrepresentación de 4 puntos. Sólo el
7% de los votos quedó sin representación. En cambio, los partidos (normalmente
los conservadores) que cosechan mejores resultados en las zonas más rurales,
esto es, en las circunscripciones más pequeñas, tienen una sobrerrepresentación
mucho mayor que la de los partidos (por lo general, de izquierda) en las
grandes ciudades, que son también las mayores circunscripciones.
Cuando se tienen en cuenta estos sesgos
mayoritarios y conservadores, las predicciones sobre la victoria parlamentaria
de Podemos y su presencia en el Gobierno resultan más inciertas. Es
indiscutible que el Congreso que salga de las próximas elecciones estará más
fragmentado que el actual, pero menos de lo que muchos anuncian. El sesgo
mayoritario del sistema electoral dejará sin representación en el Congreso a
buena parte de los votos que IU o Ciudadanos consigan fuera de Madrid,
Barcelona o Valencia. Y es probable también que Podemos, que según encuestas
recientes parece estar por delante del PP y del PSOE en intención de voto,
quede por detrás en términos de escaños como consecuencia del sesgo
conservador. Podemos es un partido cuyo apoyo electoral es por el momento mucho
mayor en las urbes que en los pueblos, es decir, en las circunscripciones
grandes que en las pequeñas. Dos datos avalan esta afirmación. Por un lado, los
círculos y simpatizantes de Podemos se concentran en grandes municipios como
Madrid, Barcelona, Valencia y Sevilla, en este orden, mientras que en Almería, Soria,
Palencia, Teruel o Cuenca su implantación es escasa. Aunque la población de la
provincia (y Comunidad) de Madrid es 68 veces mayor que la de Soria, el número
de simpatizantes de Podemos en Madrid es 123 veces mayor que en Soria. Por otro
lado, según el Barómetro de Octubre del CIS, Podemos consigue resultados mucho
peores en los 27 distritos más pequeños, que cuentan con cinco o menos escaños,
en los que le votaría alrededor del 13% de los ciudadanos, que en los más
grandes, en Madrid y Barcelona, en los que obtendría el 22% de los votos. Las
expectativas para el PSOE y, sobre todo, el PP son las opuestas: en los
distritos pequeños, el PP conseguiría el 20% de los apoyos electorales,
mientras que en Madrid y Barcelona no pasaría del 9%.
En definitiva, el diablo también se
encuentra en los detalles de las encuestas. Dados los fuertes sesgos del sistema
electoral español y su importancia capital en las próximas elecciones, la
fragmentación del sistema de partidos y la formación de Gobiernos no sólo
dependen de las expectativas de voto a los partidos. La información sobre la
distribución territorial de sus apoyos electorales es, más que nunca,
imprescindible para cuantificar los cambios en nuestro sistema de partidos. Si
efectivamente Podemos ganara en las circunscripciones más grandes, su
sobrerrepresentación en términos de escaños será limitada. Pero si se
confirmara que en los distritos pequeños obtiene alrededor del 10%-15% de los
votos, su castigo será considerable. Es difícil que en estos distritos consiga
algún escaño, de modo que acumularía una gran cantidad de votos perdidos. Y
ello facilitaría a su vez una considerable sobrerrepresentación de los
principales partidos, sobre todo del PP, e incrementaría la posibilidad de que
en las próximas elecciones generales un partido con más votos que otro consiga,
sin embargo, menos escaños, como sucedió en las elecciones catalanas de 2003.
Aunque bien conocidos, los sesgos del
sistema electoral español suelen olvidarse por muchos observadores, que quizás
los ignoran, y aparentemente por los propios dirigentes partidistas, que por
supuesto son conscientes de ellos. Conviene, pues, tenerlos en cuenta para
evitar el habitual recurso poselectoral a las pataletas e incluso las agrias
descalificaciones que escenifican los malos perdedores.
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