Isidoro Álvarez, El Corte Inglés; El Corte Inglés, Isidoro Álvarez. Talento y discreto hasta la sepultura.
Casualmente, por
Ley de vida con tres días de diferencia y a la misma edad han muerto dos
empresarios de estirpe comercial y talento mundano.
Uno se
internacionalizó y otro se arraigó en su patria. Dicen que nadie es profeta en
su tierra, ahí está su legado.
Para mí que cada
español –incluyo políticos- hubiese
cubierto la dirección de sus empresas a
su antojo y manera. Pero hasta en esa faceta fueron sigilosos.
Si bien el
banquero se precipitó al capitalizar todas sus empresas desde la bolsa, el otro
optó por capitalizarse con dinero de sus propios proveedores y caja diaria. El
accionariado de El Corte Inglés es: Fundación Ramón Areces e Isidoro Álvarez
poseen más del 50% de las acciones. El resto se distribuye entre familiares de
los fundadores, la propia empresa y directivos de la compañía. ¿Se verá obligado El Corte Inglés a salir a
Bolsa? A Isidoro Álvarez, dicha posibilidad nunca le hizo ninguna gracia. Pero
unos cuantos accionistas disidentes le estaban haciendo la vida imposible. El
fundador no tenía ningún descendiente directo, por lo que el 30% de la empresa
está en manos de los miembros de la tercera y cuarta generación familiar.
Algunos de ellos quieren vender para poder "mandar a sus hijos a colegios
privados". Pero mucho me temo que desde que fichó a Pizarro hayan dejado
los cabos bien atados, o sea, valor nominal de las acciones poco más de 4.000
millones a repartir un 30% del 8% de dicho valor y, además, con poder de retracto.
Las acciones seguirán en su sitio, donde
están. El Corte Inglés genera mucha caja diaria –La 1ª de España- por tanto, no
necesita socios capitalistas. Astuto, Isidoro, “El Corte Inglés es dueño de si
mismo”
Cuentan que,
cuando más duro golpeaba la crisis en las ventas, hace de eso unos dos años,
Isidoro Álvarez salió a comprobar “in
situ” de primera mano por qué la crisis no se cebaba de la misma manera con el
rival y al regreso, dijo: “todo es humo”.
Isidoro Álvarez, además
de muchas otras cosas, era discreto. Tanto, que su vida personal ha pasado
inadvertida para casi todos. No como su obra, a la que logró colar en todos los
hogares españoles. No le gustaba verse en los medios de comunicación, así que
no concedía entrevistas. Dosificaba casi con tacañería sus apariciones
públicas. La única segura, la del último domingo de agosto, fecha de la junta
de accionistas de su compañía. Entonces sí, posaba para la prensa. A las
puertas de la Fundación Ramón Areces. De pie. Siempre con el semblante serio. Y
el traje oscuro. Ya no se repetirá.
Decía debérselo
todo a su antecesor, su tío Ramón Areces, empezando por el espíritu de lucha y
trabajo. De su mano llegó a la empresa cuando apenas contaba 18 años y de sus
manos recibió las riendas en agosto de 1989. Sesenta años le dedicó a la compañía,
25 de ellos como presidente. Empezó desde abajo, para llegar a lo más alto. Y
desde allí creó un gigante con alma de comercio familiar. Convirtiendo la
pequeña empresa de su juventud, aquella que comenzó como una diminuta sastrería
en el centro de Madrid, en todo un referente entre los grandes almacenes. Tanto
la hizo crecer, que hoy sus números asombran: 93.300 empleados pese a los
ajustes por la crisis, 14.300 millones de euros de facturación anual y más de
700 tiendas de todo tipo en distintos segmentos.
Como tantos otros
en aquella España de la guerra y la posguerra, Isidoro Álvarez conoció las
estrecheces. Nacido en la pequeña aldea de Borones (Asturias), en 1935, dedicó
buena parte de su infancia a ayudar en las tareas del rural. Y dicen que el
instinto comercial se le despertó en alguna de aquellas ocasiones en las que su
padre, Dimas, lo llevaba con él al mercado para vender lo que cosechaban en
casa y aliviar las penurias.
La pérdida de su
padre, arrollado por un ferrocarril, supuso un duro golpe para una familia
campesina que completaba sus ingresos con el trabajo de Dimas como vigilante
nocturno en la Fábrica de Armas de Trubia y con la ayuda económica que recibían
desde Cuba de su tío-abuelo, el empresario y financiero César Rodríguez.
Por entonces, su
tío Ramón ya tenía la sastrería en Madrid. Y, como el negocio iba bastante
bien, en 1953, el joven Isidoro se marcha a Madrid. Se matricula en la Facultad
de Económicas de la Universidad Complutense. Estudia y arrima el hombro en el
negocio familiar.
En la aldea donde
nació, conservaba el empresario la casa familiar, a la que se trasladaba en
algunas ocasiones para descansar. Hay allí 16 vecinos empadronados, testigos de
la discreción de Álvarez. Se fue muy joven, pero mantuvo siempre unos vínculos
estrechos con su tierra natal. «Mis sentimientos son árboles que crecen sobre
las raíces que se hunden en esta tierra. Son los sentimientos de todos los
asturianos que un día abandonaron su hogar y se dispersaron por todos los rincones
del mundo», dijo una vez DEP, el bueno de Isidoro Álvarez.
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