Afortunadamente, solo quedan tres días de caravana
electoral. Digo, afortunadamente, porque todo lo que gira en torno a las
campañas electorales es una farsa total en la que se trata a los ciudadanos
como si fueran menores de edad en medio de un gigantesco e inútil derroche de
fondos públicos y privados. Todo el mundo sabe perfectamente, aunque nadie lo
dice, que el rosario de mítines que se suceden durante quince días por toda
España no sirve para absolutamente nada. Ninguno de estos miles de actos que teóricamente
se celebran para que el ciudadano se informe de las propuestas de cada partido
y decida a quién votar, sirve en realidad para captar un solo voto, por el
hecho evidente de que todos aquellos que acuden a un mitin de un determinado
partido tienen ya más que decidido que van a votar a esa fuerza política. De
hecho, la inmensa mayoría de los que asisten a esos eventos para agitar
banderas y aplaudir a los candidatos cuando se les indica, lo hacen a través de
medios de transporte pagados por los propios partidos y por sus organizaciones
autonómicas, provinciales o locales. Cada día sabemos menos de las fuentes de
financiación, solo que Bárcenas sigue en la cárcel y Blesa destruyendo pruebas
incriminatorias del caso Bankia.
¿Debates? En el cara a cara de TVE1 a duras penas se
habló de programa o de Europa. Arias Coñete representaba al Gobierno y
Valenciano a la o”posición”. O sea, igual de lo mismo. Los debates entre
candidatos, teóricamente con los mismos fines que los mítines, tampoco son
tales. Se trata más bien de un aburrido espectáculo con tiempos tasados y
respuestas y argumentos precocinados, sin el más mínimo contraste de ideas o
diálogo entre los contendientes. Y, aún así, hay quien es capaz de meter la
pata, como acabamos de ver. La llamada caravana electoral, en la que
supuestamente los medios de comunicación conviven con el candidato en su
periplo de mítines, es otro sinsentido en el que se dilapidan recursos sin
cuento. Los partidos se dedican a pastorear por toda España y a tratar de
intoxicar a unos periodistas que en casi ningún momento entran en contacto real
con los principales postulantes.
Es indígnante el que por ley se obligue a las
televisiones privadas a emitir bloques de información política con un reparto
de tiempo tasado con criterios de representación política y al margen del interés
periodístico de las informaciones, lo que les convierte en forzados medios de
propaganda gratuita para los partidos, limitando así de forma flagrante la
libertad de prensa y el derecho a la información. Ninguno presenta programa.
Del mismo modo resulta ridículo y anacrónico el que en pleno siglo XXI se prohiba publicar
sondeos durante los cinco días anteriores a las elecciones, hurtando así de
manera gratuita a los ciudadanos esa información relevante, o que se imponga
una obligada jornada de reflexión, como si alguien fuera realmente a decidir su
voto en el último minuto y necesitara aislarse del mundo exterior para poder
hacerlo. Si lo que quieren es nuestro voto, empiecen por dejar de tratarnos
como a imbéciles y de dilapidar nuestro dinero estérilmente.
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