Albertito, hasta hace muy
poco tiempo, su sueño era ser el embajador de la Argentina en España. Pero
Cristina Fernández de Kirchner se le cruzó en el camino, le cambió la vida y lo
llevó a lo que es hoy, el nuevo presidente de un país que un siglo atrás era
uno de las principales potencias mundiales y hoy es miembro del G-20, pero
tropieza desde hace décadas con profundas y recurrentes crisis económicas.
"Tenemos que superar el
muro del rencor y del odio entre los argentinos", dijo Fernández, de 60
años, en un discurso ante la Asamblea Legislativa mientras miles de personas
escuchaban fuera, en la Plaza de los dos Congresos, en una infernal mañana que
prometía temperaturas hasta de 40 grados. Celebraban el regreso del peronismo
al poder tras un interregno social-liberal de cuatro años encabezado por
Mauricio Macri. A una veintena de calles de allí, en la histórica Plaza de
Mayo, miles y miles de personas festejaban frente a la Casa Rosada, liberada
ya, a pedido de Fernández, de las vallas que la protegían y que el kirchnerismo
instaló años atrás.
El nuevo presidente, que
terminó de escribir su discurso en la madrugada de hoy, llegó conduciendo su
propio auto a la ceremonia de posesión del cargo, algo inédito en la democracia
recuperada en 1983.
Fernández es la prueba viva
de una operación política tan heterodoxa como inédita, ya que ganó con un 48%
contra un 40% de Macri una elección a la que llegó por una vía inesperada. Fue
Fernández de Kirchner, presidenta entre 2007 y 2015, quien le reveló al país en
un vídeo de 13 minutos emitido por redes sociales, que no aspiraría a la
jefatura del Estado. Aquello fue en mayo, y en ese mismo vídeo se autonominó
candidata a la vicepresidencia y anunció que Fernández encabezaría la fórmula.
Alberto, hoy le debe mucho a su ahora vicepresidenta, y en su
discurso de toma de posesión dio señales de que comenzará a pagar esa deuda.
"Hemos visto detenciones indebidas y persecuciones arbitrarias. Nunca más
a una justicia contaminada por servicios de inteligencia, procedimientos
oscuros y linchamientos mediáticos. Nunca más a una justicia que persigue y
decide según los vientos políticos de turno", dijo Fernández, mientras la
ex presidenta, a su lado, intentaba leer nerviosa y de reojo el discurso
impreso en las manos del jefe de Estado, que anunció también la intervención de
los servicios de Inteligencia.
Centro de múltiples causas
de corrupción y con cinco peticiones de prisión preventiva que elude gracias a
sus fueros, la relación de la ex presidenta con Fernández es la gran incógnita
política del país. El nuevo presidente fue jefe de gabinete del ya fallecido
Néstor Kirchner entre 2003 y 2007, y continuó en el cargo hasta cuando Cristina
asumió. Fernández renunciaría en 2008 por divergencias políticas de peso. Tanto
fue así, que durante casi una década los dos Fernández no se vieron ni
hablaron, y el hoy presidente calificó de "patético" al peronismo de
esos años. Peor aún: Fernández acusó a Fernández de Kirchner de encubrir a los
culpables del atentado de 1994 a un edificio de la comunidad israelita en la
Argentina, la AMIA, que le costó la vida a 85 personas, una acción que la
Justicia argentina tiene probado que fue ordenada por el régimen teocrático de
Irán.
Todo eso dejó de ser tema
hoy para Alberto Fernández, que, según medios locales, ya le dijo a Macri
semanas atrás que una de sus prioridades era "solucionarle los
problemas" a su "socia".
Fernández dio forma a un
Gobierno de 21 ministros -sólo cuatro de ellos mujeres- en el que hay
importantes parcelas de poder de la vicepresidenta. Un tercio de los ministros,
se estima, responden a la ex presidenta, que puso también gente propia en otras
importantes áreas del Gobierno, además de presidir el Senado y tener a su hijo,
Máximo, como portavoz del grupo peronista en la Cámara de Diputados.
Cristina Kirchner está
viviendo un momento especialmente importante en lo político, pero también en lo
personal. Este año pasó casi tres meses en Cuba, donde está internada su hija,
Florencia, con problemas de salud tan importantes como no del todo claros.
Florencia esta procesada por la Justicia argentina en dos causas por lavado de
dinero que incluyen a su madre y su hermano. Miguel Díaz-Canel, el presidente
cubano, asistió hoy al traspaso de mando.
Brasil, tras un sinfín de
idas y vueltas del volcánico e impredecible Jair Bolsonaro, que intercambió
insultos con Fernández tres meses atrás, fue representado por su
vicepresidente, Hamilton Mourão, dos días después de decir que no enviaría a
nadie a Buenos Aires. No asistió el jefe de Estado venezolano Nicolás Maduro.
La coincidencia en Argentina
es general: Fernández debe acertar, y pronto, con la economía. La herencia de
Macri, el primer presidente civil y no peronista en 91 años en terminar su
mandato, es de un 55% de inflación anual y una profunda recesión. El nuevo jefe
de Estado prometió "poner dinero en el bolsillo de la gente", y para
ello es fundamental que Martín Guzmán, el joven ministro de Economía de 37
años, convenza a los acreedores, y sobre todo al FMI, de postergar el pago del
capital e intereses de la deuda externa por al menos dos años. Guzmán, que
hasta ahora vivía en Nueva York, donde trabajaba como investigador de la
Universidad de Columbia, es especialista en procesos de reestructuración de
deudas soberanas.
"Para poder pagar hay
que crecer primero. El país tiene la voluntad de pagar, pero carece de la
capacidad para hacerlo", dejó en claro Fernández en su discurso.
La Asamblea Legislativa ya
había comenzado hoy cuando Cristina Kirchner salió de la casa de su hija rumbo
al Congreso en modo estrella de rock. Una multitud la vio, y durante varios
metros el coche avanzó a paso de hombre, con gente colgada del vehículo y
tomándole la mano. Gabriela Michetti, la vicepresidenta de Macri, presidía la
sesión mientras el aún jefe de Estado llegaba a la ceremonia. Michetti había
dicho en la noche del lunes a EL MUNDO que buscó convencer al Gobierno de un
esquema protocolario que protegiera a Macri de un eventual mal momento durante
la jura. Macri solventó el trance, más allá de que la marcha peronista atronara
durante el acto institucional y de que Kirchner lo saludara con extrema
frialdad.
Fernández y Macri, en
cambio, fueron gentiles, y hasta efusivos el uno con el otro, un dato no menor
en la siempre intensa y polarizada vida política argentina.
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