España, políticamente, incorrecta. Las elecciones, en la mayor crisis democrática de la historia, nos hará perder todo tipo de esperanzas.



España está llena de estadistas a quienes la democracia ha degradado convirtiéndoles en políticos, para hacer lo posible imposible. En España, la nueva democracia necesita apoyo y el mejor apoyo democrático es no votar democracia. Que mi voto y el de Pedro Sánchez sumen lo mismo, no es que no sea democrático es inhumano. Aristóteles decía que la democracia sería el origen de la República y esta daría forma legal a la dictadura. Platón, le contestaba: Eso de que voten todos no es democrático, porque votan sin esperanzas…. 

Si alguien tiene en mente que las elecciones servirán para superar la situación esperpéntica que atraviesa España o para elevar en algo el ínfimo nivel del debate político, puede abandonar toda esperanza. Todavía no se han convocado siquiera oficialmente los comicios y asistimos ya a un guirigay de amenazas, insultos y discursos contradictorios en los que los problemas reales de los ciudadanos son la última de las preocupaciones. Todo es representación y tacticismo. Y ese derrotero, lejos de corregirse, aumentará a medida que se acerque la llegada de las urnas. 

Hay algo realmente absurdo, por ejemplo, en que los socialistas insistan, hasta por carta, como hemos sabido ayer, en reclamar a Ciudadanos que no rechace pactar con ellos. Mientras Sánchez casi suplica a Rivera que no le deje solo, el PSOE equipara a diario a Ciudadanos con Vox y asegura que ambos forman junto con el PP una ultraderecha tricéfala y hasta «trifálica». 

¿Qué sentido tiene entonces ese empeño en reclamar el apoyo de un partido al que los propios socialistas tachan de falangista? Simplemente, es un intento de ocultar a los votantes un hecho irrefutable. Que la única oportunidad que tiene Pedro Sánchez de gobernar es la de pactar su investidura con unos independentistas que han protagonizado un golpe de Estado. Y que está dispuesto a hacerlo. Pero sin que se hayan convocado todavía los comicios, Ciudadanos está dando también unas muestras de nerviosismo e improvisación impropias de un partido que aspira a gobernar. Adelantar su política de pactos antes de las elecciones es un signo de debilidad que tiene el mismo objetivo que el del PSOE: hacer que los electores olviden que Rivera votó a favor de la investidura de Sánchez y sostuvo durante años el Gobierno socialista de Susana Díaz. 

Pero excusa no pedida, acusación manifiesta.Y también antes de que se convoquen las elecciones, el líder del PP, Pablo Casado, parece creer que la campaña no consiste en exponer proyectos sino en ver quién levanta más la voz y dedica más insultos al adversario, mostrando para ello una riqueza léxica en el manejo del dicterio a la altura de Camilo José Cela. En el otro extremo, Pablo Iglesias e Íñigo Errejón, a los que algunos presentaban como dos genios de la estrategia política, han dado toda una lección de cómo hundir un partido en cuatro años. Y, como gran novedad, llega ahora el líder de Vox, Santiago Abascal, cuya gran receta para solucionar los males del país es acabar con la España autonómica surgida la Transición.

Si hubiera un gramo de responsabilidad en nuestros líderes equiparable a la que hay en el resto de Europa, lo que debería haber es un solemne compromiso previo de que nadie pactará con un partido ultra como Vox, ni con unos partidos golpistas como los independentistas catalanes. Algo que obligaría al resto a hacer política con mayúsculas tras el 28A. Por desgracia, tal cosa no va a ocurrir, porque lo que sucede es que, en uno de los momentos más críticos de su historia, España cuenta sin duda con la peor generación de dirigentes políticos que ha parido

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