Todo aquel que maltrata a
una mujer, antig, se las tenía que ver con el padre o hermano de la víctima
hasta que unos de los dos resultase muerto.
Hasta hace poco, varias
componentes de la asociación Ve-La-Luz realizaron una huelga de hambre de casi
una treintena de días en el marco de una acampada en la madrileña Puerta del
Sol, donde instalaron una caseta y, en el suelo, zapatos teñidos de rojo y esquelas
formando el signo de la paz. La finalidad de todo ello era denunciar la
violencia de género y pedir la activación de un Pacto de Estado contra ella. El
Gobierno prometió a la asociación que su acción no caería en saco roto. Hoy ha
cumplido su compromiso, pues el Ministerio de Sanidad, Asuntos Sociales e
Igualdad ha acogido la primera sesión del grupo de trabajo que estudiará
medidas para proponer en ese Pacto de Estado.
La violencia de género es un
delito especialmente repulsivo y que lógicamente causa gran alarma social,
máxime cuando no parece que disminuyan los casos sino que crecen, e incluso con
más intensidad. Cada vez que surge un nuevo caso se suceden las muestras de
solidaridad y se hacen votos para que no vuelva a producirse ninguno más. Esto,
sin duda, es imprescindible, como la iniciativa de VeLaLuz, pero insuficiente.
Como se ha mostrado insuficiente la ley contra la violencia de género impulsada
por los socialistas y aprobada en 2004. Fue un primer paso, y no hay que
regatearle sus buenas intenciones, pero no ha resultado ningún bálsamo de
Fierabrás. El propio PSOE no ha dejado de reconocer en algún momento la
necesidad de mejorarla.
Es evidente que la lacra de
la violencia machista no tiene desgraciadamente ni fácil ni rápida solución.
Por ello deben aunarse esfuerzos y lograr un Pacto de Estado, por encima de
siglas y colores políticos. Un Pacto que es urgente poner en marcha y que
contemple medidas en todos los ámbitos y no solo policiales y jurídicos. La
acción policial y judicial contra el maltrato es imprescindible, pero no han de
olvidarse medidas en otros campos, como los sociales y, especialmente, los
educativos.
Es en la educación donde
sobre todo hay que inculcar con firmeza una serie de valores que prevenga la
violencia machista que, por cierto, se está instalando cada vez más entre los
adolescentes, lo que es enormemente preocupante. La violencia de género es
nauseabunda, pero no debemos olvidar que su complejidad supera explicaciones
exclusivamente ideológicas y mecanicistas. Un buen diagnóstico es la base tanto
para prevenirla como para combatirla con contundencia y máxima eficacia
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