Triste y longeva
la vida de Santiago Carrilllo, lo utilzó el franquismo, la transición, Suárez,
Felipe González y hasta Fraga Iribarne y
sin lugar a dudas era el mejor estadista y menos corrupto de los políticos. No le
imputan que mató a Manolete, porque está demostrado que fue un toro llamado
Islero. Desde el que padeció en su juventud republicana “el izquierdismo, como
enfermedad infantil del comunismo”, con un abrazo a la revolución proletaria,
hasta el utilitario colaborador de la Transición protagonizada por la Monarquía;
desde el hospedaje en dictaduras estalinistas, hasta su búsqueda de un lugar
bajo el paraguas democrático del eurocomunismo; desde el liderazgo implacable
en su organización, hasta el exilio interior por sus fracasos; desde su figura
como símbolo de la crueldad de la Guerra hasta su presencia como invitado en
los cócteles del sistema.
Cuantos
Carrillos hay que dan para mucho. Sólo por quedarnos en los últimos tiempos,
desde la legalización del Partido Comunista (1977) hasta nuestros días,
Carrillo fue posibilita, pactista con la izquierda aunque siempre rechazado por
el PSOE; quedó ausente desde que fue aplastado por el triunfo de Felipe
González en 1982, y sólo emergió para enfrentarse visceralmente con la derecha
tras el triunfo de Aznar. Pareció reactivarse con ilusión por Zapatero, quizá
porque le producía nostalgia el infantilismo y, por supuesto, estaba fascinado
con su memoria histórica. Y terminó como siempre había sido: antagonista de la
derecha y de la Iglesia, socarrón, autoexculpado, lúcido y políticamente más
sólo que la una, porque poco afecto quedaba de sus camaradas, y menos de los
oponentes, salvo el de permitirle que participara en sus saraos y en sus
homenajes como personaje que ya no era peligroso sino pieza de museo.
El problema
de Santiago Carrillo, que utilizó a muchos muchas veces, es que también fue
utilizado, se diese o no cuenta. Adolfo Suárez le usó al legalizar el Partido
Comunista, lo que si bien causó numerosos problemas al primer presidente de la
democracia, le aportó una ayuda inestimable al fragmentar el voto de la
izquierda ante la pujanza del PSOE respaldado por poderosas fuerzas mundiales.
Si a este
hecho se añade el antiguo anticomunismo de los socialistas, se entenderá por
qué si de alguien habló siempre con ensañamiento Felipe González fue de
Carrillo. Casi tan mal como de Tierno Galván. Por eso, el PSOE de González no
paró hasta la destrucción de la alternativa comunista, como tampoco pararía un
heredero de Carrillo, Julio Anguita, hasta la destrucción de Felipe González,
muchos años después.
Santiago Carrillo
fue una pieza clave de la reconciliación nacional, pero también porque era al
primero que le convenía. Porque a la muerte de Franco, los franquistas que
quedaron se reconvirtieron con relativa facilidad a la democracia, porque no
eran coetáneos de la Guerra, sino apenas hijos de quienes la protagonizaron.
Pero Carrillo (y Dolores Ibarruri) habían tenido un papel estelar. Y no es lo
mismo la sangre en las manos, que una fotografía de tu padre con el fusil en
bandolera.
Bastantes
muchas veces fue útil, sin embargo. Porque al hacerse perdonar, también ayudó a
que otros no quisieran cavar tumbas, hasta el momento estelar del inefable
Zapatero. El más hábil Carrillo salió en aquellos momentos de la Transición. El
dirigente republicano que aceptaba la Monarquía, el comunista que metía en el
armario la bandera roja y exponía la rojigualda, el revolucionario que calmaba
a las masas indignadas ante las agresiones anticomunistas de los últimos
fascistas. El tipo que llegó a aguardar un destino fatal sentado en el escaño
ante la pistola de Tejero.
Todo eso le
dio un papel icónico, y le concedió algunos escaños significativos en las
elecciones, en torno a la veintena en los primeros años de la Transición, y
pudo explayarse con todo tipo de memorias que iban revisando paulatinamente su
compleja biografía. Una biografía que bastantes nietos de la Guerra no han
podido digerir, porque Carrillo salió impune de ella y de su parte alícuota de
crímenes, pero que otros muchos han idealizado como paradigma de la
reconciliación y del perdón.
No deja de
ser anecdótico, porque Carrillo dio de sí en la política española lo que dio.
Apenas cinco años reales a cara descubierta (1977 a 1982), o diez, si contamos
el tiempo en el que maniobró en la heterogénea oposición clandestina al
franquismo (Junta Democrática y Platajunta), con el indisimulado proyecto de
lavar la cara comunista y controlar después esos movimientos. Lo que,
evidentemente, no fue posible, porque nadie, ni dentro ni fuera tuvo el más
mínimo interés en que en un país clave del flanco sur de la Otan tuvieran nada
que hacer los comunistas, aunque se llamaran eurocomunistas.
De todo esto
deducimos porque, Santiago Carrillo no ganó mucho dentro de España, ni siquiera
dentro de su propio partido, pero por lo menos logró ser aceptado en su vida
civil. Para los jóvenes de la Transición, su controvertida figura también es un
recuerdo de la juventud perdida. Por eso escucharemos muchas elegías.
Inmensas toneladas de papel se le han dedicado, y él nos ha abrumado con no menos libros. Todos ellos narran una historia: la de una persona que perdió muy joven una guerra, y nunca ganó ninguna de mayor. RIP, Carrillo. Rajoy mata a niños en la más triste y penosa hambruna con el respaldo de once millones de equivocados y hasta le aplauden.
Inmensas toneladas de papel se le han dedicado, y él nos ha abrumado con no menos libros. Todos ellos narran una historia: la de una persona que perdió muy joven una guerra, y nunca ganó ninguna de mayor. RIP, Carrillo. Rajoy mata a niños en la más triste y penosa hambruna con el respaldo de once millones de equivocados y hasta le aplauden.
No los tuvo, pero si tuvo voz para ordenar los asesinatos de Paracuellos del Jarama, pues el hera el jefe.
ResponderEliminarLo que veo es cinismo en todo el mundo, nadie dice que ha muerto un genocida.
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