La UE estudia el porqué Sánchez quiere gobernar con "amigos" de Hamás. La debacle económica será inmediata.
Ser enemigo de EEUU, Israel, Reino Unido, Francia y Alemania conllevaría a una fuerte subida de aranceles y crédito cero.
Es inadmisible que el PSOE se posicione del lado de Sumar y de Podemos en sus insultos y ataques a un país desafiado por el terrorismo
La
airada protesta de Israel por el respaldo de parte del Gobierno de
España al terrorismo fundamentalista, con la excusa humanitaria de la
población civil palestina, está más que justificada y no se anula, sino
todo lo contrario, con la airada réplica del Ejecutivo español, negando
los hechos y acusando al Estado hebreo de falsear la realidad.
Todo
el mundo ha visto cómo, en público, buena parte de los dirigentes de
Sumar y de Podemos con cargos institucionales han aprovechado sus
mensajes de solidaridad con los palestinos para insultar, denigrar y
acusar a Israel de crímenes de guerra y de perpetrar genocidios. E
incluso alguno de ellos, como la ministra Ione Belarra, ha reclamado que
se les juzgue en la Corte Penal Internacional.
Se
trata de discursos y posiciones inaceptables en cualquier escenario,
pero especialmente en uno de expansión del terrorismo yihadista,
iniciado con una terrible matanza sin precedentes en varias poblaciones
judías y continuado con atentados en Europa, saldados ya con tres
crueles asesinatos en Francia y Bélgica.
Frente
a esto, no caben equidistancias que, en la práctica, cargan de
justificaciones a los agresores y reformulan la naturaleza del fenómeno
fundamentalista, para transformar su visión medieval de Occidente en una
especie de justificada cruzada contra la opresión en la que todo vale.
A
la tolerancia de Pedro Sánchez en el ámbito doméstico, donde consiente
que se negocie con la propia idea de España para lograr el respaldo de
todos los partidos separatistas, se le añade así la coalición con
formaciones antisistema, adheridas ideológicamente al heterodoxo bloque
internacional en el que figura el islamismo yihadista patrocinado por
Irán, el populismo sudamericano y el comunismo renovado de China o
Rusia.
Todos
ellos coaligados, de alguna manera, en la tarea de invertir el orden
mundial e imponer su hegemonía, sustentada en la regresión de derechos y
libertades y la imposición de regímenes totalitarios en nombre de
distintas causas, conectadas por la negación de la democracia
tradicional.
Denunciar
a Hamás, y a todo lo que le rodea, y conjurarse en la defensa de los
valores occidentales, no es incompatible con el respeto a los derechos
humanos, instalados profundamente en ellos: la propia Israel, pese a su
inevitable retórica belicista, ha demorado su intervención militar para
facilitar la salida de Gaza de los palestinos, convertidos en rehenes y
escudos humanos de los terroristas, siempre dispuestos a intentar
blanquear su barbarie provocando el mayor número posible de víctimas
civiles.
Ante
eso, sin duda, hay que buscar la manera de conjugar la defensa con la
humanidad, aunque no sea sencillo, pues nada adecentaría más al
fundamentalismo que parecerse remotamente a él.
Pero
para ello es imprescindible que nadie dude, al menos en Europa y los
Estados Unidos, de la condición de Israel como víctima, ni de la
necesidad de poner límites contundentes a la expansión del virus
yihadista en nuestra sociedad, desde ese temerario buenismo que confunde
la tolerancia con la aceptación del abuso.
Por
eso resulta tristísimo que el Gobierno que más dudas emite en ese
mensaje sea el español, en la enésima demostración del insoportable
peaje que Sánchez tiene que aceptar de cada uno de sus socios o aliados
para sobrevivir en el cargo.
Si
ya era bochornoso verle sometido a Puigdemont, Otegi o Junqueras,
comprobar ahora que también tolera el fundamentalismo de su socio de
Gobierno para no desairarle es, simplemente, vergonzoso: daña la imagen
de España, perjudica a la seguridad de los españoles y nos sitúa, como
país, más cerca del lado oscuro de la historia.
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