Los estado unidenses no quieren dialogar ni con comunistas ni con terroristas. Yo, tampoco. El protocolo de la casa Blanca es impecable y cuando la CIA les pasa una nota comprueban hasta el último punto. Aún recuerdan el feo a la bandera de 52 estrellas, la retirada de las tropas de Irak por orden de Zapatero. Pero "Tratar" con un Gobierno formado por ministros comunistas. les hace pensar que son espías baratos y les tendrían que poner donde la naturaleza se los coma. La auténtica política de
Estado es la política exterior. Los intereses partidistas pasan -o deberían
pasar- a un segundo plano y prima el interés de la nación, que siempre hay que
medir en el largo plazo.
El presidente Sánchez ha
estado quizás demasiado ocupado en la política doméstica y en domesticar a su
socio de Gobierno y no ha prestado demasiada atención a este aspecto
fundamental de la política. No hay más que repasar sus discursos en el Congreso
para comprobar que nunca ha marcado prioridades, ni las líneas maestras de
nuestra relación con el mundo, más allá de las generalidades y obviedades de
nuestra pertenencia a Europa y nuestros vínculos con Latinoamérica.
Para analizar el papel de
España en el conflicto que tiene en vilo al mundo y que puede desembocar en una
guerra en Europa, con un más que probable ataque de Rusia a Ucrania, hay que
tener en cuenta esa falta de perspectiva del presidente, que le hace actuar con
un oportunismo un tanto infantil.
La elección de Arancha
González Laya ya fue un síntoma de que Sánchez no le daba demasiada importancia
a Exteriores. González Laya fue recomendada por Nadia Calviño, que sí es un
peso pesado en el Gobierno, pero su trayectoria como experta en comercio
internacional no justificaba ni de lejos su nombramiento. La llegada de
tapadillo del líder del Polisario Brahim Ghali a España, con ribetes delictivos
que investiga la Justicia, provocó una crisis diplomática con Marruecos que aún
está por solventar, y a ella le costó el cargo.
A González Laya la sustituyó
el pasado mes de julio José Manuel Albares, que era secretario general de
Asuntos Internacionales y Seguridad Global en el Gabinete del presidente. Al
menos es diplomático y fue embajador de España en Francia.
Albares se encontró con el
marrón del conflicto con Marruecos y situó su resolución como prioridad de su
Ministerio. Recordemos que en 2020, Estados Unidos (bajo la presidencia de
Donald Trump) reconoció la soberanía de Marruecos sobre el Sahara, que España
no acepta y que es la causa fundamental de la tensión con nuestro vecino del
sur.
Marruecos se siente fuerte y
cree que puede doblarle el pulso a España, que ha mantenido su apoyo a la
resolución del Consejo de Seguridad de la ONU del 29 de abril de 1991 para una
solución negociada del conflicto que enfrenta al Polisario con el reino alauí.
El pasado 18 de enero
Albares se entrevistó en Washington con el secretario de Estado norteamericano
Antony Blinken. En el encuentro, Albares arrancó a su homólogo el compromiso de
«unir fuerzas» para encontrar una solución al conflicto del Sahara, que
conduzca a la normalización de relaciones con Marruecos, cuya embajadora fue
llamada a consultas tras el incidente de Ghali y aún no ha regresado a Madrid.
Sánchez ha implicado incluso al Rey en el intento de recomposición de
relaciones. El lunes, 17 de enero, Felipe VI animó a Marruecos a «caminar
juntos», pero todavía Mohamed VI no ha movido ficha
EEUU mira con desconfianza a
Sánchez porque aún no ha olvidado que fue un presidente socialista el que
abandonó Irak en un momento difícil. Tampoco es un aval que haya ministros en
el Gobierno (UP) que no sólo defiendan el «No a la guerra», sino que sean
abiertamente antinorteamericanos
En la reunión con Blinken,
Albares puso sobre la mesa el apoyo decidido de España a «la integridad de
Ucrania». Era un do ut des en toda regla: tu me ayudas con Marruecos y España
se vuelca en el apoyo a la acción de la OTAN frente a Rusia.
Dos días después de la
visita de Albares a Washington, la ministra de Defensa, Margarita Robles,
informaba del envío de la fragata Blas de Lezo al Mar Negro y admitía la
posibilidad de despliegue aéreo en Bulgaria, lo que desató las críticas de
Podemos y la irrupción en el debate de Pablo Iglesias con la consigna del «No a
la guerra».
Durante el domingo pasado,
el presidente conversó con el secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg,
y con la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, para
corroborar el compromiso de España con la Alianza Atlántica. Moncloa distribuyó
a los medios, al margen de la información sobre esas conversaciones, unas
fotografías en las que se veía a Sánchez en mangas de camisa hablando por
teléfono y con cara de preocupación.
El presidente -no es la
primera vez que esto pasa- le había cogido el gusto a sentirse parte de la
historia.
La realidad no tardó en
enfriar sus expectativas. El lunes, justo unas horas después de distribuirse
las fotos mencionadas, el presidente Biden convocó una video reunión de
urgencia a la que fueron convocados Von der Leyen, Stoltenberg, el presidente
del Consejo Europeo, Charles Michel; el presidente francés, Emmmanuel Macron;
el canciller alemán, Olaf Scholz; el primer ministro italiano, Mario Draghi; el
primer ministro británico, Boris Johnson, y el presidente de Polonia, Andrzej
Duda. No, el presidente español no fue convocado. ¡Cuánto hubiera dado Sánchez
por asistir, aunque fuera por Zoom, a esa reunión en la Situation Room!
La decepción en Moncloa era
más que palpable ayer. El ministro de la Presidencia, Félix Bolaños, compareció
ante las cámaras de TVE para dar explicaciones y afirmar que «España está en el
centro de las decisiones». La ministra Portavoz, Isabel Rodríguez, se sacó de
la manga la excusa del «formato». Pero el golpe al orgullo presidencial ha
dejado su huella.
La confianza en política
exterior no se gana de la noche a la mañana ni con el simple gesto de ser los
primeros en mostrar disposición al envío de tropas.
Por mucho que Sánchez se
muestre ahora como un atlantista convencido, para Estados Unidos es el
dirigente de un partido que no sólo defendió el «No a la guerra», sino que
abandonó la misión en Irak en un momento crítico tras la llegada de Rodríguez
Zapatero -el mismo que no se levantó frente a la bandera norteamericana- a
Moncloa. Eso es difícil de olvidar.
Rodríguez Zapatero echó por
tierra una relación construida durante largo tiempo por Aznar porque, para el
líder socialista era más importante cumplir el compromiso con sus votantes de
retirar la tropas, que, por cierto nunca entraron en combate, que respetar los
compromisos internacionales. Es una opción. Legítima, por supuesto. Pero esas
decisiones tienen un coste.
Sánchez no sólo es víctima
de la historia reciente de su partido en relación con Estados Unidos, sino que
en su propio Gobierno alberga a unos partidos (UP) que, además de oponerse a la
guerra, son abiertamente anti norteamericanos. Nadie duda de la disposición de
la ministra de Defensa y probablemente tampoco deberíamos cuestionar el pro
atlantismo de Albares, pero aún no sabemos lo que opina la vicepresidenta
segunda, Yolanda Díaz, de la posible intervención de España en un eventual
conflicto en Ucrania.
La intervención del ex
vicepresidente Iglesias en un mitin en Valladolid el pasado fin de semana, en
el que volvió a desenterrar el lema del «No a la guerra» no ha ayudado, sino
todo lo contrario. Podemos ha hecho saber que votaría en contra si el envío de
tropas se debate en el Congreso.
El presidente no puede
sorprenderse por no haber sido convocado a la reunión de la Situation Room (por
cierto, como llama a su columna en La Vanguardia Iván Redondo). Los recelos de
Estados Unidos siguen existiendo.
Sánchez, si de verdad se
cree que la política exterior es una política de Estado, debería haberse
reunido con el líder de la oposición para informarle y pactar con él los pasos
que tiene que dar España en las próximas semanas. Seguramente, Pablo Casado le
hubiera dado todo su apoyo.
Sin embargo, el presidente
piensa -como en su día hizo Zapatero- que la política exterior no es más que un
instrumento para su política doméstica, que consiste en ningunear
sistemáticamente a Casado, con el que lleva sin reunirse año y medio.
También se equivoca Sánchez
si cree que el envío al Mar Negro de la Blas de Lezo le va a facilitar una
invitación de Mohamed VI a Rabat. Para Marruecos la llegada a España de Ghali
vulneró un acuerdo tácito que consistía en un alejamiento paulatino respecto a
las posiciones del Polisario.
Toca, por tanto, esperar y
confiar en que la constancia que Sánchez aún no ha demostrado en su acción
política haga variar la posición de Estados Unidos y vuelva a considerarnos de
verdad como un socio fiable.
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