Jueces y fiscales en el disparadero. Silenciar la acusación en las cuchipandas que les recae de la (SU) ministra de Justicia, les convierte en cómplices necesarios.


Blog de Juan Pardo

Si hay algún ministerio al que se le exige que una autoridad moral fuera de todo tipo de dudas es el de  Justicia. La actual ministra de Justicia, Dolores Delgado está asolando su prestigio profesional  antes, ahora y después. Antes como fiscal de la Audiencia, ahora como ministra de Justicia y después, por su entrega a la camorra que dirige Baltasar Garzón.

Lola  Delgado lleva el paso cambiado desde que se alistó en esa banda organizada y que, por descontado, por mucho propósito de enmienda que tenga por presente, siempre irá en sentido negativo a la verdad. La forma con la que entonó la demanda que interpuso el prófugo de la Justicia, Carles Puigdemont al juez del Tribunal Supremo, Pablo Llarena, sencillamente la delató ante propios y extraños.  Ya le decía su otro jefe de tropelías, José Villarejo que era tan  ligera de cabeza  como poco atinada en sus decisiones.

De momento, la práctica totalidad de  los ministros de Gobierno golpista se dieron cuenta de la envergadura del error y obligaron a que el Presidente de Gobierno, Pedro Sánchez desmintiera a la veleta, Lola Delgado y así lo hizo “la defensa de nuestro sistema judicial no es una cuestión privada, es una cuestión de Estado” ya era demasiado tarde para disimular que la responsable de Justicia no sólo no se había enterado del problema que le había llegado a las manos sino que no había comprendido en absoluto su enorme dimensión que implicaba nada menos que a la soberanía jurisdiccional de España. Los desmentidos, las rectificaciones y las declaraciones torrenciales que emitió después de su colosal error no pudieron borrar la mancha indeleble de sospecha que había caído sobre su incapacidad para ocupar el cargo.

Y ahora, ¿Cómo no? llueve sobre mojado. La publicación de sus conversaciones amistosas, distendidas, relajadas, descaradas, impúdicas y rigurosamente impropias de una fiscal de la Audiencia Nacional en ejercicio, con uno de los personajes ya entonces más oscuros de la historia de la Policía la han dejado desnuda ante sus propias imprudencias. Y no se trata de si llamó “maricón” a su ahora compañero de Gobierno y entonces compañero en la Audiencia Nacional, el juez Grande-Marlaska. Eso la desacredita seriamente como mujer progresista defensora de las causas de exigencia de respeto hacia los colectivos LGTBI y daña de rebote a la imagen que pretende exhibir este Gobierno pero no la inhabilita como ministra de Justicia.

Lamentablemente, no ha quedado ahí la cosa, con ser algo de extrema gravedad. La segunda entrega del portal moncloa.com, hoy asaltado por la policía acatando órdenes de la no menos peligrosa, Carmen Calvo sitúa a la “Lola” con dirección a los puertos. Porque Dolores Delgado cuenta en esa misma comida con Villarejo y otros policías que en el transcurso de unos cursos de formación llamados Aula Iberoamericana que el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ) organizó en Cartagena de Indias (Colombia) entre 2001 y 2009, ella vio a jueces del Tribunal Supremo y a fiscales de la Fiscalía General manteniendo contactos con propósitos evidentemente sexuales con menores de edad. Acusación que ella misma a reconocido, por tanto, en lugar de intervenir a Moncloa. com habría que premiarle.

El calibre de la acusación es extraordinario y obliga de inmediato a hacer la pregunta que ha formulado ya Izquierda Unida: “¿Y por qué no alertó a las autoridades colombianas de esos posibles delitos?”. Porque ella debería saber que en Colombia se persiguen judicialmente esas actividades. Pero es que, además, ese relato evidencia varias cosas. Una, el grado de amistad y extrema confianza que la ministra mantenía con sus interlocutores, todos alrededor del oscuro Villarejo con quien celebraban alegremente la concesión a éste de una medalla. Dos, su grado de de frivolidad al contar una escena semejante como si fuera una anécdota llamativa, sin darse cuenta de que estaba poniendo en la picota a los representantes de la cúpula del Poder Judicial. Tres, su falta de profesionalidad porque, si eso sucedió como cuenta, hay que recordar que ella es fiscal, es decir, titular de la acción penal que puede y debe actuar de oficio, además de a solicitud de la víctima. Cuatro, su grado de frivolidad al asegurar que las personas de las que supuestamente se hacían acompañar los magistrados del Tribunal Supremo y los miembros de la Fiscalía General del Estado eran menores, circunstancia que no se molestó en acreditar antes de formular una acusación de esa envergadura. Todos esos elementos se suman para acreditar que la señora Delgado es una insensata, característica que resulta del todo incompatible con el ejercicio del cargo de ministra de Justicia.

Al CGPJ no le consta que Delgado asistiera a ninguno de los cursos en Colombia de los que habló ante Villarejo. Es decir que, revisados los participantes en los cursos de formación Aula Iberoamericana que el CGPJ organizó en la ciudad colombiana de Cartagena de Indias, “Dolores Delgado, no figura entre los asistentes”. En una palabra, que ella no estaba o no formaba parte de la comitiva oficial. Por esa razón, magistrados del TS consultados por la agencia de noticias sugieren que o había acudido a otro evento o “estaba allí acompañando al juez Baltasar Garzón”. Hay amores que matan.

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