Manuela de la Paloma, monja trinitaria por las noches y abadesa del Ayuntamiento de Madrid, intenta decir...


La gran clase política española, lo que llamamos políticos a lo grande se dan codazos y hasta ponen centinelas para hacerse “la foto junto al refugiado”. No les prometen leche de hormiga porque, últimamente, las hormigas se han convertido en hormigueo. Sin ir más lejos, Manuela de la Paloma, monja trinitaria por las noches y abadesa del Ayuntamiento que hay en las Cibeles ha prometido a cada refugiado sirio, Vivienda diga, agua, luz, teléfono, basura y qué se yo más 400 euros libres de polvo y paja –más de la mitad de los madrileños quisiera la mitad- Cuando realmente estas ayudas van con cargo a la UE que con total seguridad no le va a dar el dinero a Carmena, segura. Por Dios que los sirios son personas y necesitan ayuda más que urgente. Pero en este caso, Manuela, solo quiere votos, dar lástima, heroína y madre de Dios. Todo esto es  una otra oportunidad de lucha por los votos que parece ser ilimitada. De hecho, la demagogia electoral se ha apoderado de políticos de variada tonalidad hasta tal punto que han desaparecido los resortes de pudor que en el pasado impedían a los representantes públicos comportarse como lo que hoy demuestran ser a simple vista: voraces cazadores-recolectores de sufragios, dispuestos a hacer lo que sea con tal de conseguirlos.

Por ejemplo, meterse a codazos y empellones en la fila de los que quieren probar ser más generosos que nadie con los refugiados que se apiñan por docenas de miles en Hungría huyendo de la guerra. Ha bastado con que alcaldes y presidentes autonómicos olieran esa crisis humana como un buen campo de batalla electoral para que muchos se lanzasen en tromba a competir por la copa del buenísimo, en una auténtica feria de las solidaridades que tiene mucho también, como la de Thackeray, de feria de las vanidades.

Tales urgencias solidarias con los refugiados que protagonizan hoy la realidad contrastan, desde luego, con el cruel desinterés demostrado frente a los inmigrantes económicos, muchos de los cuales huyen también de guerras tribales y siempre de la enfermedad, el hambre y la miseria.

Pero esas urgencias de indudable tono electoral (¡todo sirve en precampaña!) ponen de relieve, sobre todo, el oportunismo de quienes se lanzan al populismo demagógico. El problema de los refugiados (de estos y de los muchos que vendrán tras ellos si la comunidad internacional sigue de brazos cruzados frente a los conflictos que provocan la desbandada) solo puede resolverse definitivamente forzando a los Estados de los que aquellos salen despavoridos a poner fin a las guerras indecentes que motivan la huida en masa.

Entre tanto, será necesario, sin duda, nuestra solidaridad, pero concebida no como una pelea entre partidos y/o territorios para ver quién es más estupendo que el vecino (o quién se libra de ayudar), sino como una gran operación de socorro internacional, diseñada desde la UE y ejecutada por los Estados, que deben ser los encargados de coordinar con las Administraciones públicas locales y regionales el proceso de asentamiento de los refugiados en las mejores condiciones para ellos y para los lugares en donde se fije su residencia finalmente.


Y todo esto sabiendo que tal operación de solidaridad no será más que un parche temporal, que apenas podrá resolver para un corto período una tragedia que afecta en Siria a varios millones de personas y en el mundo a varias docenas de millones. Por eso, tratar de utilizarla para ganar votos demuestra una despreciable forma de entender la política y una prueba más de lo negra que puede llegar a ser el alma humana.

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