El más que sospechoso, Peña Nieto, debe seguir y sudar la gota gorda para esclarecer "las barbaries".
Posiblemente,
no sea un artículo del agrado de los colegas de izquierda o del 62 por ciento
de los mexicanos que reprueban la gestión de Enrique Peña Nieto (y sospecho que
son mucho más: las encuestas que miden el rechazo al Presidente fueron realizadas
hace semanas y todavía no tenían el efecto “Casa Blanca”).
El problema es que a partir del 1 de diciembre se cumplieron dos años de
gobierno, lo cual significa que ante la ausencia del ejecutivo por renuncia o
fallecimiento la constitución establece que este sea designado por el Congreso
de la Unión. Es decir, la decisión no pasa por los ciudadanos ni por las urnas,
sino por la partidocracia. Peor aún, el PRI y sus partidos satélite elegirían a
uno de los suyos sin necesidad siquiera de que el perfil resulte atractivo a
los votantes, como tienen que hacerlo cada seis años.
Se me
dirá que la renuncia de un presidente como resultado del repudio de la calle
sería un logro histórico; sentaría un precedente y la clase política tendría
que enmendarse en el futuro. Asentaría la noción de que el poder reside en
última instancia en personas de a pie y no en los políticos engreídos de sí
mismos.
En la práctica, lo que sucedería es que los políticos nombrarían a un colega,
cambiarían un rostro por otro, y la gente se iría muy contenta de regreso a
casa. La élite asumiría que la pareja bonita que forman Peña Nieto y Angélica
Rivera no les funcionó, y optarían por otra mezcla para apaciguar los ánimos y
retomar el control. Al final poco habría cambiado, salvo la exaltación popular
por el triunfo momentáneo.
Particularmente,
preferiría otro desenlace. Si los
poderosos van a ceder algo como resultado de la presión popular preferiría que
no fuera un cambio de rostro sino una transformación de instituciones. Esto es
lo único que tendría un impacto duradero en el México desigual e injusto que
“existe”.
En el
régimen de Ernesto Zedillo, luego de la crisis del 95, el repudio generalizado
al PRI obligó al gobierno a conceder cambios sustanciales en el entramado
institucional. Reconocimiento de la oposición, un IFE ciudadano (aunque
efímeramente), mayor autonomía a la Suprema Corte, proliferación de comités de
regulación, fortalecimiento de la CNDH, etc. La mayor parte de estos espacios
se cerrarían con el tiempo, pero mientras duraron fueron suficientes para dar
un vuelco en la historia electoral del país con la derrota del PRI y abrieron
una pequeña ventana de oportunidad para una “primavera democrática” mexicana.
Es cierto que se desperdiciamos esa oportunidad con Fox y con la apatía ciudadana
que le caracterizó durante los siguientes doce años, pero eso no quiere decir
que no se pueda abrir otra andanada de modificaciones de fondo. Luego habría
que hacer la tarea para hacerlas irreversibles, pero esa será una tarea para el
segundo tiempo. En el primero hay que meter los goles; en el segundo, defender.
El tema
de fondo es que México no va a mejorar mientras sigan creyendo que la solución
consiste en encontrar a la persona adecuada para gobernar o, en su defecto, en
quitar del poder a la inadecuada, por más que tenga un efecto tan liberador en
el espíritu. Es preferible que por ahora sigan los que están y eso alimente la
rabia popular y sostenga el pulso, el pulso de la calle.
No es
confiando en la honestidad de la condición humana como hay de construir una
sociedad menos injusta. La única posibilidad reside en la instalación de un
entramado de instituciones que permitan muchos ojos y una incesante rendición
de cuentas en la cosa pública para que deje de ser la “cosa nostra” de esa
casta que ha tomado el poder.
Es
preferible que Peña Nieto siga allí permanentemente acosado por la opinión
pública y por las redes sociales para obligarlo una y otra vez a recorrer la
mojonera y entregar espacios públicos al escrutinio y a la intervención de los
ciudadanos. Hasta ahora ha creído que bastaba con el maquillaje de 10 puntos
sobre inseguridad y a poner ante las cámaras a su esposa para ofrecer una
explicación. Pero no tengo duda de que si los ciudadanos siguen presionando y
poniendo a la autoridad contra la pared comenzaremos a ver concesiones
importantes para evitar que los contratos vayan a parar a los amigos o para
ventilar lo que hasta ahora se hace en secreto. Y no lo harán por graciosa
concesión sino por tratar de salvar el pellejo frente a la presión.
No se trata de que un ex gobernador o un líder sindical sea metido a la cárcel
(ya sucedió con Mario Villanueva, Granier o Elba Esther Gordillo). Se trata de
instalar los mecanismos que impidan que esos y otros canallas se enriquezcan a
mansalva y que si lo hacen no exista impunidad. El sistema no puede salirse con
la suya mediante el simple expediente de entregar a uno de los suyos a la
picota. Sea un ex gobernador o incluso el propio presidente.
Peña Nieto debe sudar la gota gorda por la presión popular que sudando en una
terraza el sol de Miami tras ser sustituido por una versión similar. No deben
desmayar los ciudadanos, los blogueros y
los medios de comunicación crítica en una de esas se conseguirá a tirones y mojones
algunos de los cambios tan necesitados para la ciudadanía mexicana.
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