Pero, además de
recordar teóricamente estos principios elementales de la Física, los vasos
comunicantes también se observan –y lo llevo escribiendo muchos años- en las
tramas de corrupción política. Pozos casi sin fondo, negros como un túnel
kilométrico sin luz y los que no acaba de ponerse ni freno ni fin.
Con dolor,
porque nadie es neutro ideológicamente, constato, como todo el que no quiera
ponerse la venda en los ojos, que no hay cloaca ni sumidero en la acera diestra que no esté
comunicada con la de la parte de enfrente. Se verterá más
porquería en un lado o en otro, pero confluyen y, a la postre, salen por el
mismo colector y acaban desembocando de consuno en el mismo juzgado. Eso sí,
muy tarde.
Que hay muertos
de todo color en el mismo armario es una evidencia. El móvil o la ocasión
pueden estar en una caja de ahorros, donde se tocaba a rebato para desfalcar,
en unas subvenciones incontroladas para obras fantasma, empleos inexistentes o
cursos jamás impartidos o, cómo no, en los cohechos y mordidas con porcentaje
tan conocido como vergonzosamente tolerado y no investigado.
Lo que mueve el
mundo ya se sabe lo que es. Y el enriquecimiento rápido y desmesurado corrompe
a todo el que no tiene unos principios éticos muy sólidos. Porque, aunque
alguien entre limpio de polvo y paja a la política, al mundo sindical o a las
organizaciones empresariales o profesionales, puede ser, a no tardar, presa de
las tentaciones de los corruptores profesionales, que no tienen ideología. Y
que saben que la mejor coraza frente a las denuncias es contaminar a gestores
de ayuntamientos, consejerías y ministerios de toda clase y siglas. Perro no
come perro. Y así se explica que, a veces, políticos que debieran poner en la
calle a correligionarios pillados y hasta condenados, no lo hagan. Hay miedo. A
las calumnias, para empezar; ya que hay expertos en difamar y, también, a lo
que pueda implicar el poner en marcha el ventilador.
Las cloacas políticas, económicas y sociales
son vasos comunicantes;
que nadie lo dude. Y así es que prosperan movimientos antisistema; porque la
gente de la calle lo sabe o intuye y no es fácil en estos tiempos explicar
hasta qué punto es falso eso de que los políticos son todos iguales.
Lo que parece
evidente es que el riesgo de ser tentado y, por tanto, de sucumbir a la
corrupción, se incrementa cuando se lleva toda la vida liberado en la actividad
pública. La técnica del corruptor es ganarse la confianza para luego abusar de
ella y llevar al corrompido a su charca. Y la confianza se acrecienta con el
tiempo. Por eso siempre he defendido tránsitos políticos breves y pocas
reelecciones; las justas para acabar un proyecto o terminar de cumplir un
programa. Sin olvidar que las caras realmente nuevas (no hablo de parientes, testaferros
y paniaguados) desarman, de entrada, a los que sólo saben hablar de una “casta”
de contornos toscos y difusos.
Pero, con todo, en esta democracia
nuestra lo peor no es que grupos de poder, multinacionales, emporios del
ladrillo, grandes contratistas públicos y demás potencias económicas o fácticas
vayan a los despachos oficiales como va el diablo a un convento. Lo peor es que
los honorables del despacho salgan a la calle (o mejor, a las carreteras) a ver
si seducen a constructores y concesionarios ofreciendo favores públicos a
cambio de un porcentaje. Y estamos viendo cada día cómo el
asalto al poder político era sólo un medio para alcanzar el poderío económico. Y aún quedan muchas cosas, sin duda,
por ver y con las que escandalizarnos. Nadie decente está completamente curado
de espantos. El primer Evangelio da cuenta de una conocida sentencia: en el
mundo siempre habrá escándalos, pero ¡ay de aquel por quien entra el escándalo!
Ojalá que fiscales y jueces se lo tomen en serio.
Que paren el MUNDO ¡! ... yo me bajo
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