Hong Kong o la soberbia ibérica.

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Dicen que todos tenemos un precio y que, la gran mayoría, somos capaces de prescindir de un alto porcentaje  de libertad a cambio de seguridad económica. ¿De qué leche vale la libertad sin pan?. De las expectativas de estabilidad en el futuro hemos pasado al conformismo de subsistencia y hasta de “falta”. De la búsqueda de un medio de vida hasta la jubilación ahora nos conformamos con tener un salario aunque no sea insuficiente para llegar a fin mes.


En cambio, no ocurre en otras partes del mundo. En Hong Kong, sus habitantes, sin lugar a dudas,  los más ricos de China, acostumbrados a la prosperidad y derechos políticos y sociales adquiridos durante largos años como colonia británica, no se resignan a quedar sepultados bajo la montaña de opresión monopartidista determinada por la corrupción del Gobierno Chino. La imposición de unas elecciones no plurales en 2017 hizo salir a los más jóvenes a la calle.

Piden que dimita  el gobernador y embajador de los corruptos de China,  Cy Leung,  pero subyace su decidido rechazo a la imposición del Partido Comunista y a la privación de derechos y libertades democráticas. 

Como consecuencia de la repercusión mediática mundial,   desde Pekín han ordenado silencio subjetivo  en la creencia de que, con el tiempo, los jóvenes y los que se han unido a ellos pierdan fuelle y las protestas se diluyan. Puede que así suceda pero el problema no desaparecerá. Estas protestas son la continuación de las de 2002 y 2003 y demuestran que en Hong Kong, como en el resto de China, algo se mueve y los ciudadanos ya no solo quieren bienestar económico, reivindican derechos y libertad. Todo lo contrario que en la península Ibérica de portugueses, magrebíes, españoles y catalanes. 

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