Hoy está de moda
la guerrilla urbana del barrio barcelonés de Sants, antes lo fueron en Málaga,
el Gamonal en Burgos, en Cartagena, la revolución mora de Roquetas, la lonja de
Valencia, la cañada de Madrid, etc, etc. Ningún caso es igual al otro, pero
todos se desarrollan y terminan de la misma forma: una protesta social, un
grupo de violentos que toma posiciones, unos agentes del orden que atacan,
disparos “al aire”, barricadas, contenedores quemados, destrucción de escaparates
con saqueo –por aquello de que aprovechando que el Pisuerga pasa por
Pucela- y un estallido violento con
ganas de protagonismo que sin lugar a dudas acabará mucho peor de los esperado.
El caso que estos
días nos ocupa es la rebelión de Can Vies, donde okupas y no okupas fueron
desalojados para demoler un edificio municipal que era símbolo del movimiento
okupa. Desalojo y acta de demolición se produjeron en función de una sentencia
judicial, pero la casa estaba okupada desde hace 17 años. En ese larguísimo
período ocurrió de todo: el lugar se convirtió en centro cívico, taller de
multitud de actividades, local de convivencia de vecinos y casi en santuario de
Sants. No, no era un centro de okupas marginados más bien era un centro de
okupas, okupados. Hasta 5 partidos con candidatura en las pasadas elecciones
europeas les prometieron que de ninguna forma se iba a demoler el centro. No intento destacar que por 17
años de okupación ya sea patrimonio del movimiento. Pero, tampoco descarto que
estando como están los ánimos de gran parte de esos okupas, desahuciados y sin
trabajo estable tengan la generalidad
bondadosa generalidat y hagan vista
gorda otros tantos años. En definitiva, si se derriba tiene que ser destinado a
equipamientos sociales como contempla el PGOU. ¿Quién garantiza que el próximo
fin social por el que se derriba el ya existente–no concretado- tuviese más
justificación social que la actual? NADIE. Casi con toda seguridad, peor. Es
más, apostaría por una recalificación y posterior venta con fines lucrativos.
Como en los toros,
por parte del público asistente, pitos y aplausos, pero ¿Alguien pretendía que
su destrucción fuese recibida sin la menor reacción? Si a algún talentoso
concejal se le pasó por la cabeza que no habría trifulca, no tengo la menor
duda, es digno de eso, ser concejal o chupóptero de la sociedad. Si los anteriores
ediles dejaron pasar 17 años, si permitieron que los okupas adaptasen el centro
a sus necesidades, si los ocupantes desarrollaron más actividades y con mejores
fines de participación ciudadana que lo
hubiese hecho el gobierno municipal, lo menos que podían pensar es que el
desalojo sería doloroso. Y todavía no sabemos cómo terminará, porque ni la
autoridad puede permitir más actuaciones violentas, ni hay síntomas de solución
dialogada, si es que cabe diálogo con actores indignados y agresividad activa y
pasiva por ambos bandos.
Más y mejor imposible.
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