Irene Montero comunicó a Carmen Calvo, antes de comenzar la investidura, que Podemos votaría NO a la "proclamación" de Pedro Sánchez por farsantes y demagogos. Pablo Iglesias, además, de desenmascarar a Pedro Sánchez y su banda, ha colaborado destacadamente en la supervivencia de España. Nos podemos felicitar de que la, llamémosle “negociación“, del PSOE con Podemos no se
haya traducido en un pacto que hubiera metido en el seno del Gobierno a una
formación que, primero, tiene muchas contraindicaciones políticas e ideológicas
para poder sentarse a una mesa del consejo de ministros y, segundo, le habría
complicado extraordinariamente la vida al Ejecutivo resultante porque, como se
ha visto ya en sus propuestas para el acuerdo, la formación morada tiene sus
propias reglas y sus propios propósitos y son ésos los que hubiera intentado conseguir
independientemente de que el resto de ministros caminara en una dirección
distinta y hasta opuesta .
Le sobraba la razón hasta por
los ojos a Pedro Sánchez cuando le decía a Pablo Iglesias desde la tribuna que
no se podían tener dos gobiernos metidos en uno. O un gobierno encastrado en el
otro. Pero es que además, la entrada de Podemos en el equipo gubernamental
hubiera supuesto una auténtica amenaza para la economía de nuestro país y para
la consecución de su equilibrio.
Con mucho motivo algunos de
los ministros del actual Gobierno en funciones le pidieron estos últimos días
al presidente que levantara unas barreras en esa negociación sui generis que
han celebrado Podemos y PSOE de modo que, en el caso de que se llegara a un
acuerdo de reparto de carteras -porque era de eso de lo único que se estaba
hablando- los hipotéticos futuros titulares de ministerios pertenecientes a la
formación morada no tuvieran de ninguna manera acceso, por ejemplo, a la
Comisión Delegada de Asuntos Económicos ni a la de Seguridad Nacional ni a la
de Asuntos de Inteligencia.
Y es que, retóricas de
hemiciclo aparte, muchos de los miembros del Gobierno en funciones se
preparaban aterrados ante la posibilidad de que un error garrafal del
presidente hubiera abierto la puerta a ese gobierno de coalición que -digámoslo
también ahora- nadie en el PSOE quiso nunca y menos que nadie lo quiso Pedro
Sánchez.
Lo que hemos visto esta
semana ha sido el resultado de un error de cálculo del presidente del Gobierno
Lo que hemos visto esta
semana ha sido el resultado de un error de cálculo del presidente del Gobierno
y de su asesor estratégico que ha podido llegar a costarle muy caro a él y al
país en su conjunto. El error estuvo en cambiar de planes inesperadamente y
decir en la televisión el jueves de la semana pasada que aceptaría la inclusión
de dirigentes de Podemos en el futuro Gobierno. Eso era nuevo, nunca se había
planteado porque tenía riesgos enormes y constituyó un error descomunal que nos
ha podido costar muy caro.
Otra cosa habría sido que
Sánchez se hubiera mantenido en la invitación a formar parte del Ejecutivo a
personas próximas a Podemos y suficientemente cualificadas. Probablemente,
Iglesias se habría acabado conformando con ese nivel de participación porque,
al fin y al cabo, esos tres o cuatro ministros de la órbita del partido morado
habrían podido jugar un papel a satisfacción de las dos partes. Pero Sánchez se
pasó en su apuesta, convencido como estaba de que Iglesias nunca admitiría
retirar su candidatura a formar parte del Gobierno, y con ese error llegó todo
lo demás.
No tengan ustedes ninguna
duda: el presidente está ahora mismo frustrado y disgustado porque su opción de
presidir un Gobierno con todas las bendiciones parlamentarias se ha malogrado
por el momento, pero también está profundamente aliviado de haberse quitado de
encima esa fórmula suicida de un gobierno encajado en otro gobierno, que es lo
que se habría producido con toda seguridad si
Iglesias llega a aceptar la última oferta del PSOE.
Y eso habría significado una
situación de Gobierno con desdoblamiento de la
personalidad en perjuicio del equipo socialista en multitud de
problemas, el primero de los cuales se habría desatado en cuanto el Tribunal
Supremo hubiera hecho pública su sentencia condenatoria de los independentistas
procesados.
Porque no nos engañemos:
puede que Pablo Iglesias hiciera el esfuerzo de guardar un siempre incómodo
aunque elocuente silencio a ese respecto pero muy pocos de los suyos le
seguirían en el sacrificio y así tendríamos que miembros de un partido que
forma parte del Gobierno de España sostienen que hay que sacar a los presos
políticos de la cárcel porque este no es un Estado de Derecho y aquí se
persiguen los delitos de opinión. Es
sólo un ejemplo de una infinidad de situaciones problemáticas a las que se habría
tenido que enfrentar el presidente y sus ministros de haber tenido a Podemos
metido dentro de casa.
Afortunadamente, Iglesias no
ha estado muy diestro y ha dejado pasar la ocasión de meter una cuña en el
Ejecutivo. Ya digo que yo me alegro y
que respiro aliviada. Creo también que va a ser muy difícil, mucho, que después
de lo sucedido, se reanuden unas negociaciones que nunca fueron programáticas
-lo explicó el propio Sánchez en la televisión- sino al 99% relativas a los
cargos, pero que han dejado muchas heridas en ambos contendientes o
interlocutores.
Los socialistas ya no se
fiaban de los podemitas antes de esto pero a partir de ahora esa desconfianza
va a pasar a ser granítica. Y los podemitas se han quedado compuestos y sin
novia, humillados hasta el final por el golpe asestado por Adriana Lastra en
los últimos minutos del duelo cuando Iglesias, en un movimiento patético, se ofreció sobre la
marcha a renunciar al ministerio de
Trabajo si se le adjudicaban las políticas activas de empleo: “Señor Iglesias,
¿no sabe usted que las políticas activas de empleo están transferidas a las
comunidades autónomas? Quiere usted conducir un coche y no sabe donde está el
volante”.
No van a reanudarse los
contactos para pactar una entrada en el futuro Gobierno de dirigentes del
partido morado. No quiere Sánchez, no quieren sus ministros y no quieren los
dirigentes de Ferraz, Sí querían los abajo firmantes de siempre y algunos colegas
de esta profesión, además, seguramente, de muchos votantes de izquierdas. Pero,
visto de cerca, es mejor que el morlaco se vuelva a los corrales y que tengamos
así la fiesta en paz.
El resultado final de la
sesión de investidura más torpe y peor planteada de todas las que se han
producido en la historia de nuestra democracia es que Pedro Sánchez ha
fracasado en su intento.
Hay que decir que una gran
parte de la culpa es suya porque llegó a este proceso prácticamente con las
manos en los bolsillos; habiendo metido la pata en el último momento con eso de
admitir a los dirigentes de Podemos como miembros de su futuro Gobierno;
habiendo señalado además al partido morado como “socio preferente” sin
haber celebrado la menor negociación de
programas; sin haber hablado con quienes se suponía que le habían de
proporcionar los votos para ser investido -todos ellos se lo han reprochado
durante las sesiones parlamentarias- y, simultáneamente, lanzando a la bancada
de los partidos conservadores la petición, que él convirtió sorprendentemente
en “exigencia”, de que se abstuvieran para facilitar la constitución de un
Gobierno.
Pero “soplar y sorber, todo
no puede ser”. O se cierra una
negociación seria y sólidamente construida con los posibles socios de
investidura que garanticen su apoyo más
allá de la sesión de entronización y se extienda a un respaldo a la acción del
gobierno en los años sucesivos, o se ofrece a los partidos de la oposición
conservadora algún tipo de pacto que
puede concretarse de manera más precisa en los acuerdos de Estado de Casado
ofreció a Sánchez sin que éste se haya dignado en recoger el guante lanzado y
darle una respuesta positiva. Pero intentar meter a Podemos en el Gobierno
apoyándose en la abstención del PP no parece una pretensión muy sensata. Pero
es lo que ha estado pidiendo todos estos días el presidente del Gobierno en
funciones.
La investidura ha fracasado
porque estuvo mal planteada desde el comienzo. Pero aquí no ha acabado nada,
salvo que el encargo del Rey a Pedro Sánchez ha decaído en cuanto se ha
procedido al recuento de votos. ¡Y ahora resulta que septiembre existe! Lo digo
porque durante estas semanas el planteamiento del presidente en funciones era:
o salgo investido en esta sesión o nos vamos a elecciones en noviembre.
Septiembre se había esfumado
del calendario. Bien, celebremos que el mes haya regresado a él y a los planes
presidenciales. Porque sucede que, dado que la suya es la única alternativa
viable de Gobierno, está obligado a partir de ahora a explorar todas las vías
posible para volver en septiembre a otra sesión de investidura antes del día 23
con los deberes hechos y los apoyos y las abstenciones bien amarradas antes de
salir a la tribuna.
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