Antonio Elorza, catedrático de Ciencias
Políticas de la Universidad Complutense de Madrid y director del departamento
de Iglesias. y director del departamento de Iglesias.
La crisis económica ha
sido la estructura de oportunidad en cuyo marco han surgido los nuevos
movimientos sociopolíticos. En un caso (Syriza de Tsipras en Grecia), por
agrupamiento de una izquierda antes fragmentada; en los otros dos (Movimiento 5
Estrellas del italiano Beppe Grillo, y Podemos, liderado por Pablo Iglesias, PI por sus siglas en bolivariano), desde una radical novedad en medios y mensaje. La estructura
de oportunidad puede compararse a un vacío en la vida política, en
circunstancias como las actuales de creciente malestar económico y descrédito
de los actores políticos tradicionales, que alcanza al propio régimen
constitucional.
A Pablo Iglesias (PI), le
repugna la democracia como procedimiento, pero no para de invocarla
El espacio político
tolera mal el vacío, de manera que para cubrirlo surgen las respuestas, a veces
con una mezcla de acción insurreccional y populismo —por algo Chávez es un
héroe para Podemos—, otras fundiendo mediante la violencia el carácter
antisistémico en lo político con la conservación del orden social. No faltan
nunca la visión maniquea de la realidad, la designación consiguiente de un
círculo de los enemigos, el componente violento —verbal y/o físico—, la
apelación directa al pueblo o a “los ciudadanos”, el menosprecio de la democracia
representativa y la modernidad en la comunicación, salpicada de gestos
demagógicos.
Hay una diferencia
sustancial entre 5 Estrellas y Podemos. Basado en el blog y en las explosiones
retóricas de Beppe Grillo, con su discurso de descalificación frente a “las dos
castas”, a Europa y a lo que se le ponga por delante, 5 Estrellas eligió una
estrategia de ataque frontal, visible en todo momento. En la vertiente opuesta,
sin renunciar a una actitud de enfrentamiento con “la casta”, ni a la
visibilidad, Podemos intenta conquistar áreas sucesivas del mercado político, y
para ello el radicalismo verbal se encuentra acompañado de la simulación. Según
P. I. ilustró por medio de una elegante metáfora, se folla desnudo, pero para
ligar hay que vestirse. De hecho, propone más un disfraz que un traje, por lo
que él mismo aclara al citar como ejemplo la actitud de Lenin en 1917, hablando
de paz y no de revolución para lograr un máximo respaldo a su acción
revolucionaria.
Ya sucedió ya con el
programa electoral, a PI le repugna la democracia como procedimiento; contra ella,
lancemos tuercas (título de su espacio en Tele K). Sin embargo, el programa
rebosa de la palabra “democracia” como seña de identidad; sus propuestas serían
la verdadera democracia. No conviene asustar. Al ocuparse luego del tema, habla
de “reformar la Constitución”, solo que al explicarlo su contenido es el
proceso constituyente, de raíz chavista. Del mismo modo que su soflama contra
la prensa de los millonarios, de apariencia ultrademocrática, invoca bajo
cuerda una “regulación” del Gobierno, realmente existente bajo Maduro y Correa
y contraria a la libertad.
Ahí está su resuelto
apoyo, más que a la autodeterminación, a la independencia de Cataluña y Euskadi,
en la línea del “clase contra clase” de los años treinta, por ser procesos que
contribuyen a la destrucción del Estado “de la oligarquía”. Hacia la opinión
pública, conviene envolverlo en una empalagosa declaración sentimental de apego
a España, seguida de un respeto “democrático” al derecho a decidir.
La cosa cambia si P I
habla en una herriko taberna, ante quienes juzga auténticos representantes del
pueblo vasco. El amor encuentra allí otro destinatario: lo mantendrá “cuando os
vayáis…”, dice con ternura a los asistentes. Nada tiene de extraño, pues, su
apoyo a Herrira, a los presos etarras, o a las negociaciones con ETA, lo cual
es tan significativo como legal. La herriko taberna se convierte además en el
espacio adecuado para contar una historia de la España democrática al modo
abertzale y para progres a la violeta: el régimen de 1977 solo sería “una
metamorfosis del franquismo”, la Constitución fue pacto de élites y excluye al
“pueblo”, “un papelito”.
Nos movemos, pues, en
el terreno de un engaño consciente, pues una cosa es la propuesta abierta y
otra la intención real, de acuerdo con la máxima de P. I.: lo importante es
ganar. De momento, toca inscribirse en el espacio de una izquierda
intransigente, sin más aristas, para absorber a IU y preparar la OPA contra el
PSOE. El supuesto de fondo es la necesaria latinoamericación de la política del
Sur de Europa, con el ejemplo de los regímenes autoritarios y populistas. No
importa que Venezuela sea un caos económico y que aquí no tengamos petróleo a
100 dólares para sostener el tinglado.
En esa dirección no hay
crítica: el polo del bien abarca para nuestro hombre a todo país antiimperialista,
incluido el Irán de los ayatolás, hasta Corea del Norte. Lo suyo no es la
crítica del marxismo soviético ni de sus secuelas.
Antes de ponerse la
máscara poselectoral, su ideario es claro. Antieuropeismo y antiimperialismo
primario, con apoyo a cualquier tirano por el solo hecho de ser antiyanqui;
adhesión a un patrón chavista que acepta la forma democrática vaciándola de
contenido mediante la satanización y el ataque constante a la oposición, sin
división de poderes, más el monopolio parcial de los medios; todo en busca del
poder vitalicio del líder (“Chaves inmortal”). ¿Por qué extrañarse de la
calificación de antisistema? Y algo peor si añadimos el exterminio del adversario.
Ahí está el elogio de PI a la guillotina —“acontecimiento fundador de la
democracia”— y a Robespierre, por aquello de que castigar al opresor es
clemencia y perdonarle, barbarie. “¡Qué actual la reflexión de ese gran
revolucionario!”, concluye.
El doble lenguaje
permite a PI esconder lo que está al otro lado del espejo. Aquí entra en juego
la auténtica revolución de Podemos, materializada en la comunicación política,
desde la utilización constante de la videocracia, al desarrollo de la técnica
de acceso y control del poder mediante la Red. No estamos ante la democracia
líquida de los partidos piratas. Beppe Grillo y Casaleggio marcaron otra vía,
que ahora sigue Podemos. Quedan configurados dos niveles de poder, el de la
política local donde los meet-ups funcionan con autonomía y satisfacen la
exigencia participativa, y el nivel central, donde los mecanismos de
comunicación y elaboración de decisiones, como se ha visto en Italia, conjugan
cohesión interna y dirección monolítica de Grillo. Contra lo previsto, las
disidencias fueron rápidamente cercenadas, como aquí el brote de la Asamblea de
Madrid. Los tuits resultan óptimos para machacar al adversario, mientras ningún
grupo interno tiene capacidad para contrarrestar los mandatos del centro.
Sin duda PI y Errejón
lograrán lo que una socióloga italiana llama el “centralismo cibercrático”,
colocando el uso masivo de la Red, una ilusión de democracia directa, bajo
dirección leninista. Solo falta que el PSOE permanezca anquilosado para que P I
prosiga su ascenso.
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