Nunca es buena idea golpear a tu esposa
en casa cuando eres miembro de una asociación de defensores de las causas de la
mujer (tampoco es buena idea hacerlo cuando no lo eres, pero esa es otra
historia). Eso es justamente lo que ha estado haciendo México en los últimos
años con el tema de los derechos humanos.
El Gobierno de México se ha puesto a
firmar alegremente todo tipo de tratados internacionales, algunos incluso
sorprendentemente muy progresistas y ambiciosos en el mejor de los sentidos: en
materia de derechos de los niños, los jóvenes y las mujeres, de los poseedores
de discapacidades diferentes, de los trabajadores o de los indígenas.
Compromisos que revelan una generosidad y un alarde civilizatorio que serían
harto encomiables si no fuera por el hecho de que fueron firmados sin ninguna
intención de hacerlos cumplir.
Casi nada se muestra con la nitidez de
la comparecencia del Gobierno de
EPN esta semana ante el Comité de Desapariciones Forzadas de la Organización de
las Naciones Unidas (ONU), en Ginebra, Suiza. Los miembros internacionales
preguntaron una y otra vez a la delegación mexicana sobre los registros
oficiales u oficiosos de cuántas desapariciones forzadas se contabilizan en el
país; también pidieron precisiones sobre cuántas de estas desapariciones son de
mexicanos, de emigrantes mexicanos y centroamericanos que buscaban cruzar la
frontera para llegar a Estados Unidos, cuántas son de niños y cuántas de
mujeres. Las respuestas de nuestros funcionaros fueron tan erráticas, pobres y
evasivas que al comité internacional le quedó muy claro que el Gobierno de Peña
Nieto han puesto muy poca atención al problema
o de plano lo han ignorado, pese a los tratados internacionales que nuestro
país ha asignado al respecto.
Las respuestas fueron tan
insatisfactorias que los relatores reprobaron a la delegación mexicana e
incluso regañaron a los funcionarios: si no se sabe cuál es el problema, no se
puede crear la legislación adecuada ni tampoco los programas concretos para
implementar una política de lucha contra esa lacra, fue su dictamen.
Hasta
ahora el Gobierno mexicano había creído que podía obtener lo mejor de “los dos
mundos”. Pretender ser un país perteneciente a la OCDE y asumir de boca para
afuera las responsabilidades de una sociedad moderna, responsable y madura; y
al mismo tiempo comportarse, puertas adentro, como un país de la África
profunda en el trato a sus ciudadanos. 22.000
desapariciones prácticamente sin
investigación de por medio y sin que a ningún funcionario le quite el sueño no
es precisamente el comportamiento de ningún otro miembro de los clubes a los
que México pertenece.
El escándalo de Ayotzinapa es el fin del
elefante en el cuarto que el resto de los países ricos pretendía no ver en sus
relaciones con nuestro país. Había algo de hipocresía entre los miembros de la
sociedad a favor de los derechos de la mujer que preferían ignorar la violencia
doméstica del compañero mexicano. Para nadie en la comunidad internacional es
un secreto la ausencia de un Estado de derecho en buena parte de los temas
relacionados con la vida cotidiana en México. La presencia de la tortura en los
procesos judiciales, las violaciones de los derechos humanos, la arbitrariedad
en la impartición de la justicia, la ausencia en la rendición de cuentas o en
el combate a la corrupción. Pero la economía mexicana es la undécima en el
mundo, un socio con quien se hacen muy buenos negocios y un aliado estratégico
por su vecindad con Estados Unidos, el mercado más codiciado en el planeta. Así
es que han existido poderosos motivos para hacer la vista ciega ante los
moretones que exhibe la consorte del compañero mexicano en los actos sociales
de la organización defensora de las mujeres.
La desaparición de 43 estudiantes
disidentes y la reprobable actitud seguida por las autoridades mexicanas, más
interesadas en dar vuelta a la hoja e ignorar el problema que resolverlo, marca
un hito en la actitud de la comunidad internacional. Por vez primera en muchos
años, han reprendido al socio díscolo e irresponsable. Es útil porque parece
ser la única llamada que tiene algún efecto en el comportamiento evasivo del
infractor.
México aspira a convertirse en un
miembro del primer mundo y la importancia de su economía en ocasiones le
permite comportarse como tal. Pero no lo es. Quiere ser Suiza pero prefiere
seguir tratando a sus ciudadanos como aldeanos de Burkina Faso (dicho con todo
respeto). Mientras no entienda que los derechos humanos de un estudiante de
Guerrero o un campesino de Oaxaca deben ser respetados tanto o más que los de
un turista alemán de visita en Cancún, seguiremos siendo un país de hipocresías
y espejismos.
Del Blog de: Juan Pardo Navarro,esa extraordinaria persona que entiende la vida de esos seres que llamamos humanos,que se aprovechan de los verdaderos humanos en el mundo " GRACIAS POR SER COMO ERES JUAN PARDO NAVARRO..
ResponderEliminar我覺得每個人的心就像座機場,如你讓自己的心 長滿了無名草,就像機場跑道沒有保養,也會發生危險
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