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Hay víctimas de sus propios errores que se siguen llamando comunistas. Otros vivieron o sufrieron como comunistas, medraron como
compañeros de viaje, y aún no lo han lamentado públicamente. Si no confiesan su
culpa o analizan su error de ayer, mal podemos atenderles hoy. La denominación
de.. "comunista" ha quedado manchada para siempre. En el vocabulario
político se halla en la misma monstruosa sima que la apelación de
"nazi" y, posiblemente, más bajo que socialista. Quienes rindieron
pleitesía al comunismo nos deben, no una autocrítica al
estilo de las de los juicios de Moscú, sino una explicación de cómo pudieron
hacerse esclavos de tan monstruosa filosofía y organización, para aviso de
propios y extraños. Rectificar errores del pasado hace que el presente programe el futuro.
Gorbachov, el VIII líder de la URSS,
al que nunca agradeceremos bastante el haber desmantelado el "imperio del
mal" (como lo llamaba Reagan, ahora sabemos todos que justificadamente).
Cuanto más nos remontamos en el tiempo, peores fueron esos líderes. Elegiré un
ramillete de tres, otro que no pudo serlo y el gran maestro de todos ellos.
Jruschov hizo un favor a la
humanidad confesando, en su famoso discurso secreto del XX Congreso del PCUS,
de 1957, algunos de los crímenes de Stalin, pero adujo una coartada indigna de
un marxista, la del "culto a la personalidad". Sólo la firmeza y
valentía del presidente Kennedy detuvieron a Jruschov en su intento de realizar
un ataque nuclear contra EEUU desde Cuba. En cuanto a su capacidad de predecir
científicamente el futuro, recordaré una frase del campesino Jruschov: "El
comunismo desaparecerá cuando los langostinos aprendan a silbar".
Stalin, a quien muchos de los vergonzosos
comunistas adoraron, es junto Hitler una de las figuras más diabólicas de la
historia. Habría que hacer recuento de las muertes causadas por estos dos
dictadores, que con la propaganda y el terror supieron apoderarse del alma de
dos grandes pueblos, el alemán y el ruso. Distingamos con Bullock las muertes
políticas del total de la mortandad violenta en los 30 años que van de 1920 a
1950 (que quizá alcance los 50 millones de personas). Hitler hizo matar en los
campos de concentración y los guetos a seis millones de judíos, que no fueron
menos, digan lo que digan los nuevos fascistas; a ésos hay que añadir dos más,
hasta ocho, entre gitanos, rusos, socialistas y comunistas alemanes, y otros
opositores a su poder. Stalin fue culpable de la muerte de unos 16 millones en
su Gulag. En su caso se ensañó especialmente con sus propios súbditos:
campesinos, cosacos, intelectuales, o veteranos de la guerra de España; o todos
los que hubieran sido prisioneros de guerra, a los que envió inmediatamente al
Gulag, bajo sospecha de espionaje. La maldad de Stalin es menor, si es que en
esos, sumideros caben distingos, en cuanto que no intentó el genocidio de dos
pueblos, o dos "razas", como decía Hitler, el de los judíos y el de
los gitanos. Pero por lo que se refiere a número y consanguinidad, el antiguo seminarista
sobrepasó ampliamente al fracasado artista del pincel.
Dicen que Lenin fue mejor que su
sucesor en el cargo. En efecto, en cuanto a muertes es difícil rivalizar con
tanta iniquidad. Mas, desde el punto de vista político e intelectual, dio
lustre a una especie de hombre muy repartida en el siglo XX, la del terrorista
revolucionario. Tanto Stalin como Lenin tenían pretensiones intelectuales. Los
ha retratado con pluma acerba SoIzbenitsin: en Pabellón de reposo, a Stalin escribiendo un papel sobre la
teoría marxista de la evolución de las especies, en pleno ejercicio de su
satrapía; en Lenin en Zúrich, a
Lenin componiendo artículos sobre la inminente revolución bolchevique en
Suecia, cuando ya gobernaba en Rusia Kerensky. Stalin fue un Calígula a la
manera asiática, pero Lenin está más cerca de nosotros, más cerca de esos
profesores que aún le defienden: fue un intelectual revolucionario a la manera
occidental, como los retratados por Joseph Conrad en El agente secreto: el hombre de
acción que sin escrúpulo alguno, sin parar en los medios, se sirve de las
ideas, de los ideales de la humanidad, para alcanzar el poder; y para
mantenerse en él crea la Cheka.
Tras haberse convertido al marxismo
dio a luz la idea de la necesidad de una élite revolucionaría capaz de imponer
el progreso revolucionario a un proletariado dormido. En un folleto de 1902,
titulado ¿Qué hacer?, Lenin
propuso la creación de un partido que formase "la vanguardia del
proletariado": "Dadnos una organización de revolucionarios, y
subvertiremos a Rusia". Con su golpe de Estado de noviembre de 1917
destruyó el frágil régimen democrático creado tras la caída del zar. Se mantuvo
en el poder prometiendo a los soldados, obreros y campesinos rusos paz,
comunismo y la tierra para el que la trabajaba. No cumplió ninguna de estas
tres promesas; sólo otra a sus camaradas bolcheviques, la de imponer "la
dictadura del proletariado" propugnada por Marx, es decir, la férrea
autocracia imperial de una capilla de revolucionarios. El propio origen del
término "bolchevique" es revelador: una minoría que se adjudica el
nombre de mayoría, precisamente para aplastar a los reformistas mayoritarios.
Las injusticias del zarismo, las cortedades de Kerensky, no justificaban esos
75 años de catastrófico régimen revolucionario nacido gracias a Lenin. Trotski,
a la cabeza del Ejército Rojo y en el poder al lado de Lenin, no tuvo escrúpulo
alguno en el uso de la pena de muerte, la cárcel y el exilio para quienes
dentro del movimiento revolucionario no coincidían exactamente con la
dirección.
Si pasamos de los dirigentes
bolcheviques a su mentor Carlos Marx, el espectáculo no es más edificante.
Desde el punto de vista filosófico, el pensamiento de otros autores
materialistas es más completo e interesante: empezando por Espinosa y el barón
de Montesquieu; siguiendo con David Hume y Jeremías Bentham, y terminando por
el mismo Engels y el revisionista Eduardo Bernstein. Y no digo nada de Stuart
Mill, cuya teoría económica asumió, íntegra Marx, tras insultarle
abundantemente. Su única aportación original a la economía fue la de subrayar
el inmenso poder productivo del capitalismo, en lo que le precedió el también denostado
Nassau William Senior. Tres rasgos de su vida personal y una frase resumen su
fanático carácter. Los tres rasgos son: las terribles estrecheces que hizo
pasar a su mujer y a sus hijas; su negativa a conocer a la compañera de Engels,
de cuyo dinero vivían ambos, y el hijo que tuvo con la cocinera de la familia,
que hubo de adoptar Engels por el qué dirán. La frase recoge la funesta idea de
la lucha de clases: "¡La burguesía se acordará de mis forúnculos!".
¿Cómo pudo tal credo poner en
peligro la civilización? Hasta 1917, sólo unos pocos locos eran marxistas
revolucionarios. Pero la humanidad es muy susceptible al atractivo de las
creencias absolutas, sobre todo cuando las apoya el poder absoluto. El
marxismo-leninismo utilizó sin duda el poder de la URSS para prostituir ideales
entrañables de los trabajadores: la justicia para los pobres, la hermandad de
los pueblos por encima de las fronteras, la esperanza de un mundo mejor.
También los nazis prostituyeron los ideales de patria, orden y trabajo, tan
queridos de las clases medias.
La principal ventaja del marxismo
sobre otros fanatismos estriba en que predijo cosas comprobables, que no
resultaron. Por eso ha caído. Otros credos han cometido maldades en nombre de
la felicidad de ultratumba. No se me malentienda. No estoy condenando el sentir
religioso. En el campo personal, pocas sentencias hay sabias que "no sólo de pan vive el hombre"; en el
campo político, pocas amonestaciones más prudentes que "mi reino no es de
este mundo". Hablo del pasado del que las iglesias se han arrepentido.
A
quienes son o fueron comunistas les pido, por Dios o por la humanidad, que se
arrodillen y hagan las paces consigo mismos... como lo haría un
nacionalsocialista... por la muerte y la opresión que su partido ha infligido a
la humanidad. No hacerse las víctimas mientras encuentran culpables a los que responsabilizar de los males de su historia, una vez muerto el presente y sin futuro.
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