La reunión -Asia-Europe Meeting (ASEM)- que cada año se celebra en Washington y otro país (Milan/2014) con la presencia de todos los Ministros de Economía y banqueros del mundo, junto con el Fondo Monetario Internacional
(FMI) y el Banco Mundial. Tiene como única función saber como “los dueños” del
dinero están viendo la situación económica primero globalmente y, después,
localmente. No, no tienen piedad de
nosotros. Pero, si es cierto, que se interesan más que antes por la situación
de bienestar de ciertos países –España, no- y mejorar la de países que viven de
mala manera.
En la última (Noviembre/2014) hubo varias sorpresas. La primera es la recuperación europea.
El consenso es que la economía de la eurozona va a crecer un 2% este año
gracias a un euro más barato que ha estimulado las exportaciones, la masiva
inyección de liquidez monetaria que ha hecho el Banco Central Europeo y la
bajada de los precios del petróleo. Pero lo más importante es que ha
desaparecido de la mente de inversores, banqueros y empresarios el temor a un
colapso económico de la eurozona. Así, según un estudio de la consultora A. T.
Kearney, de los 25 destinos preferidos por las empresas para sus inversiones en
todo el mundo, 15 están en Europa. Esta perspectiva optimista contrasta con dos
realidades. La primera es que para muchos europeos esta recuperación es
invisible, intangible e irrelevante. El alto nivel de desempleo (la media
europea es de un 11%) y los dolorosos recortes presupuestarios hacen que para
muchos sea difícil creer que la recuperación económica está en marcha.
Con total seguridad, la segunda realidad, Grecia/España y Portugal van a ir mal,
bastante peor de lo vaticinado. Y si bien su crisis va a ser traumática y
afectará a Europa, pocos creen ya que el hundimiento de Grecia y su eventual
salida del euro puedan ser el fracaso del proyecto europeo.
Europa no es la única zona con buenas
noticias. Estados Unidos crece al 3%, India al 7,5% y este año Japón pondrá fin
a décadas de estancamiento. Y a pesar de estar plagada de crisis humanitarias,
conflictos armados e inestabilidad política, el África subsahariana también
tendrá en 2015 un desempeño económico superior al promedio mundial.
En cambio, la economía china se
desacelera. En 2014 tuvo el menor ritmo de crecimiento en 24 años. El trimestre
pasado fue el peor en seis años. El gigante asiático está en una compleja
transición de un modelo de crecimiento basado en las exportaciones, el crédito
fácil y la abundancia financiera y fiscal a un esquema que apuesta más por la
inversión y por su mercado interno.
EEUU crece al 3%,
India al 7,5% y este año Japón pondrá fin a décadas de estancamiento. Pero China no es el único de los
mercados emergentes que causa preocupación. Rusia
tendrá un muy mal año. La caída de los precios del petróleo, las sanciones
internacionales por sus agresiones bélicas y la masiva fuga de capitales
causada por la profunda desconfianza en Vladímir Putin y su equipo han postrado
su economía.
Brasil, otro de los países emergentes, ha
pasado de ser una esperanza a ser visto como un mal ejemplo es Brasil. El legado del presidente Lula
da Silva (mucho crédito, mucho consumo, muchas dádivas y poca inversión),
combinado con las desastrosas políticas económicas de Dilma Rousseff en su
primer periodo, han llegado al inevitable desenlace: un doloroso ajuste
económico que pagarán desproporcionadamente los más pobres.
En general, América Latina se verá afectada por la caída de los precios de las
materias primas que exporta, aunque los países ya debilitados por las malas
políticas —Venezuela, Argentina, Brasil— sufrirán más que el resto.
Una de las sorpresas es la importancia
macroeconómica —y global— que ha adquirido la corrupción. Obviamente, la corrupción no es nada nuevo. Sí lo son sus
magnitudes, su mayor visibilidad y sus consecuencias globales, desde China a
Chile.
En China, la lucha contra la corrupción es —junto con la desaceleración de la
economía— un tema central. El presidente Xi Jinping lidera una purga de
funcionarios, políticos y empresarios acusados de corrupción. Ya hay más de
80.000 procesados y otros 100.000 están siendo investigados. En Brasil, un
gigantesco desvío de dinero público también está sacudiendo al Gobierno. Aécio
Neves, el rival de Dilma Rousseff en las recientes elecciones presidenciales,
se atrevió a declarar que la presidenta ganó su reelección gracias al crimen
organizado, y que su grupo, el Partido de los Trabajadores, empleó en la
campaña dinero robado.
También son notorias las oligarquías que
han acumulado fastuosas fortunas gracias al constante y sospechoso apoyo que
tienen de los gobernantes de Rusia, Argentina y Venezuela, por solo mencionar
algunos ejemplos. Recientemente nos sorprendió que incluso Chile, un país que históricamente no
había sufrido los niveles de corrupción comunes en su región, se ha visto
sacudido por escándalos que salpican a líderes políticos de la oposición y a la
propia presidenta, Michelle Bachelet. Hasta el punto de que hoy ha renovado todo
su equipo de Gobierno sin descartar en breve, su propia dimisión. Así es. La corrupción no es nada nuevo. Pero
cuando llega a afectar al desempeño macroeconómico de un país quiere decir que
ha alcanzado magnitudes que sorprenden hasta a los banqueros.
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