Hoy voy a comenzar con una aclaración. Liberal, no es lo que os intenta vender la corrupta e innecesaria izquierda; ni mucho menos donde se quiere cobijar el PP, por cierto, ni se le admitión en el grupo liberal europeo.
Tres parámetros determinan, hoy por hoy, la España cañí donde hasta los toros son corruptos. Un número, un clima y una palabra definen hoy el
estado de la nación postrada. El número es el de seis millones de
personas. El clima, el de la depresión, la estupefacción, el antagonismo
y la rabia. Y la palabra, indescriptible, es paciencia y austeridad.
Nada más darse el pistoletazo de salida a la etapa de destrucción social
que se ha convenido en definir con el eufemismo de crisis, los españoles
han dado exageradas muestras de resignación y de confianza, hasta de la furia española, indebidamente, se han apropiado los políticos. Desde ese preciso momento, se pusieron
en manos de quienes prometieron atajar definitivamente la incompetencia
de anteriores gobernantes y aceptaron sus fórmulas para sacar el país
de la deriva. Pero todo lo que ha ocurrido desde entonces, por muy bien
intencionado que fuese, no solo no ha servido para revitalizar la
sociedad y la economía, sino que las ha condenado a una triple quiebra.
En primer lugar, una quiebra económica. Con la
capacidad de financiación eliminada de cuajo y el consumo reducido casi a
términos de supervivencia, la mayor parte de las empresas españolas,
desde las pequeñas y medianas a las que en otro tiempo fueron sólidos
imperios, luchan denodadamente por no cruzar las líneas rojas que llevan
a la debacle. Muchas las han sobrepasado ya.
La consecuencia más visible y más sangrante para
el país es esa inasumible cifra de seis millones de
personas que no tienen posibilidad de hacerse cargo de su propia vida,
porque su único capital -preparación, capacidad de esfuerzo, talento- es
hoy inaccesible para las empresas, diezmadas por la abrupta caída de
los ingresos.
Otra de las crisis que padecemos es la de ideas. O
si se quiere expresar más rotundamente, una crisis de valentía. Tanto
este Gobierno como el anterior han aceptado obedientemente el dogma
impuesto por la dictadura del euro, o sea, de Merkel que consiste,
sencillamente, en empobrecer más y más al pueblo para financiar la usura
internacional y adorar el tótem de la reducción del déficit. Ni un solo
estímulo, ni una sola disensión en la línea marcada por quienes viven
ajenos a los problemas reales de la gente real.
Y a consecuencia de la quiebra económica y de la quiebra de ideas, llama a las puertas la peor de todas: la quiebra social.
La falta absoluta de perspectivas, unida a
algunos errores inaceptables -como el fraude de las preferentes- y
muchos comportamientos punibles -como las conductas corruptas de tantos
políticos-, está haciendo fecundar el huevo de la serpiente. Tras la
desafección que trajo consigo el inicio de la crisis, está ya amenazando
el presente la ruptura de la cohesión social, como revelan cada día los
enfrentamientos callejeros y la virulencia que empieza a reinar en los
ámbitos públicos. Y eso, pese a que nuestra historia nos demuestra que
la senda de la rabia y el odio es el peor camino que puede tomar una
sociedad civilizada. Y el más rápido para dejar de ser lo que pretendía.
Luchar contra esa ruptura y remontar la triple
quiebra debiera ser la prioridad nacional. Para ello se requieren muchas
virtudes, pero entre ellas, aunque esto disguste al presidente del
Gobierno, no está la paciencia.
Paciencia ya han tenido los ciudadanos viendo
cómo se hunden sus expectativas, cómo crece el desempleo, cómo se
cierran comercios y empresas, cómo desaparecen sectores enteros, cómo se
ejecutan desahucios, cómo emigran los jóvenes incluso muy preparados,
cómo se recortan los sueldos, cómo se reducen las prestaciones, cómo se
agotan las reservas en los bancos de alimentos.
Paciencia ya han tenido también viendo cómo se
quedan sin discurso ni respuestas ni liderazgo los partidos políticos,
cómo crecen los comportamientos intolerables alrededor del presupuesto
público, cómo se cruzan los sobres y se usan las influencias, cómo se
aprovechan los sindicatos y los que viven solapadamente del erario, cómo
se protegen y se benefician los poderosos.
No es paciencia lo que se le puede pedir hoy a
España, sino inconformismo. No es cobardía ni pereza lo que se debe
esperar del Gobierno, sino diligencia.
Diligencia para hacer aflorar el crédito, el
consumo y la producción. Diligencia para responder a las demandas de los
españoles. Diligencia para cumplir el programa electoral, en lugar de
traicionarlo con más subidas de impuestos y cerrojazos a la iniciativa
privada. Diligencia para ahorrar de una vez reformando la aparatosa
Administración, que se ha multiplicado por diecisiete y continúa
creciendo hasta la deformidad, al tiempo que se enflaquece el servicio
público.
Pero, en lugar de afrontar estos retos, tantas
veces demandados desde esta tribuna, el presidente del Gobierno, sus
pacientes ministros y no pocos Ejecutivos autonómicos prefieren
contemplar solazadamente el huracán, mientras toman decisiones en la
dirección contraria: engordan las diputaciones, mantienen el imposible
mapa de ayuntamientos, toleran televisiones propagandísticas, engrosan
las nóminas de asesores, rebajan servicios útiles como el malogrado de
la dependencia y, entre una decisión y otra, continúan incrementando la
sangría al ciudadano.
Si el Gobierno y la desnortada y descabezada
oposición se planteasen un compromiso real con España, deberían dejar de
obsesionarse con sus verticales caídas en la intención de voto. Porque
no resulta difícil descubrir por qué cada vez más votantes les huyen.
Los abandonan porque no aportan soluciones. E
incluso muchos los identifican con el problema. Y lo hacen porque no los
ven capaces de fraguar lo que todos demandan: un gran pacto para
superar la situación de emergencia nacional. Un pacto de Estado que
cohesione y redirija la acción política a un solo fin: volver al
crecimiento.
Para ello se necesita diseñar una política común
que favorezca la inversión y la contratación, con la vuelta del
crédito, el ajuste de la fiscalidad y el estímulo al mercado interno y a
la exportación. Se precisa también reformar a fondo la Administración
para que deje de ser la pesada e ineficiente losa que los españoles
soportan como contribuyentes y padecen como ciudadanos. Y repensar las
leyes laborales para incentivar la contratación en lugar del subsidio. Pero no temáis, no harán ni lo uno, ni lo otro.
Pero antes de las medidas concretas que desgranan
a diario los expertos, el cambio más radical debe darse en la actitud
de los agentes políticos. No es con puñetazos en el escaño ni con voceo triunfalista ni con anemia en la oposición como se contribuye a
superar el desastre. Es necesario comprometerse a aunar las voluntades y
trabajar el consenso. Dejar de medir la acción política con la moneda
de la rentabilidad electoral y centrarla, por una vez, en el servicio al
país.
Porque con cada empresa que cae, con cada trabajador que va al paro, la enfermedad de España se agrava y ¡YA¡ de qué manera.
Andalucía, en concreto, lo vive cada día, con
suspensiones de pagos que parecían impensables, sectores estratégicos
agonizando en el mar, el campo y la industria, cierres masivos en el
sector servicios y pérdida de poder adquisitivo en cada casa. Pero, en este caso los andaluces lo han diseñado, es su gusto, su aspiración que como Madrid, solo pretenden vivir del cuentoTambién Galicia lo tiene, sacan un paro biológico antes que una meiga. Se me olvidaba Asturias que es la comunidad del mundo con más subvenciones por habitante con el cuento de los negros mineros .el 90% no han bajado ni una sola vez en su vida a la mina, por tanto, no pueden decir que fueron picadores allá en la mina. Ahhhhhhhhhh, perdón, lo de los Vascos es para llorar se tiran todo el año para conseguir la mayor cuota de Atún Rojo y bacalao, una vez conseguida, los señoritos de chapela, no pescan -tiene gracia- no pescan, directamente, vente su parte de la cuota a armadores noruegos con la única clausula que el 100% del atún rojo ha de ser vendida a Japón. Ellos a beber chikitos y dando por culo con ETA y la extorsión. Baleares y Valencia a generar corrupción. Cataluña tiene demasiado trabajo con la inmersión lingüística -creo que ni ellos saben su significado. Castilla La Mancha demasiado tiene con el expolio de Cospedal y su marido. En definitiva, si descontamos el sector terciario, en España, no trabaja ni Jesucristo en Semana Santa.
Los ciudadanos no pueden esperar más. Y el
Gobierno y los demás agentes políticos deberían ser los primeros en
entenderlo. Porque ellos son los primeros responsables del desastre.
Si aún no viven en la enajenación, deberían
actuar. Ya. Urgentemente. Es imposible esperar más. Por eso es
inaceptable la paciencia con austeridad. ¡váyanse a cagar, políticos asesinos/corruptos.
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