Debe resultar durísimo seguir haciendo tu trabajo cuando te está acosando el Gobierno de la nación con toda su fuerza, desprecio y colmillo
El mando del Gobierno sobre las cosas de comer ha perdido fuelle, debido al atolondrado modelo de transferencias a las comunidades, exacerbado por la debilidad de Sánchez. Pero aun así, el Ejecutivo conserva un poder enorme. Por eso la crítica al Gobierno, aunque sea justa y bien razonada, conlleva el riesgo de incomodarlo y de acabar pagándolo de algún modo. Y más siendo el rencor uno de los principales rasgos psicológicos de Tiberio (y que el emperador romano, que era un excelente gestor, me perdone la comparación).
En muchos estamentos de la vida española impera un miedo palpable a molestar a Mi Persona y convertirte así en blanco de su gatillo fácil. De ahí que los empresarios se hayan ganado ya el apodo de Los Héroes del Silencio, o que casi todos los tertulianos de supuesta derecha que transitan por los platós del régimen hablen como si fuesen afables comentaristas de centro-izquierda (no vaya a ser que no me sigan llamando y pierda unas pesetillas).
Sentir el aliento a lo Darth Vader del providencial Gobierno de «la coalición progresista» resoplando sobre tu nuca resulta angustioso. Hay que acumular bastante valor para soportarlo. Pero por fortuna quedan españoles que lo tienen, que siguen haciendo su trabajo sin dejarse intimidar por la máquina de amedrentar de la Moncloa.
No conozco de nada ni he visto jamás a Juan Carlos Peinado, que tiene 70 tacos, lleva desde los 40 años ejerciendo como juez y es el actual titular del juzgado de instrucción 41 de Madrid. En las imágenes se ve a un señor de cara adusta, seca. Cuentan que no admite compadreos con los periodistas y que en el juzgado se muestra serio y distante para preservar su autoridad. Fuera del ámbito profesional dicen que es un señor cordial.
Peinado no es una estrella de la judicatura, ni va de influencer de la toga que posa para las cámaras. Le quedan solo dos años en activo y antes de llegar a Madrid se pateó numerosos destinos menores. Ejerció como secretario municipal en algunos ayuntamientos y como juez estuvo destinado en Arenas de San Pedro (Ávila), Talavera y Getafe, hasta que por fin en 2016 logró un destino en Madrid. Sus intentos de entrar como vocal independiente en el Consejo del Poder Judicial no fructificaron. Tampoco cuando llamó a la puerta de la Audiencia Nacional. Pero en la recta final de su carrera se ha encontrado con el caso de su vida (las maniobras de Begoña Gómez en la Complutense), que es también el desafío de su vida.
Le han hecho perrerías de todo tipo. Sánchez lanzó a la Abogacía del Estado a querellarse contra él, utilizando así los resortes públicos para intentar salvar a su mujer de sus líos particulares (jugada que no le salió bien, porque el Tribunal Superior de Madrid estuvo en su sitio, haciendo justicia, como siempre con el erudito Celso Rodríguez al frente).
Los ministros han emprendido una competición servil ante su jefe por ver quién le zumba más a Peinado. Han desacreditado su trabajo, lo han acusado de actuar de manera tendenciosa por un móvil político y han llegado a insultarlo.
Bolaños, ministro de Justicia y encargado de amedrentar a los jueces, lo engloba en una supuesta «jauría ultraderechista» y califica su instrucción de «cacería política despiadada». «No sabe de lo que acusa, porque no hay nada de lo que acusar», ha llegado a decir, lo que equivale a tachar al juez de prevaricador.
El inefable Brutus, también conocido como Óscar Puente, ha calificado su actuación de «burda y miserable». Su tocayo Óscar López ha subido la apuesta por ver quién pelotea más al Líder Supremo y ha llamado al juez directamente «prevaricador» y «mentiroso». Por supuesto, el propio Sánchez también lo ha acosado con sucesivas declaraciones despectivas y amenazantes.
La presión se completa con equipos de la «televisión de todos» haciendo guardia ante su domicilio. Todo este acoso resulta difícil de sobrellevar y lógicamente debe pesar en el estado de ánimo de Peinado y en el de su familia, que me consta que lo está pasando muy mal.
Pero el juez aguanta el tirón. Está mostrando mucho temple ante el fortísimo envite del gran Leviatán. O mejor dicho: está manteniendo su profesionalidad frente a una persecución del Ejecutivo propia de un régimen bananero. Por eso cuando este martes dio el paso de imputar también a la funcionaria de la Moncloa que ayudaba a Begoña Gómez en sus chanchullos particulares, daban ganas de abrir una botella de espumoso caro y marcarse un brindis de «¡Viva Peinado!» a su salud. O de encargar unas camisetas con ese lema.
Aguante, Peinado, porque su libertad es la de todos nosotros, como prueba el hecho de que alguno no puede con ella.
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