Mañana, 5 de Julio, con más
pena que gloria concluye el primer proceso selectivo de los Populares. No se ha
celebrado ningún debate entre los candidatos, los mensajes transmitidos han
sido repetitivos y poco diferenciados… Casi podría decirse que los aspirantes a
ocupar la planta noble de Génova han optado premeditadamente por un perfil
bajo, tal vez con el fin de no alimentar el miedo interno a la división del
partido.
No obstante, y a pesar de no
ser un proceso genuino (podría darse la circunstancia de que el más votado por
los militantes no logre el aval de la mayoría de los compromisarios al
Congreso), la apelación a las bases para elegir al líder de la organización ha
supuesto un indudable revulsivo democrático. Los dirigentes populares han sido
reacios a las primarias argumentando el peligro de quiebra interna que
suponían. Pero, una vez que el proceso se ha puesto en marcha, la vuelta atrás
será imposible. Lo más probable es que en un futuro no muy lejano sean los
militantes quienes elijan directamente a su presidente.
Cuando todo apuntaba a una
disputa entre la ex vicepresidenta del gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, y
la secretaria general del partido, María Dolores de Cospedal. Un auténtico y
posiblemente autodestructivo choque de trenes. Sin embargo, la sorpresa salto
cuando Pablo Casado decidió dar un paso al frente y disputar el liderazgo a las
dos poderosas candidatas.
Pablo Casado tiene sobre sus
espaldas la posible imputación por su máster logrado de forma presuntamente
irregular en la Universidad Rey Juan Carlos y la revisión académica de su
licenciatura en derecho por el centro Cardenal Cisneros (adscrito a la
Universidad Complutense). Él está convencido de que ninguno de esos asuntos
tiene recorrido y, de hecho, la decisión que ha adoptado supone un alto grado de
confianza en su honorabilidad. Soraya Sáenz deberá asumir el riesgo de haber colocado
a su marido en telefónica, justo el mismo día que “se colocó, Trinidad Jiménez
y más o menos otros cien políticos de alta cúpula.
Pablo Casado es la única
posibilidad, entre los candidatos que se han presentado, para que en el PP se
produzca un cambio real. Ni Cospedal, ni Sáenz de Santamaría suponen una
ruptura con la etapa de Mariano Rajoy. Es verdad que Casado fue ascendido a la
dirección del PP por el ex presidente del gobierno y que, por tanto, su
elección no implicaría un punto y final a una era marcada por la corrupción,
pero es el que tiene menos ataduras con ese pasado reciente y el que, por
tanto, tiene más margen de maniobra para construir el PP del futuro.
Es un candidato,
políticamente, elegante y con ironía “si yo gano, nadie pierde”) porque su
candidatura es la que tiene mayores posibilidades de integración en un Congreso
en el que es muy probable que ninguno de los dos finalistas consigan una
mayoría aplastante. Casado puede contar con Cospedal y Santamaría, así como con
sus potentes equipos. Cosa que ninguna de las dos candidatas puede hacer entre
sí. Sus apelaciones a la unidad tienen poca credibilidad en unos militantes que
están al tanto de sus continuos e indisimulados encontronazos.
Pablo Casado, al contrario
que Cospedal y Santamaría, ha marcado con nitidez el terreno ideológico donde
quiere situar al partido. Es, probablemente, el más conservador de los tres,
pero el afiliado al PP es mucho más conservador que el votante y, por tanto, se
reconoce mucho mejor con un ideario que apela a valores tradicionales como la
familia, la unidad de España, la bajada de impuestos, el adelgazamiento del
estado, la libertad del individuo, etc.
Por decir se ha dicho que
hasta es el candidato de José María Aznar, como si su cercanía con el ex
presidente del gobierno fuera un lastre demasiado pesado para que el PP pueda
recuperar al votante de centro que necesita para volver a ganar las elecciones.
Es verdad que el candidato proviene de FAES y en su trayectoria ha contado con
el apoyo del presidente de honor del PP. Pero en su decisión de pelear por el
liderazgo del partido Aznar no ha tenido nada que ver. El ex presidente está en
otra cosa: pretende la reunificación de la derecha, una coalición o fusión de
PP y Ciudadanos que estaría pilotada por Albert Rivera.
Cierto es que Pablo Casado
no es perfecto. Es demasiado de la línea conservadora del PP. Sin embargo, es
la mejor opción para el PP y para España.
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