Desde que me reconozco, siempre he escuchado decir que
la subida del precio del petróleo era la causante de los males de nuestra
economía. Como aquello de apaga la luz, si tu puedes, España no puede. En
cambio, ahora que el precio ha caído más del 50% en el último año, escucho
decir que la caída del precio del barril de petróleo está dañando nuestra
economía. ¿Cómo se come esto? Un precio del crudo más alto hace que, una
vez pagada la energía consumida, haya menos renta disponible para otros
bienes y servicios. Y las empresas que producen estos bienes y servicios además
de tener una demanda debilitada se enfrentan a unos mayores costes energéticos,
lo cual reduce sus beneficios y les induce a prescindir de trabajadores o
incluso cerrar. El aumento del precio del barril contrae, pues, el PIB y el
empleo en las economías los países dependientes del crudo líquido, hasta
el punto de poder desencadenar una crisis.
En cambio, los países productores ven cómo sus empresas
extractoras de crudo ganan más, sus gobiernos aumentan la recaudación y su
nivel de riqueza mejora. Es decir, la subida del precio del crudo beneficia a
los países productores y perjudica a los consumidores. Así ocurrió en 1974,
cuando el precio del barril pasó de 3 a 12 dólares; en 1979, cuando la
revolución de Jomeini llevó el precio hasta 110 dólares; y en
2008, cuando la fuerte demanda de China lo duplicó en poco tiempo. En los tres
casos, los aumentos del precio del crudo provocaron una crisis económica en los
países no productores y un aumento de la riqueza en los productores. La lógica
indica que si el encarecimiento del petróleo beneficia a los países productores
y perjudica a los importadores, su abaratamiento tendrá el efecto contrario:
beneficiará a los consumidores y perjudicará a los productores. Al parecer para
los sesudos del BCE parece ser todo los contrario, aunque saben perfectamente
que no es así, pero insisten en que la bajada drástica del precio
del crudo puede ser mala para la eurozona porque produce deflación –No es
verdad-Y la deflación es nociva porque conlleva dos tipos de costes. Primero,
si los consumidores ven que los precios bajan, es posible que piensen que
seguirán bajando y que es mejor esperar a comprar. Y claro, si la gente pospone
las compras, las empresas reducen la inversión y el empleo por no poder
mantener la producción. La segunda razón por la cual la deflación es mala es
que aumenta el valor real de las deudas. Esto aumenta la probabilidad de
impago, lo cual afecta al banco prestamista y, acto seguido, al resto de la
economía. Sin embargo, este razonamiento no es correcto. Dado que el IPC es la media de
todos los precios de la economía, podría serlo si el IPC baja porque todos
los precios bajan, aunque lo de posponer las compras de pan porque el próximo
año será más barato es discutible. Pero la media también puede bajar si
todos los precios de la economía se mantienen o incluso aumentan y el de la
energía se reduce mucho. De hecho, esta es la situación que vive la eurozona,
donde el IPC cae, pero el IPC sin la energía aumenta. Por lo tanto, como los
precios del pan, el calzado o los libros no bajan, nadie tiene incentivos a
posponer las compras de estos productos.
Pero como charcuteros, fontaneros, carpinteros o
agricultores ven que sus ingresos no menguan, el valor real de sus deudas
tampoco varía. De esta forma, ninguno de los dos costes de la deflación es
verídico cuando el único precio que baja es el del petróleo, tal como está
ocurriendo en la eurozona. Al contrario, lo que es inequívocamente cierto es
que el abaratamiento del petróleo permite consumir energía gastando menos,
liberar renta para adquirir otros productos y, por ende, generar más actividad
económica. La actual bajada del precio del petróleo es, pues, una bendición
para nuestra economía y nuestros bolsillos. Ni pongáis en duda que es un
pretexto para El dinero islámico, del que dependemos, puede que no sea yihadista.
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