

Mariano Rajoy “vencedor”, de momento, hizo un discurso bien argumentado, con fuerza
dialéctica y tanto derroche como solidez jurídica. Ha sido el discurso de la
ortodoxia del Estado, que se permitió incluso alguna chulería como aquella de
creo en Cataluña más que ustedes ¡Por favor, Mariano’. Desmontó frase a frase
la argumentación de la consulta. No habló para los tres enviados de Arturo Mas,
sino para el conjunto de los ciudadanos. Y suscita tantas adhesiones en su
parroquia, que sus diputados le aplaudieron incluso antes de hablar. Debe ser
que lo percibieron como una aparición, porque hasta ese instante no se sabía en
qué momento iba a intervenir, pero intervino y mal, muy mal.
El presidente, Rajoy hizo una noble
intervención para España. Seguro que ganó simpatía y vio mejorada su talla
política. ¿Habrá tenido la misma eficacia en Cataluña? Lo dudo. Lo que dijeron
los enviados de Arturo Mas ha sido que el movimiento secesionista es popular
porque el autogobierno, las instituciones y la lengua avanzan hacia lo residual;
que hay que hacer un referendo de independencia porque el encaje no es posible
(Marta Rovira); que la solución es recoger la voz de la calle (Joan Herrera), o
que Rajoy quizá cerró las puertas del diálogo (Duran i Lleida). ¿Encuentra el
lector en esto algún acercamiento de posturas? Yo, desde luego, no lo he visto.
Todo ha sido cuidado y respetuoso en las formas, pero poco útil a efectos de
solución. Espero que no se repita.
Aún quedan lagunas en los planteamientos
de Pérez Rubalcaba: «¿Hay un problema de relación entre Cataluña y España? Si
lo hay, ¿cómo se resuelve?». Ayer se escucharon palabras brillantes. Pero, vista
la posición del Gobierno, Madrid solo brinda una salida, por supuesto sin
citarla: que Arturo Mas y compañía den un paso atrás. Y seguramente no hay
otra, ni política, ni legal. Pero el independentismo, decíamos ayer, ya no
atiende a razones. Se cree un tren con energía de pueblo que no sabe, ni puede,
ni quiere frenar. Pero, en este caso, no había ni tren.
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