Los hechos acaecidos estos últimos
días definen con toda claridad la raíz
del problema al que España se enfrenta o nos enfrenta. Uno fue la presentación
del presupuesto por parte del Gobierno español en el que se indica que el
Estado tendrá que pagar casi 43.000 millones de euros a los acreedores (la
mayoría bancos extranjeros y españoles) para cubrir lo que se les debe como
consecuencia de tener que abonarles los intereses de la deuda pública española
que poseen. Esta elevada cantidad se debe a los altos intereses de tal deuda,
consecuencia, en gran parte, no de la especulación de los mercados financieros
–como constante y erróneamente se asume en los medios donde la sabiduría
convencional se reproduce– sino de la oposición del Banco Central Europeo a
comprar deuda pública en los mercados primarios, es decir, directamente al
Estado español, como hace cualquier Banco Central digno de su nombre (tal como
el Federal Reserve Board de EEUU, el Banco de Inglaterra en Gran Bretaña o el
Banco de Japón). Los máximos beneficiarios de estos pagos del Estado a los
acreedores son los bancos españoles y europeos (entre los cuales sobresalen los
alemanes que tienen una excesiva dimensión, influencia y protagonismo en las
instituciones de la Eurozona) que recibieron prestado dinero del mismo BCE a
unos intereses por debajo de un 1%, con el cual compraron deuda pública
española a unos intereses del 6% y el 7%. Un negocio redondo para tales
instituciones financieras, que consiguieron gracias a la ayuda del BCE, que no
es un banco central sino un lobby de la banca y muy en especial de la banca
alemana. A aquellos que consideren el término lobby una exageración les
aconsejo que lean, no ya las actas del BCE (que son secretas) sino las
publicaciones de tal institución. Y verán si dicho término es o no adecuado
para definir el BCE, el mayor promotor hoy en la Eurozona de las políticas de
austeridad (austeridad, por cierto, que no aplica a su propio comportamiento,
pues acaba de estrenar una sede exuberante en Frankfurt que ha costado seis
veces más de lo inicialmente calculado y que albergará a los funcionarios mejor
pagados del establishment público europeo). En tales boletines, la defensa de
los intereses de la banca es central en la percepción de lo que el BCE
considera ser su función. Tal defensa se viste con el traje de que “su misión
es controlar la inflación”. En esta defensa de sus intereses, irán a extremos
que van desde desmantelar la Seguridad Social en España, hasta recuperar la
semana laboral de seis días. Es, como bien dice Noam Chomsky, la lucha de
clases unilateral de una minoría –la banca– en contra de todos los demás.
Esta deuda, sin embargo,
está basada, en parte, en la enorme influencia de la banca no solo sobre el BCE
sino también sobre el Estado español. Hoy, la influencia de la banca sobre la
sociedad española rebasa cualquier límite tolerable en un sistema democrático.
Todos –desde los partidos políticos, a la prensa, las empresas y las familias–
están enormemente endeudados con la banca. La actitud tan poco crítica de los
medios de información hacia el comportamiento de la banca y su dominio de la
vida política y mediática del país se basa precisamente en este hecho. En lugar
de denunciar esta relación obvia entre las instituciones financieras y las
instituciones políticas, los medios de mayor difusión y los partidos
mayoritarios atribuyen el endeudamiento al comportamiento supuestamente
irresponsable de las familias, de las pequeñas y medianas empresas (las grandes
tienen ya más dinero de lo que necesitan para invertir) y del Estado. Es lo que
se llama en inglés, el “victim blaming”, es decir responsabilizar a la víctima
de su propia tragedia.
El endeudamiento de las
familias se debe a la disminución de su capacidad adquisitiva, resultado del
descenso de las rentas del trabajo como porcentaje de la renta total del país,
descenso que ha sido mucho más acentuado durante los últimos años debido a las
reformas laborales y a la disminución salarial que tales reformas intentaron y
alcanzaron exitosamente.
El endeudamiento de las
medianas y pequeñas empresas se debe, en parte, al descenso de la demanda de
sus productos y servicios, consecuencia de la disminución de la capacidad
adquisitiva de las clases populares y también a la gran carestía del crédito,
resultado de la desviación de la actividad crediticia de la banca hacia
actividades especulativas más rentables como las inversiones inmobiliarias,
habiéndose establecido el maridaje banca-sector inmobiliario que llevó al
desastre.
Nadie duda de que el el
endeudamiento del estado se debe a las políticas fiscales regresivas que han
beneficiado sistemáticamente a las rentas del capital y a las rentas superiores
a costa de las rentas del trabajo. Esta regresividad explica la gran pobreza
del estado (los ingresos al estado español son los más bajos de la UE-15, un
31% del PIB, comparado con un 44% en el promedio de la UE-15 y un 54% en Suecia).
Y este problema se acentuó todavía más mediante las reformas fiscales
regresivas aprobadas en el momento de expansión económica (estimulada por la
burbuja inmobiliaria). Así, como resultado de la reforma tributaria del 2006,
el estado dejó de recoger en 2008 19.600 millones de euros (según los datos del
Servicio de Estudios y Estadísticas Fiscales del Ministerio de Economía y
Finanzas). Los impuestos sobre el capital descendieron un 39% y los de las
rentas superiores un 11%, pero todo muy confuso.
Nunca, España, se hubiera endeudado
tanto si hubiera tenido un sistema tributario más justo y más avanzado. La
bajada de impuestos explica que el estado tuviera que pedir prestado a los
bancos para cubrir el agujero creado en sus arcas precisamente como
consecuencia de la bajada de impuestos a las rentas del capital y rentas
superiores. Como resultado de esta situación, el estado, además de bajarles los
impuestos a los súper ricos, ahora les paga unos intereses muy altos, a través
de los bancos, por los bonos que han comprado con el dinero conseguido en los
recortes de impuestos. Otro negocio más que redondo, para el beneficio
primordialmente de lo que se llamaba burguesía financiera y las grandes
fortunas..
Esta enorme necesidad de endeudamiento fue una
gran golosina, no sólo para la banca española sino también para la banca
europea y, muy en especial, la banca alemana. De ahí que la banca alemana tenga
hoy casi 200.000 millones de euros prestados en el territorio español, tanto en
deuda pública como privada. Y está hoy muy preocupada pues el estallido de la
burbuja inmobiliaria (a la que contribuyó en gran medida a que se inflara)
puede arrasar toda la banca, incluida la teutona.
La decisión del gobierno
español de pedir el rescate a la banca, mediante el préstamo de 40.000 millones
de euros (casi la misma cifra que el estado español tendrá que pagar a la banca
por la deuda), para asegurarse lo que se llama “la viabilidad del sistema bancario
español”, a lo que tendría que haberse añadido “y de la banca alemana”. Es
decir que el estado pide dinero (que tendrá que devolver el propio estado,
pagado por el ciudadano español) a las autoridades de la eurozona, donde la
banca alemana es muy influyente, para ayudar a la banca, asegurándose así que
no quiebre y que se pague a la banca alemana Como bien dijo el asesor económico
al gobierno alemán, el Sr. Peter Bofinger, en su comentario sobre la aprobación
de 100.000 millones de euros para el rescate a la banca española “Esta ayuda no
es a estos países en problemas (como España) sino a nuestros propios bancos que
poseen una gran cantidad de deuda privada en estos países”.
El rescate se hace en
condiciones leoninas que tendrán que pagar las clases populares a base de
enormes sacrificios y recortes, incluidos los recortes que recoge el
presupuesto propuesto por el gobierno el día 27 de septiembre, el tercer hecho
digno de mención. La falta de medidas de protección de la capacidad adquisitiva
de los pensionistas y de los desempleados es un ejemplo más de la
insensibilidad social del presupuesto que aparece con toda intensidad en los
recortes de gasto público social y disminución muy notable de la protección
social. Su brutalidad queda demostrada en que incluso la Troika indicó que las
medidas tomadas por el gobierno iban incluso más allá de lo que la propia
Troika les exigía. Estas fueron las únicas alternativa políticas posibles, negando
y oscureciendo la evidencia fácilmente accesible de que sí las hay. El BCE
podría actuar, por ejemplo, como un banco central, con el objetivo de estimular
la economía y no sólo controlar la inflación. El estado español podría haber
tenido ya en anteriores presupuestos y en los actuales una política fiscal
mucho más progresiva, de manera que en lugar de recortar las pensiones (para
conseguir 1.200 millones de euros) podría haber mantenido el impuesto de
patrimonio (consiguiendo 2.100 millones) o anulado la bajada del impuesto de
sucesiones (consiguiendo 2.552 millones) o anulado la bajada de impuestos a las
personas que ingresen más de 120.000 euros al año (consiguiendo 2.500
millones). O en lugar de recortar 6.000 millones en sanidad, podrían haber
anulado la bajada del impuesto de sociedades de las grandes empresas que
facturan más de 150 millones de euros al año (y que representan sólo el 0,12%
de todas las empresas), consiguiendo con ello 5.300 millones.
Perfectamente el estado español podría dejar que bancos españoles
entren en situación de bancarrota, por ejemplo, Bankia bancos en España Bankia,
caixanova….estableciendo bancas públicas o subvencionando cooperativas de
crédito que lo garanticen. El rescate financiero es una ayuda más a la banca y
a las rentas superiores que son los mayores accionistas de tales bancos, sin
que se garantice el crédito. Hoy el obstáculo mayor al ofrecimiento de crédito
es la banca, cuyo poder en España es único en la UE y en la OCDE. Lo que ocurre
con los desahucios es un escándalo sin paralelo en otros países.
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