Para que los pueblos sean grandes de grandeza, entre otras cosas, esta se mide por enfrentar en primer término los
problemas más graves de entre los que son importantes, sabiendo priorizar. Y
qué duda cabe de que el hambre, la pobreza extrema, la desigualdad, la amenaza
del Estado Islámico, el cambio climático, la corrupción, y la tragedia de los desplazados
involuntariamente ocupan ese doloroso primer plano. Los
demás asuntos deberían quedar relegados a un segundo o tercer lugar.
Ciertamente, España, en
el seno de la Unión Europea, debe responder a estos problemas sin olvidar
ninguno, pero en este momento unir fuerzas frente al Estado Islámico y abordar
la tragedia de los desplazados se sitúa en primer término. Son dos cuestiones
diferentes y es necesario distinguirlas con claridad, porque algunos grupos
están utilizando como coartada los atentados terroristas para cerrar todavía
más las puertas. Como si el peligro no estuviera ya dentro, como si no fuera a
través de las redes como se ha venido gestando hace mucho tiempo esta empresa
criminal. Si Europa quiere seguir siéndolo debe unirse frente el terror y a la
vez reforzar la exigencia de hospitalidad que nació en su seno, no sólo como
hospitalidad doméstica, sino también institucional y universal.
En el mundo bíblico, en
el griego y en el romano la acogida al extranjero era un signo de civilidad que
no precisaba justificación. Y este deber de hospitalidad personal se convierte
con la modernidad en un deber también legal, que corresponde al derecho del
extranjero de ser acogido. La referencia obligada es Kant, en el escrito sobre
La paz perpetua, en el momento en que trata de diseñar los trazos de un derecho
cosmopolita. No habrá paz duradera sin eliminar las causas de
la guerra, y eso sólo puede conseguirse en una sociedad cosmopolita, en la que
todos los seres humanos se sepan y sientan ciudadanos, sin exclusiones. Para
construirla, el derecho cosmopolita ha de poner las condiciones de una
hospitalidad universal; y esto no es sólo filantropía, es un deber legal que
corresponde a un derecho legal.
Sin embargo, con el
tiempo, la construcción europea de la idea de hospitalidad rebasa con mucho el
proyecto kantiano, que limitaba el derecho del extranjero a un derecho de
visita, pero no se entendía como un derecho de huésped: para poder exigir ser
tratado como huésped se hacía necesario sellar un contrato. Son otras
tradiciones, también europeas, como la de Levinas y Derrida, las que recuerdan
que las exigencias éticas van por delante de las obligaciones y derechos
jurídicos.
Lo principal es unir
fuerzas frente al Estado Islámico y abordar la tragedia de los desplazados. Según ellas, frente a
las proclamas individualistas de un neoliberalismo errado, la característica
básica del ser humano es la apertura al otro. De donde se sigue la exigencia
incondicionada de acoger al necesitado de ayuda. La ley de la hospitalidad,
incondicionada e infinita, trasciende los pactos y contratos, y exige abrir el
hogar político a quien lo precise.
Pero para no quedar en
utopía esta exigencia ha de encarnarse en leyes, y ése es el momento de la
responsabilidad ética y política, que media entre el principio ético inspirador
—la disposición a la acogida incondicionada—, y las condiciones que lo
concretan en los países, en las uniones supranacionales y en el marco global.
Tanto en el nivel de lo urgente como en el que requiere más tiempo, pero es
igualmente necesario.
En el primer nivel, en
el de las políticas de acogida e integración, la exigencia de hospitalidad debe
presidir la asunción por parte de España de un amplio número de refugiados,
recurriendo a impuestos proporcionales, amén de defender en el Parlamento
Europeo que todos los miembros de la Unión asuman sus responsabilidades, y de
emprender estrategias contra el tráfico de inmigrantes. Es indignante que las
organizaciones ciudadanas que intentan acoger personas desplazadas encuentren
trabas por parte de la Administración. Pero a la vez, la UE ha de implicarse en
la tarea de construir la paz en los lugares de origen por todos los medios
necesarios, en países como Siria, donde más de la mitad de sus habitantes se
han visto obligados a desplazarse y más de 250.000 han muerto.
Y a la vez es preciso
ir construyendo la sociedad cosmopolita, impulsando la Agenda 2030 del PNUD,
sea desde una gobernanza global, desde un Estado mundial democrático o desde
una federación de Estados. Pero teniendo como clave esa hospitalidad universal,
que haría del mundo un hogar para todos los seres humanos como una obligación
de justicia.
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