Las
Cortes de Castilla-La Mancha aprobaron el pasado día 24 de abril, la Ley que volatiliza la Sindicatura de
cuentas de esa Comunidad autónoma. El ahorro de gasto público y la desaparición
de “duplicidades” son los dos soniquetes que repite como estribillo la
Exposición de motivos de esa Ley. Una melodía que pretende incorporarse al
papel pautado del Gobierno, cuyos planes de reforma de las Administraciones
públicas insisten en evitar “redundancias”.
No
en pocas ocasiones he señalado lo que, a mi juicio, son ejemplos de
incomprensibles despilfarros de los dineros. La organización autonómica creció,
como bien saben los lectores de este blog, por un lado poniéndose de puntillas
copiando la estructura estatal y, por otro, prescindiendo de la existencia de
otras Administraciones más añejas que podían haber contribuido a un adecuado
ejercicio de sus funciones sin mayor despliegue territorial. Ignorar a las
Diputaciones provinciales, multiplicando la Administración periférica es una de
las muchas causas del desmesurado déficit público que padecemos.
No
obstante, a la hora de luchar contra el déficit y el endeudamiento, de podar
las Administraciones y aniquilar organismos públicos habría que considerar
varios aspectos y no sólo el del “ahorro”. Porque, con ese único criterio,
alguien podría llegar a preguntar también para qué una Comunidad como Castilla-La
Mancha.
Si
analizamos un poco el gasto, hay que levantar la mirada y reflexionar sobre qué
Administraciones necesitamos. Y en ese diseño resultan imprescindibles los
instrumentos de control. Controles previos y posteriores, controles internos y
externos, como explicamos en nuestras lecciones universitarias. Y pueden
existir tanto controles estatales como autonómicos. La verdad, están; pero no
existen.
Desde
hace michos años han convivido el Tribunal de Cuentas y la Sindicatura
castellanomanchega, del mismo modo que conviven en la actualidad otros órganos
fiscalizadores autonómicos. Es cierto que el legislador estatal trata de
ignorarlos, como ha hecho en la última reforma de la Ley de haciendas locales,
al mencionar únicamente a los existentes en las Comunidades del País Vasco y
Navarra. Pero existen en más Comunidades autónomas órganos de fiscalización que
están desarrollando una labor que merece un mínimo respeto. Respeto que no es
incompatible con cierta crítica si es que han mirado hacia otro lado ante
despilfarros, casos de corrupción u otras ilegalidades existentes y por
existir.
El
análisis sobre el papel de los órganos de control, sobre la admisibilidad de
una cierta “duplicidad” ha de sopesarse con argumentos y datos concretos. En
este sentido, no deben ignorarse algunos hechos. Por ejemplo, los convenios
suscritos entre estas instituciones para mantener una colaboración en el
ejercicio de sus funciones y un cierto reparto de tareas.
Es
más, habría que responder a la cuestión de si únicamente con el Tribunal de
cuentas es posible lograr una fiscalización de todo el sector público en un
tiempo adecuado. No es tarea difícil, pero….
Quienes
seguimos con interés los informes de este órgano constitucional, advertimos el
preocupante retraso que lleva, pues se están publicando en algunos sectores la
fiscalización del ejercicio 2011 y, en el Programa para este año 2014, se ha
previsto avanzar, por ejemplo, en los ejercicios 2010 y 2011 de algunas
Comunidades autónomas (caso de Cantabria, Extremadura o La Rioja) y seguir con
el ejercicio 2012. Un retraso debido, sobre todo, a lo ingente de esa tarea y a
la falta de recursos suficientes de este Tribunal. ¿Podría este órgano con sus
actuales medios llevar la fiscalización de todo el sector público en tiempo
adecuado para exigir responsabilidades? Ahí, esa es la cuestión.
Por
esto me preocupa la supresión de la Sindicatura de Cuentas que trataba de
cumplir su labor en Castilla-La Mancha, fiscalizando su Administración, su
Universidad, sus muchas entidades locales y el amplio sector público existente.
Esa Comunidad autónoma es una de las que más déficit y endeudamiento ha
mantenido durante años, según los Informes del Banco de España. Por ello, a mi
entender, frente a la supresión lo que habría que haber promovido era una
adecuada reforma de los instrumentos de control para que ciertamente fueran
eficaces. Una reforma para que pudiera ejercer sus funciones con objetividad y
rigor sin influencias políticas; una reforma para dotarle de recursos
económicos suficientes que permitieran agilizar los procedimientos; una reforma
para garantizar que sus funcionarios fueran designados por su capacidad y
méritos.
El
gasto de demasiados miles de millones de euros en contratos, en el
mantenimiento de un sector público, en cursos de formación, en proyectos de
investigación, en diversas subvenciones… reclaman una fiscalización ejemplar y
eso se conseguirá con una reforma de los tribunales de cuentas, no con su
supresión. Ello ayudaría a que los gobernantes no nos contaran cuentos con las
cuentas y a facilitar la exigencia de responsabilidad. Pero mucho me temo que
no vaya a ser así.
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