Hace más de
medio siglo que comenzó el proceso de construcción de la Comunidad Económica
Europea que, finalmente, se consolidó como Unión Europea a cuya moneda se le
denominó, EURO. El nombre de euro
fue adoptado oficialmente el 16 de diciembre
de 1995 El euro se introdujo en los mercados financieros mundiales como una
moneda de cuenta el día, uno de Enero de 1999, reemplazando la antiguo ECU en una
proporción de Uno a Uno. En principio dio una
estabilidad sin precedentes en muchos países de la eurozona, la inflación media
anual no ha superado el 2%; la productividad se ha incrementado en un 7%, la
renta por habitante en un 14% y, muy especialmente, ha generado más de 15
millones de puestos de trabajo. España ha sido el único país de la Unión
Monetaria que siempre ha estado por debajo de la media. Con Felipe Gonzáles se
alcanzaron aun peores índices que con Zapatero, si bien es cierto y verdad que
solo eran orientativas. El sospecho Aznar, tampoco mejoró mucho el panorama, a
la jugada de vender inmovilizado y sociedades estatales (campsa, telefónica,
redes eléctricas, Repsol, Caja Postal, Banco exterior, etc) le vino la contra por depreciación de la
paridad (1.000 Ptas/ 6 euros) que se
llevó todo el dinero de las fraudulentas ventas. O sea, nos quedamos sin dinero y sin
activos. Aznar tenía mejor equipo que Rajoy y se aprovecharon de que el PSOE
estaba alicaído.
Hoy, cerca de cinco años después del comienzo
de la crisis financiera del 2007, el euro se encuentra en el ojo del huracán a
pesar del equilibrio exterior de las cuentas de la eurozona. Esta debilidad se
antoja como un síntoma representativo de una Europa declinante que renuncia a
seguir compitiendo en una economía global y no sabe bien cómo salir de la
presente encrucijada. Cada vez más, parecen detectarse disensiones entre los
países de la Europa del Sur, con economías más débiles, y los países del centro
y norte de Europa indiscutiblemente capitaneados por Alemania (a la que el
resto de la eurozona le debe unos 400.000 M de euros). Es cierto que a estos no
parece faltarles razón: los países del sur hemos vivido por encima de nuestras
posibilidades durante los últimos años, endeudándose más de lo debido tanto en
el sector público como en el sector privado (empresas y familias) y cuando
llega el momento duro de la devolución solicitamos prórroga tras prórroga; de
alguna manera es otra vez la fábula de la cigarra y la hormiga.
No deja de
ser sospechoso que aun haya argumentos
en su contra, aunque no hemos sido, precisamente, los países del sur los que
primero hemos roto el Pacto de Estabilidad; una parte no despreciable de los
préstamos nos la han proporcionado bancos del norte y centro de Europa que
ahora sufrirían las consecuencias de los impagos; también una parte muy
importante de ellos ha ido destinada a comprar productos alemanes y muchos
etcéteras.
Sin lugar a
dudas, esta situación de disensión y discordia puede conducirnos a
enfrentamientos y en definitiva a la ruptura del euro lo que, a mi juicio y sin
duda, conduciría al fin del proyecto europeo y a la vuelta a las aspiraciones e
intereses exclusivamente nacionales; en efecto, no parece concebible que un
proyecto que lleva cincuenta años sin consolidarse pueda continuar si su más
importante logro (el euro) queda hecho añicos. Una Europa desunida dejaría de
contar en un mundo globalizado, la voz de Europa desaparecería y las grandes
aportaciones europeas al mundo, desde los derechos humanos a la economía de mercado
pasando por la democracia representativa, dejarían de brillar como lo han hecho
hasta ahora.
También hay
otra posibilidad, que nos demos cuenta
de que las ventajas de la Unión son infinitamente superiores a las de la
separación; es más, que veamos que la crisis es una oportunidad única para
acelerar drásticamente el camino de la total construcción de Europa: no es
posible una unión monetaria si no está respaldada por una política
presupuestaria y fiscal común; la Historia nos demuestra que las uniones monetarias
a medias fracasan y las uniones completas triunfan con solo controlar la
corrupción.
El camino seguido hasta la fecha, el del
consenso, lo ha sido con una lentitud enervante y sus resultados son más bien
cortos, Europa es hoy más una aspiración que una realidad; dicho de otro modo
en Europa solo creemos los europeos. En otras latitudes se sigue hablando de
Alemania, del Reino Unido o de Francia, pero es raro oír hablar de Europa y en
efecto, es que para ellos Europa no existe, es sólo, como digo, una aspiración
de los europeos, no una realidad contrastada.
Hay que
olvidarse de que el camino del consenso
ya no es posible, prácticamente, todo el mundo en la eurozona es deudor de
Alemania y estamos aprendiendo a conciencia que no se pueden tomar decisiones
importantes sin contar con el acreedor. La crisis pues, nos está propiciando el
que empecemos a caminar por otra senda, la del liderazgo alemán, que quizás nos
permita incrementar súbitamente la velocidad de construcción de Europa; que nos
obligue en un tiempo muy breve a unificar nuestras políticas presupuestarias y
fiscales, que hagamos de una vez completa la Unión Europea, esta vez bajo liderazgo,
que no dominio alemán, es muy importante no confundir ambos.
Las dos
alternativas pueden ser resultonas, la pesimista por optimistas y la optimista
por pesimista. Sin embargo tenemos que decidirnos por ninguna, Para mi, la de
Europa y la zona euro todavía siguen siendo importantes y que a nadie le
interesa la ruptura de esta última. A los grandes acreedores del mundo como
China, porque les interesa tener una moneda alternativa al dólar; a los grandes
deudores del mundo como EE.UU. porque no se pueden permitir el lujo de perder
un mercado como el europeo que a buen seguro se vendría abajo si se rompiera el
euro, y menos que a nadie a Alemania a la que, además de perder una parte no
despreciable de los mercados para sus productos se uniría un indudable
encarecimiento de un euro preponderantemente alemán (sin la influencia bajista
de los países del sur) y que, a falta de compañía europea, se vería privada de
influencia en el mundo aunque siguiera siendo un país industrial muy potente y
extremadamente positivo.
No tengo la
menor duda de que al final se impondrá la alternativa optimista por pesimista. España
podría jugar en ese proceso un papel fundamental dando de paso a la sociedad
española la oportunidad de un nuevo proyecto nacional; el anterior, el de
incardinar España firmemente en Europa, está prácticamente alcanzado y por ende
agotado; me refiero al papel de bisagra que puede jugar España entre los países
del centro y norte de Europa a un lado y los del sur al otro; aunque no nos lo
creamos, España tiene fama de país serio y cumplidor (hasta hace poco nos
llamaban los prusianos del sur), fama que podemos recuperar en breve plazo y
por tanto podríamos ser los legitimadores (siempre que nos parecieran
correctas) de las decisiones adoptadas por los países llamemos “ricos”; nos
erigiríamos así en un eslabón intermedio entre unas y otras naciones europeas y
de algún modo seríamos los garantes del consenso. Luego soy pesimista de
optimista.
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