El pasado 14 y 15 de octubre la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (de pasado de izquierda y una de las tres públicas más importantes de México) realizó el coloquio “Democratización y autocratización. Reflexiones a 50 años del inicio de la transición española”, uno de los primeros eventos que registra sobre el proceso español que se inició formalmente con la muerte de Francisco Franco el 20 de noviembre de 1975.
En el coloquio participaron profesores, investigadores y egresados de ese centro de estudios, entre ellos yo. Fue un primer análisis sobre el proceso político que marcó el arranque formal de los procesos de liquidación de dictaduras en varias regiones del mundo, entre ellas México, donde se dio un larguísimo ciclo de apertura democrática y modernización institucional que corrió del final de los acontecimientos represivos del movimiento estudiantil del 68 a la alternancia del PRI en la presidencia de la República en noviembre de 2000.
Ya he contado aquí la anécdota pero en este contexto podría aportar algunos elementos: en 1975, la Junta democrática de España que conducía el Partido Comunista realizó una visita a México para informar del proceso que se venía trabajando desde quizá un par de años antes de organización política opositora para preparar los cambios que se vendrían de manera inevitable por la muerte inminente del dictador.
Entre actividades al margen de presentaciones públicas, Santiago Carrillo, secretario general del Partido Comunista, se reunió con el presidente nacional del PRI, Jesús Reyes Heroles, historiador liberal y estudioso de José Ortega y Gasset. Al calor de la conversación y del entusiasmo, Carrillo aconsejó al líder priista que México tendría ya que iniciar como España un tránsito a una democracia formal, pero se encontró con el rostro irritado de Reyes Heroles quien dijo que México no era una dictadura como España, que en México no había un dictador como Franco, que había partidos políticos registrados con influencia menor y que la oposición tenía espacio en el legislativo.
Reyes Heroles fue relevado del PRI en septiembre de 1975 cuando el presidente Luis Echeverría nominó al margen del partido y por decisión personal al candidato a sucederlo en la presidencia de la República y de modo natural desplazó al líder priista para poner a otro político a conducir la campaña. El sucesor de Echeverría fue José López Portillo nominó a Reyes Heroles como secretario de Gobernación (en México no hay ministros) y le encargó la definición y procesamiento de un proceso de apertura que se calificó como “reforma política" y se basó en tres pivotes: nuevos partidos registrados y entre ellos el Partido Comunista mexicano, legisladores plurinominales votados en fórmulas y no por distritos y el derecho a la información para abrir el Estado al escrutinio público.
El coloquio en Puebla sobre la transición democrática en España fue el primero de varios que se preparan en otros centros académicos. Como hubo muchos participantes y cada uno de ellos con enfoque particular, aquí haré un breve resumen de mi participación: la transición española comenzó con la designación de Adolfo Suárez como presidente del Gobierno y terminó la noche en que se legitimó la Constitución con un plebiscito mayoritario.
Lo que vino después fue un proceso o secuencia transicional para construir una nueva democracia que fue definida con mucha precisión por el politólogo italiano Leonardo Morlino con fijación de seis fases concretas: crisis del régimen autoritario, colapso del Gobierno con inestabilidad social creciente, transición a través de un acuerdo pactado entre todas las fuerzas sociales, instauración de la democracia, consolidación de la democracia y el punto final que presentaba dos opciones o dilemas concluyentes: la consolidación de la calidad de la democracia o una nueva crisis del sistema/régimen ante la insuficiencia de las reglas democráticas pactadas.
La transición, pues, fue el proceso político plural para desmantelar el régimen de Franco y crear nuevas instituciones basadas en la democracia occidental y europea. Ese proceso terminó con la Constitución. Y a partir de ahí vino el andar por los pasos para instaurar y consolidar la democracia.
El régimen político de la transición pasó por muchas pruebas que pusieron en riesgo la estabilidad nacional, pero la vocación transicionista de sus políticos y las propias instituciones evitaron el colapso. Inclusive, el régimen de la transición hizo crujir las amarras del sistema/régimen cuando Pedro Sánchez obtuvo la presidencia del Gobierno a través de un pacto con los grupos anti transición que han tenido siempre en mente la independencia regional y desde luego la liquidación de la monarquía.
Pero si se revisan con precisión las causas y los efectos de las decisiones del presidente Sánchez para mantenerse en el poder violando principios políticos y éticos de la transición original --sobre todo en materia de corrupción y de coaliciones perversas que pueden ser el virus de la destrucción--, habría que comenzar ya a discutir el agotamiento de la estructura del sistema/régimen de la transición del 78 a partir de la división interna de la sociedad que no construye mayorías para evitar que minorías asuman alianza mayoritarias que vayan en contra de la esencia de los principios de la democracia.
Desde México se puede decir con claridad y enfoque académico que el régimen de la transición 1976-1978 llegó a su fin y que se requiere la construcción reformista de un nuevo sistema/régimen que evite dos expresiones que hicieron sonar las alarmas democráticas: repetición de elecciones ante la imposibilidad de mayorías y la corrupción política en el gobierno.
EL Coloquio de Puebla fue, ciertamente, un debate académico, pero dejó a la vista los indicios de cómo se ve el sistema/régimen de la transición española 50 años de aquella hazaña histórica, social y política que evitó el colapso del posfranquismo.
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