Muere Vargas LLosa, entre su apuesta por la libertad y la fiesta del chivo.


-Administra lo que te voy a decir como quieras. Igual que los elefantes, sí, como los elefantes, me voy a Perú a morir en mi tierra-, me dijo Mario Vargas Llosa concluyendo así una conversación telefónica, días antes de Navidad, en la que me pidió que trasladara disculpas por su ausencia a los compañeros de la Comisión de Cultura de la Real Academia Española. Desde hacía treinta años compartíamos esa Comisión, primero con Antonio Buero Vallejo y Francisco Rico, y más tarde con Emilio Lledó, José Antonio Pascual, Luis Goytisolo, Inés Fernández-Ordóñez y Clara Janés.

Mario Vargas Llosa intervenía siempre con precisión y sobriedad, lo mismo en la Comisión que, una hora más tarde, en el pleno de la RAE. Su hijo Álvaro me comunicó en Navidad, desde Nueva York, que su padre se iba a Lima. Me di cuenta de que era el fin y trasladé a los compañeros académicos de la Comisión de Cultura la decisión, que me había conmocionado, del autor de “Conversación en la catedral”.

Durante más de medio siglo, Mario Vargas Llosa ha sido el escritor en español más influyente del mundo. Presidía yo Efe en 1976 y organicé una colaboración en favor de los periódicos iberoamericanos que se suscribieron al crédito de la agencia: Octavio Paz, Jorge Luis Borges, Nicolás Guillén, Julio Cortázar, Eduardo Mallea, Jorge Edwards, Miguel Ángel Asturias, Juan Rulfo, Carlos Fuentes, José Donoso, Roa Bastos, Bioy Casares, Luis Rafael Sánchez, Gabriel García Márquez… Y, naturalmente, Mario Vargas Llosa que había sido agenciero en París y escribía artículos de largo alcance intelectual, político, social y literario.

Algunos de estos escritores me acompañaron cuando me nombraron director del ABC verdadero. El autor de La fiesta del chivo fue el preferido de los lectores del periódico y publicó en el prestigioso diario liberal conservador inolvidables artículos, con especial recuerdo a los que dedicó a Sendero Luminoso. Vino luego Carmen Balcells, personaje lúcidamente estudiado por Carme Riera, y me lo arrancó de ABC para llevarlo a otro periódico. Menos mal que Octavio Paz, Cela y Asturias se resistieron a los encantos literarios de Balcells y se quedaron en ABC.

Mario Vargas Llosa construyó sus novelas desde la imaginación creadora sobre los cimientos de una arquitectura literaria de gran solidez. Detrás de cada título se trasluce un esfuerzo intenso de documentación y reflexión. Lo mismo ocurre con su teatro, aunque en este género se despeinan algunos defectos formales. Vargas Llosa, además, se incorporó a varias obras teatrales desde dentro como actor con vocalización exacta y expresión corporal defectuosa, capaz en todo caso de darle la réplica a actrices de gran alcance entre ellas mi admirada, mi querida Aitana Sánchez-Gijón. Por cierto, José Sacristán, el mejor actor español, interpretó El loco de los balcones, tal vez la más destacada comedia de Vargas Llosa.

Como articulista, en fin, el autor de La fiesta del chivo, ha demostrado durante seis décadas su serena maestría. “Nunca he dejado de decir mi verdad, en la que hay un margen de error, a veces grande, y que puede ir evolucionando mucho de manera drástica”, escribió al despedirse de sus lectores de El País. “Se puede seguir mi trayectoria desde el socialismo al liberalismo”. Su amor a la libertad, su rechazo a todas las dictaduras, la de Pinochet y también la de Castro, su independencia personal, preservada siempre de forma firme, han granjeado a Mario Vargas Llosa innumerables seguidores, incontables partidarios y también no pocos detractores. “En España -escribió un Premio Nobel poco recordado- sería millonario cualquier escritor si le leyeran todos los que le admiran y la mitad siquiera de los que le odian”.

Premio Nobel, Premio Príncipe de Asturias, Premio Cervantes, Premio Cavia, Mario Vargas Llosa acumula todos los más altos galardones. Es también académico de la Academia Francesa. Como académico de la Real Academia Española desde 1994, asistió a las sesiones de forma permanente. Era un hombre sencillo, solidario, sin presunción, jamás pronunció una palabra de autoelogio. Todos los académicos le respetaban y le admiraban. Todos reconocían su devoción permanente por la libertad. Quise yo que, en la casa madrileña de la Sociedad Cervantina, allí donde se imprimió el Quijote, figurara con grandes caracteres, a la entrada del edificio, esta frase de Cervantes, que ha vertebrado la vida entera de Vargas Llosa: “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos: con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra, ni el mar encubre; por la libertad, así como por la honra, se puede y se debe aventurar la vida”.

Se me atropellan, en fin, en los puntos de la pluma mil recuerdos inconexos, incapaces de reflejar la desolación que me invade.

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