Nada me remueve más el estómago que asimilar que Pedro Sánchez no tenga rabo y cuernos.



El miércoles compareció Pedro Sánchez en el Congreso de los Diputados para explicar, es un decir, cómo afrontar la obligada subida del gasto militar. Antes del discurso, Moncloa había mandado a los medios afines algunas pistas sobreel contenido del texto. En sus titulares, todos insistieron en una palabra: pedagogía.

Cuenta León Felipe en su poema Escuela que, como no tenía ni escuela, ni disciplina, ni método, simplemente echó a andar. «Anduve… anduve… anduve… descalzo muchas veces, bajo la lluvia y sin albergue… solitario. Y también en el carro itinerario más humilde de la farándula española. Así recorrí España». Nada me remueve más en la vida que un político tratando a la ciudadanía con condescendencia.

Es muy habitual. He conocido a varios cargos públicos que me decían: «Yo quiero hablar a la gente en su idioma». Y en mi cabeza sonaban como esas pijas que intentan hablar con ordinariez cuando su interlocutora no es de su estatus. ¿Cuál es el idioma del pueblo? ¿Por qué imaginamos siempre a una ciudadanía simple, infantilizada, a la que hay que tratar con paternalismo, con ejemplos mundanos, con complicidad pueril? La ciudadanía, oh sorpresa, no se mea encima. Sabe qué quiere, cómo lo quiere, y si no es más constante en sus reivindicaciones, es por puro cansancio cotidiano: madrugones, colegios, trabajo, patanes, burocracia, iluminados, cláxones y repartidores inesperados.

He visto a periodistas que han acabado con carreras políticas con sus informaciones, con firmas temidas, en chándal y con carrito de compra camino del Mercadona. He tomado vinos en tascas infames con amigos jueces, con catedráticos, con drogadictos, con carpinteros metálicos, con pintores y poetas. Y todos sabían algo de la vida. Todos cargaban su hatillo de indignación y expectativas. Todos sabían qué lugar ocupaban en el mundo, qué tenían sobre su cabeza, qué quedaba bajo sus pies. Yo, a tontos, no he conocido nunca. A listos sí. Listos muchos. ¿Pero tontos? Ninguno.

Un político haciendo pedagogía es como un buitre dando clases de cocina. Todos tenemos nuestra escuela. Una escuela más poderosa, más profunda y más duradera que la política. La escuela que es sobrevivir a la pena y a las frustraciones, pagar impuestos, intentar dormir por las noches. La vida adulta. Del piso compartido a la hipoteca. Del Tinder al altar. De jugar en el recreo a llevar a nuestros hijos a los columpios. Madurar es enfriarnos.

«¿Qué pedagogía es dividir a la sociedad en buenos y malos? ¿Qué pedagogía es incidir en la identidad feroz, en el revanchismo?»

Deben saber los asesores de Pedro Sánchez que la pedagogía es luz sobre los objetos, es revelación, es ahuyentar el misterio. Lo suyo va en la dirección opuesta. Sus palabras, sus eufemismos, sus medias verdades, buscan el oscurantismo y el desapasionamiento. Quieren que la ciudadanía delegue en el Gobierno. Que todo lo regulen. Que confiemos ciegos. Que nos dejemos hacer. Por eso nos habla así, con esa indulgencia. Si pudieran decir «trae acá pacá que tú no sabes», lo dirían.

¿Qué pedagogía es la del blando embuste? ¿La de la maraña legislativa? ¿Qué pedagogía es dividir a la sociedad en buenos y malos? ¿Qué pedagogía es incidir en la identidad feroz, en la victimización, en el revanchismo? ¿Hay alguna pedagogía que no tenga como objetivo último la duda?

Porque el sanchismo es una perpetua negación de la perplejidad. O con él o contra el mundo. Toda educación debe ser una llamada a la incomodidad y al olvido. «He vivido largos años y he llegado a la vejez con un saco inmenso, lleno de recuerdos, de aventuras, de cicatrices, de úlceras incurables, de dolores, de lágrimas, de cobardías y tragedias…», continúa León Felipe.

«No hay nada más valiente en política que decir la verdad y tratar a los ciudadanos como lo que son: personas con una vida a sus espaldas»

Sé cuándo todo se empezó a ir a la mierda en política. Fue el día en el que todos los partidos pusieron un corazón junto a sus siglas. Ese corazón representa todos los males del mundo. La simpleza, la cursilería y el abandono. Se enterraron las ideas. La palabra fue sustituida por el dibujo. Los niños primero dibujan y luego escriben. Ahora son los adultos los que colorean asomando tímidamente la lengua.

«Pedagogía» llama el PSOE a un discurso afectado, a un tono chulesco, al trampantojo, a la ampulosidad. Gestionar es asumir que la vida es la que es, con sus miserias, con sus contradicciones, con sus sacrificios. Que sólo somos en función de nuestros contextos. Que si cerramos los ojos no desaparecemos. No hay nada más valiente en política que decir la verdad y tratar a los ciudadanos como lo que son: personas con una vida a sus espaldas. Tenemos al presidente del cucú tras. Le falta pellizcarnos las mejillas.

«He visto llorar a mucha gente en el mundo / y he aprendido a llorar por mi cuenta», que escribió el poeta en ese monumento a la vida y a la dignidad que es Escuela.

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