Hasta hace poco se creía que
una democracia sólo podía caer si era víctima de un golpe militar o de una
revolución, pero su destrucción paradójicamente puede nacer por culpa de los
votos. Expertos como la turca Ece Temelkuran o la danesa Marlene Wind explican
cómo el nacionalismo-populista gangrena un país. Si hay democracia en España es gracias al PP. Solo hay que echar un vistazo a Latinoamérica, donde a la democracia la visten peronistas y bolivarianos.
El famoso ruido de sables
que sonaba en la Transición se fue diluyendo a medida que la democracia
española alcanzaba la mayoría de edad. El 23F y las otras tentativas de asonadas
castrenses -abortadas de forma discreta- son un recuerdo lejano de la memoria
colectiva que únicamente regresa en aniversarios o bromas televisivas. Cuando
España entró en la OTAN y en la Unión Europea, los socialistas se oponían, cualquier posibilidad de golpe
militar quedó neutralizada.
Hasta hace muy poco los
analistas políticos consideraban que la democracia liberal sólo podía ser
derribada por dos vías: el golpe militar o la revolución. La globalización
acabó con la posibilidad de que un Tejero pronunciara otro «¡Se sienten, coño!»
en el Congreso de los Diputados. Aquel tricornio golpista es ya una reliquia
desfasada del museo de las rebeliones, como también lo son la guillotina y la
bandera roja.
La destrucción del sistema
no se cuenta hoy con balas, sino con votos. Los militares descontentos y las
turbas encendidas han sido sustituidos por urnas con malas intenciones, que
esconden mecanismos muy sofisticados de control.
«En el nuevo contexto, el
paso hacia una dictadura es mucho más lento que hace unas décadas», explica
Ignacio Molina, investigador del Real Instituto Elcano y profesor de Ciencia
Política. «El proceso consistiría en la unión de varios factores, como el
deterioro progresivo de los derechos civiles, el cuestionamiento del sistema
judicial, la pérdida de fuerza de los partidos políticos y un acoso a la
prensa».
Esta aluminosis democrática
tiene un responsable: el populismo.
Desde la caída del comunismo
en los 90, la democracia no se había enfrentado a un enemigo tan poderoso. Esta
crisis no sólo afecta a democracias frágiles que tienen un pasado reciente
dictatorial como Turquía, Brasil o los países de Europa del Este, sino también
a sistemas consolidados como Estados Unidos y Reino Unido. Esta situación la
registra en 2019 el índice medidor de libertad Freedom House, que en una década
ha puesto en cuarentena a algún país de la Unión Europea como Hungría.
En la valoración de Estados
Unidos, este índice señala un «cierto declive en sus libertades» y puntúa a
este icono de la democracia con un 86 sobre 100. Resulta sorprendente que
países como el propio EEUU, Reino Unido (93/100) e Italia (89/100) estén por
debajo de España (94/100), una democracia mucho más joven y con menor tradición
histórica. La ola populista hace daño hasta en los cimientos de los más fuertes.
Si se tuviera que medir el
suicidio democrático de un país, se podrían investigar siete pasos para
averiguar si la democracia liberal a estudio está en peligro.
1. UN MOVIMIENTO
ANTIMINORÍAS
Una característica inherente
a los populistas que quieren asaltar el poder es afirmar que no son un partido,
sino un movimiento. Es su mecanismo para mantener distancias con la que han
denominado «casta» política y está basado en una fórmula que combina ilusión y
miedo. Porque el miedo es una máquina muy bien engrasada de votos.
En Turquía se fabricó un
victimismo que afirmaba que las personas religiosas eran oprimidas y humilladas
por la élite laica
ECE TEMELKURAN
«En Turquía se fabricó un
victimismo que afirmaba que las personas religiosas eran oprimidas y humilladas
por la élite laica del sistema», explica Ece Temelkuran. Esta periodista turca,
de visita en Madrid, fue despedida de su medio por criticar al gobierno de
Recep Tayyip Erdogan y es considerada como una de las mayores especialistas en
populismo. En su ensayo Cómo perder un país -que Anagrama publicará en octubre-
extrapola la deriva autoritaria en Ankara a otras democracias infectadas de
populismo analizando los pasos que pueden llevar a la dictadura.
La estrategia del victimismo
que apunta Temelkuran es practicada sin excepción por todos los populistas y
está basada en la necesidad de localizar un culpable que asuste a la mayoría.
La razón: el miedo nunca es abstracto y tiene muchas formas.
El votante de Trump cree que
los mexicanos roban sus empleos. El defensor del Brexit afirma que la
burocracia europea aniquila la grandeza imperial. La ultraderecha de
Alternativa por Alemania acusa a los griegos de vagos. Los nacionalistas
polacos se quejan de que el mundo niegue el papel heroico de su país en la
Segunda Guerra Mundial...
Y así todo el rato.
2. INFANTILIZACIÓN DEL
MENSAJE
El tono faltón, incluso
despectivo, y el estilo macho alfa son otras señales de alarma. El canal de
comunicación que emplean los maestros del populismo en sus mensajes suele ser
alternativo, porque los medios de siempre están, según ellos, en manos de las
élites (el poder financiero, los partidos tradicionales, los intelectuales...)
que siempre han sometido al «pueblo real». Tenemos a Trump liderando al mundo
libre con exabruptos tuiteros, a Beppe Grillo, cofundador del Movimiento 5
Estrellas, expresando sus opiniones en su blog personal, mientras que Erdogan y
Putin gustan más de intervenir sólo en medios estatales. Quizás de todos ellos
el más original fue el difunto Hugo Chávez, que desde su programa de televisión
Aló Presidente lanzaba soflamas populacheras y ataques muy originales como el
dirigido al por entonces presidente de EEUU George W. Bush: «Míster Danger
[Señor Peligro], eres un cobarde, asesino, genocida. Eres un alcohólico, es
decir, un borracho».
3. BOMBARDEO DE 'FAKE NEWS'
El populista miente y eso da
igual. La verdad es sustituida por cualquier cosa, no importa que el argumento
sostenido sea un disparate. Porque si alguien discute su credibilidad ordas de
pitbulls digitales acosaran a quienes osen ponerlo en duda. No pasa nada si
Erdogan dice que los musulmanes llegaron a América antes que Colón o si el hoy
presidente Trump acusa a Barack Obama de fundar el Estado Islámico. Estamos en
la era de las fake news, rebautizadas como «hechos alternativos» desde la Casa
Blanca, y su producción es a gran escala y bien organizada.
«Los gobiernos ruso y turco
tienen la misma política de pagos para sus ejércitos de troles», denuncia
Temelkuran en relación a esta forma de difamación. «Irónicamente, las fuerzas
invasoras anticiencia y antihechos cobran más o menos el equivalente al salario
de un profesor adjunto».
Lo cierto es que las
mentiras son muy difíciles de contrarrestar porque internet las ha hecho más
veloces que nunca. Pero más aún si, además, la prensa libre de un país
languidece, sea por presiones o por complicidad con el poder.
En Hungría, el Gobierno
simplemente consigue que sus amigos compren los medios, despidan al editor y
expriman a los periodistas que pueden causarles problemas
MARLENE WIND
Para Marlene Wind, autora de
La tribalización de Europa (Ed. Espasa), que en 2017 puso contra las cuerdas a
Carles Puigdemont en un coloquio en la Universidad de Copenhague, no todos los
casos implican una persecución directa de la prensa crítica, como sucede en
Turquía, Rusia y China, países en los que varios profesionales de la
comunicación han sido encarcelados. También hay métodos más discretos. «En
Hungría, el Gobierno simplemente consigue que sus amigos compren los medios,
despidan al editor y expriman a los periodistas que pueden causarles
problemas», apunta a Papel esta politóloga danesa.
4. TOCOMOCHOS LEGALES
«Se celebran elecciones,
pero las condiciones y la organización de distritos promulgada favorece al
partido que está en el poder», dice Wind. En algunos países se han registrado
todo tipos de cambios para favorecer a quienes ostenta el poder amparados en la
fuerza de la mayoría. Las reformas constitucionales están a la orden del día.
Un ejemplo claro es Putin, el omnipresente. Si no podía ser reelegido como
presidente, descansaba una época como primer ministro con un respaldo récord en
la Duma (parlamento ruso). Aún menos pudor tuvo Daniel Ortega, presidente de
Nicaragua, que soñó con la reelección indefinida a golpe de reforma.
5. DESPRESTIGIO DE LAS
INSTITUCIONES
Esta operación va más allá
de enchufar a los amigos del partido en los organismos de poder, requiere de
una campaña de publicidad muy potente, que sirva para convencer a los votantes
de que el aparato estatal vigente es inútil y superfluo y exige ser transformado.
Hay muchos ejemplos, desde los constantes ataques de Trump a la CIA hasta la
invención de Nicolás Maduro, en 2017, de una Asamblea Constituyente para
marginar a la oposición.
Por supuesto, en esta
operación quirúrgica los jueces son muy importantes. Si estos se muestran
independientes serán acusados de obstaculizar la «voluntad popular». De esta
tentación intervencionista no se libra casi nadie, ni siquiera un sistema con
una fortaleza como el británico. Ningún país está libre. Cuando los magistrados
del Tribunal Supremo dictaminaron que el Gobierno tenía la obligación de acudir
al Parlamento para activar la salida del país de la Unión Europea sufrieron una
campaña de descrédito por parte de la prensa proBrexit.
6. INGENIERÍA CIUDADANA
Los movimientos iliberales
buscan ciudadanos regidos por un patrón ideológico de valores muy definidos. En
ese sentido, las mujeres suelen ser las primeras víctimas en la implantación de
roles, una tentación en la que todas las dictaduras han caído desde sus inicios.
En Brasil, Jair Bolsonaro declaró antes de ser candidato a la presidencia que
«no emplearía [hombres y mujeres] con el mismo salario. Pero hay muchas mujeres
competentes». Por su parte, Erdogan ha dejado claro cuál es el comportamiento
ideal que desea de las turcas: «Nuestra religión [el islam] ha definido un
puesto para las mujeres: la maternidad. No puedes explicárselo a las feministas
porque ellas no aceptan el concepto de maternidad».
7. GENERACIONES FUTURAS
El politólogo Yascha Mounk,
autor de El pueblo contra la democracia (Ed. Paidós), fue uno de los primeros
en alertar de esta decadencia cuando predijo el crecimiento de la ultraderecha
alemana. Su teoría sobre la consolidación democrática apunta que en Europa y
EEUU aumenta el número de jóvenes que opinan que vivir en una democracia no es
indispensable y forman parte de la generación actual más seducida por el
populismo. «Los más mayores sabían cómo se vivía en una dictadura, los jóvenes
no. Se sienten frustrados», apunta. «Cuando hablas con ellos, te dicen: '¿Qué
podemos perder?'».
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