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Este escrito tiene como
objetivo fundamental realizar una reflexión de carácter general, enfocada desde
la filosofía, sobre los elementos fundamentales que componen el arte. De esta
manera se analizará la dimensión subjetiva (el artista), la dimensión objetiva
(la realidad), la conjunción entre ambas (la creación) y el resultado (la obra
de arte). Pero antes de llevar a cabo esta labor será necesario que comencemos
nuestra investigación con una breve reflexión sobre el arte entendido como
actividad humana esencial. Debe quedar claro desde el principio que nuestra
pretensión no es la de hacer una historia del concepto de arte, sino que el
propósito principal de este estudio es el de interrogarnos sobre qué sea el
arte tal y como hoy lo entendemos, algo que no se queda en una reducción del
término sino que abarca la totalidad del mismo, ya que como se irá mostrando a
lo largo del texto el concepto fundamental de arte no varía con el paso del
tiempo. Este concepto general al que estamos aludiendo se manifiesta tan
claramente en el Doríforo de Policleto, aunque los griegos no consideraran a la
escultura arte en el mismo sentido que nosotros la consideramos hoy, como en
Las majas de Goya o en El Guernica de Picasso. En cualquier caso, esto es algo
que se podrá ir vislumbrando poco a poco a lo largo de este estudio. El arte es
algo que no puede ser encerrado en una definición o abarcado desde una mirada
global que pretenda explicar su totalidad; es por ello por lo que pienso que lo
más adecuado para acercarnos a esta materia es llevar a cabo una descripción de
sus elementos que nos sirva como puente para avistar una comprensión global
suficiente. De esta manera profundizaremos más en el arte que si nos
pusiéramos, cual investigadores positivistas, a intentar buscar una definición
en la que se describiese su esencia. La esencia de cualquier ente es
«inapresable» y más si tenemos entre manos algo tan complicado como es el arte.
Para aproximarnos conceptualmente a nuestro objetivo utilizaremos una serie de
«ideas-guías» que nos irán acercando lentamente a la aclaración intelectual que
buscamos acerca de la idea de arte. Para ello acudiremos en primer lugar a
Hegel, filósofo de grandísima lucidez que penetró como pocos en la
espiritualidad de la realidad; y ya que el arte es una actividad espiritual,
aunque finalmente para su realización tenga que ser plasmada en el material sensible,
considero que es más que acertado para nuestra indagación poner los ojos en
algunas de las apreciaciones de dicho pensador en torno al arte. Hegel sostiene:
«El arte es una forma particular bajo la cual el espíritu se manifiesta». En
esta afirmación encontramos la idea del arte como manifestación del espíritu;
pero como una manifestación del espíritu que se produce de «una forma
particular». Esta particularidad a la que alude Hegel no es ningún asunto
menor, puesto que nos introduce en la complejidad del asunto. La mencionada
cita no llega de por sí a la esencia del arte, pero sí nos adentra directamente
en su problemática. Desde la interioridad del asunto a la que nos ha conducido
la afirmación anterior, Hegel levanta otra tesis fundamental: «La tarea del
arte consiste en hacer que la idea sea accesible a nuestra contemplación bajo
una forma sensible». En esta otra idea de Hegel se muestra que el arte es expresión
sensible de la idea, algo que ya nos acerca más directamente a la esencia de
esta actividad humana. Recapitulando lo dicho, podemos decir que de la mano de
Hegel hemos conseguido saber que el arte es una manifestación del espíritu que
se produce de «una forma particular» y que es expresión sensible de la idea.
Una vez que hemos partido de Hegel, pasaremos ahora al que quizás ha sido el
último gran metafísico de occidente, Martin Heidegger, el cual dedicó toda su
producción filosófica a esclarecer el sentido del ser, por lo que tuvo
necesariamente que entrar en el terreno de la estética y con ello en el del
arte. Heidegger afirma en una de sus conferencias: «La esencia del arte sería,
pues, ésta: el ponerse en operación la verdad del ente.»Esta «descripción»
heideggeriana puede ser enlazada con lo dicho anteriormente por Hegel, pero la
verdad es que si nos fijamos bien en las palabras del autor de El ser y el
tiempo nos damos cuenta que de ellas se puede inferir que el arte además de
consistir en la manifestación de la verdad, es esa actividad humana que nos
sitúa en el modo de la plenitud ante la mismidad de lo expresado o
representado. «El ponerse en operación la verdad del ente», nos dice Heidegger.
Con estas apreciaciones filosóficas acerca del arte, en cierto modo ya nos
hemos adentrado en su esencia. Podría haber empezado este artículo aludiendo a
típicas definiciones: «el arte es aquella actividad humana que produce
belleza», «que representa o reproduce la realidad», «que crea formas», «que expresa»,
«que produce experiencia estética» o «que produce un choque», como dirían los
teóricos de las vanguardias. Pero, sin embargo, he preferido empezar intentando
llevar a cabo una dilucidación filosófica con la finalidad de profundizar en su
concepto, ya que considero que esto es lo más adecuado de cara a la finalidad
de esta investigación. Con esto, no se está afirmando que estas definiciones no
sean válidas, todo lo contrario, incluso nos valdremos de ellas para nuestro
estudio; lo que sí hay que dejar claro desde un principio es que este trabajo
es un estudio de carácter filosófico y no de historiografía o teoría del arte.
Con mucha prudencia y muchos
matices, ya que estamos aún en el inicio de la investigación, se podría decir
que el arte es un «lenguaje» con el que el hombre expresa la realidad humana
física y espiritual captando lo exterior e interiorizándolo, para luego
devolverlo a la exterioridad desde la libertad creadora del artista. Lo que ha
de quedar claro en estos primeros tanteos es que desde nuestro posicionamiento
filosófico el arte es contemplado como una actividad humana que expresa el
espíritu de la realidad misma a través de un material sensible, ya sea un
lienzo, una catedral o una escultura; lo cual se produce a través de cuatro
componentes sin los que no habría arte: «el artista», que es el creador; «la
realidad», que es la objetividad que se expresa; «la conjunción», que es la
creación artística y «el resultado», que es la obra de arte. El análisis más
detallado de estos cuatro elementos es lo que pasaremos a estudiar en la parte
central de nuestra investigación. De esta manera damos por terminada esta breve
reflexión, que como se puede apreciar es ante todo una introducción que intenta
servir de punto de lanzamiento y de apoyo al lector.
¿Es el arte una necesidad o
un lujo? Esta cuestión es una de las interrogantes que más han sido destacadas
en lo que respecta a las polémicas habituales acerca del arte. Verdaderamente
¿el arte se puede considerar una necesidad del ser humano o es simplemente un
lujo con el que éste adorna su vida? De entrada hay que decir que parece claro
que el arte es algo que pertenece a la esencia misma del hombre, ya que éste
desde sus comienzos se ha visto «forzado» por su propia interioridad a
representar o expresar algo, ya sea lo exterior que le rodea o ha rodeado o lo
interior sentido en ciertos momentos concretos de la historia. Si por necesidad
entendemos «algo» sin lo cual otro «algo» no sería posible; y por lujo
entendemos «algo» que es superfluo y que sólo sirve para agradar más la
realidad o la vida, queda claro que el arte es una necesidad del ser humano.
¿Qué sería el hombre sin el arte? Habría que plantearse seriamente esta cuestión
y pensar si la humanidad sería la misma sin el arte. ¿Sería España la misma sin
El Quijote?, ¿sería Italia, Italia sin Dante?, ¿qué sería de Inglaterra sin
Shakespeare o de Grecia sin Homero? Esto es algo que habría que pensar muy
seriamente; y no se trata de decir que hay que leer, ver u oír todas las obras
que han hecho de la humanidad lo que hoy es, sino de comprender que la esencia,
por ejemplo, de España y del español está planteada en esa grandísima obra de
la literatura universal que es Don Quijote de la Mancha; que el siglo XVII se
encuentra reflejado en Las Meninas o que el espíritu de la Europa de la época
habita en Carlos V en la batalla de Mühlberg de Tiziano. ¿Acaso no es cierto
que Homero, Dante, Cervantes, Shakespeare, Velázquez, Goethe, Mozart,
Beethoven... han sido los grandes creadores y los que mejor han sabido expresar
la espiritualidad más propia de Europa?, ¿sería Europa lo que hoy es sin ellos?
Es llevando hasta sus últimas consecuencias estas cuestiones como
verdaderamente tomamos conciencia de la trascendentalidad e importancia del
arte. El arte recoge el presente para el futuro y queda como pasado. Es obvio,
pues, que el arte es una necesidad total y absoluta del ser humano. ¿Existe el
arte desde que hay hombre?; o quizás sería mejor preguntarse: ¿existe el hombre
desde que hay arte? Interroguémonos en serio sobre estas cuestiones.
El arte nos lleva a una
dimensión de trascendencia que es necesaria para el ser humano y que no podemos
alcanzar en esa modalidad de ninguna otra manera. Ya sea a través de la
literatura en general, de la arquitectura, de la pintura, de la escultura o de
la música el hombre desde que es hombre se ha visto forzado a crear
artísticamente. Y algo que viene impuesto desde dentro como un mandato, tal y
como diría Kant, es sin lugar a dudas una necesidad. Otra cosa es que el arte
no tenga un sentido práctico tal y como nosotros, hombres del siglo XXI
envueltos en un mundo casi plenamente tecnológico, entendemos ese concepto al
igual que le sucede a otras actividades como por ejemplo la filosofía. Pero es
eso precisamente lo que hace que estas creaciones del ser humano tengan más
valor, porque eso quiere decir que existen porque valen por sí mismas, en ellas
reside su valor y no necesitan de nada exterior a ellas o de una finalidad
práctica que les otorgue un sentido. Para darle más consistencia intelectual a
nuestras aportaciones acudiremos de nuevo a Hegel, el cual sostiene que «La
obra de arte persigue un fin particular que es inmanente en ella.» El arte o,
por ejemplo, la filosofía sí que son «algo» práctico, ya que sirven para conocer
lo que es el hombre y lo que es y ha sido el mundo; lo que sucede es que para
eso hay que elevarse a una categoría de comprensión a la que hoy día
prácticamente nadie está dispuesto a remontarse. De ahí las famosas frases: «La
filosofía, ¿y eso para qué sirve?». «¿Qué estudias, arte, y eso para qué?»;
pero bueno, así están las cosas y adentrarnos ahora de lleno a desentrañar y
esclarecer este problema sería pasarnos a otra cuestión distinta de la que nos
ocupa en estos momentos. Por lo tanto, sólo nos queda a modo de conclusión
señalar que el arte, como espero haya quedado claro después de lo dicho, es una
necesidad ineludible del ser humano que pertenece a la esencia de éste y que le
ayuda a comprender mejor la realidad.
Ahora pasaremos a analizar
el primer punto nodal de este estudio: el artista. El artista es la
subjetividad creadora que realiza la obra de arte. Intentar llegar a una
comprensión profunda de este componente del arte supone el fijar la vista en
muchos elementos decisivos que se dan en el artista y le conducen a la
creación. El artista es esa subjetividad creadora que es capaz de crear (arte)
desde sí mismo. Un primer elemento a destacar en el análisis del artista es «la
inspiración», el cual es el estado en el que éste se encuentra cuando se siente
empujado a crear. Hegel afirma al respecto: «La producción artística se
convierte así en un estado al que se da el nombre de inspiración.» Por su parte
Schopenhauer, que no se caracterizaba por ser un gran amigo de Hegel ni por
compartir sus ideas, pensaba:
«La invención de la melodía,
el descubrimiento de todos los más hondos secretos de la voluntad y de la
sensibilidad humana, esto es obra del genio. La acción del genio...es una
verdadera inspiración.»
De esta forma vemos que el
auténtico artista es el genio, el cual cuando alcanza el estado de inspiración
es capaz de expresar lo más esencial de las cosas.
«A partir de lo dicho
podemos ahora entender lo que es el «Genio». No es otra cosa que lo que ya
Platón denominó «demon», como la subjetividad ideal de todas las cosas que, más
allá de su determinación y límite empírico, media entre ellas y su origen
absoluto. (...) «El «genio» es esa característica absoluta de las cosas, lo que
hay en ellas de definitivo y oculto, más allá de su forma empírica, porque está
en el origen de todas ellas.»
Una vez aclarado qué es el
genio y qué es la inspiración, pasamos ahora al fenómeno de «la necesidad
interior», el cual se manifiesta a través de lo que Heidegger llamó en Sein und
Zeit «la voz de la conciencia», que bien podría ser llamado por nosotros aquí
«la voz de la creación». Todo artista siente a la hora de crear esa necesidad
interior que le empuja a realizar la obra y le indica cómo ha de actuar.
Oigamos al abanderado del movimiento pictórico abstracto, Vasili Kandinsky, el
cual afirma lo siguiente: «La ineludible voluntad de expresión de lo objetivo
es la fuerza que aquí llamamos necesidad interior y que hoy pide una forma general
y mañana otra.» Con esta confesión de uno de los grandes artistas del siglo XX
queda de manifiesto la presencia de esa necesidad interior en el genio a la
hora de crear. Paul Valéry, por su parte, afirma:
«El artista vive en la
intimidad de su arbitrariedad y en la espera de su necesidad.» (...) «... unas
veces es una voluntad de expresión la que comienza la partida, una necesidad de
traducir lo que se siente...»
Como ya se ha señalado antes
esta «necesidad interior» se hace presente a través de una «misteriosa voz» que
lleva a crear. Respecto a esta voz, Kandinsky apunta:
«El artista no trabaja para
merecer elogios o admiración, o para evitar la censura y el odio, sino
obedeciendo a la voz que le gobierna con autoridad, a la voz del maestro ante
el cual debe inclinarse, y del cual es esclavo.»
Y no es sólo Kandinsky el
que se refiere a esta experiencia primaria de todo artista, sino que esto es
afirmado por muchos otros, como por ejemplo, el decisivo músico del siglo XX,
Igor Strawinsky:
También el poeta y crítico
de arte Paul Valéry, ya citado anteriormente, dice:
«...ese poeta que se limita
a transmitir lo que recibe, a entregar a desconocidos lo que posee de lo
desconocido, no tiene ninguna necesidad de comprender lo que escribe, dictado
por una voz misteriosa.»
Para profundizar más en este
fenómeno tan importante de la necesidad interior, tenemos que señalar que
cuando creadores como Kandinsky realizan afirmaciones como las que serán
citadas a continuación, se están refiriendo a un fenómeno ontológico que Martin
Heidegger señaló y describió con gran exactitud en su obra cumbre
«Al hacer un cuadro el
pintor «escucha» siempre una «voz» que le dice sencillamente: «!Exacto!» o
«!Falso!» o «Los artistas conocen bien esta «voz misteriosa» que guía su
pincel y «mide» el dibujo y el color.»
Heidegger afirma en la obra
referida: «A la vocación no le es esencial la fonación», «la vocación alcanza
al «ser ahí»«. Incluso Heidegger al igual que Kandinsky habla de «voz
misteriosa». Aunque Martin Heidegger está apelando a la «voz de la conciencia»
para un análisis muy distinto al nuestro, su análisis ontológico coincide en
gran parte con lo que nosotros hemos denominado como la «voz misteriosa» que
llama al artista a la creación. Tras este esbozo de la interioridad del artista
en el que se ha hablado de la necesidad interior, de la voz misteriosa que
empuja a crear o de la inspiración, pasamos ahora a señalar dos elementos que
también influyen en el proceso de creación, aunque se den desde «fuera» de la
subjetividad creadora. Uno de estos elementos decisivos es el de «la dimensión
de trabajo». Indudablemente cuando hablamos del artista creador se está
hablando de una subjetividad especial que es capaz de captar y expresar lo que
el resto de las personas no son capaces ni tan siquiera de percibir —esto es
debido también a la «intuición», otro elemento decisivo en nuestro tema—, pero
esto no quiere decir que el artista sea una especie de figura privilegiada por
un talento que le permita esperar a que llegue ese «gran momento» que le dicte
al oído su obra; sino que detrás de todo proceso creativo hay muchas horas de
trabajo que son las que hacen que el artista obtenga sus frutos. Así, sólo hay
que recordar la frase de Pablo Picasso, uno sino el más grande de los genios
artísticos del siglo XX, en la que decía: «Si la inspiración baja, que me coja
trabajando».
«...si el tiempo de
composición de un poema incluso muy corto puede consumir años, la acción del
poema sobre el lector se realizará en unos minutos. En unos minuto recibirá ese
lector el choque de hallazgos, comparaciones, vislumbres de expresión
acumulados durante meses de investigación, de espera, de paciencia y de
impaciencia.»
Para que la obra surja hace
falta mucho trabajo, y que nadie piense que el artista es un ser privilegiado
al que todo le viene dado. El artista además de poseer un talento innato es
alguien que dedica su vida por completo a su obra, pudiendo incluso esto
llevarle a la locura. Dentro de las cualidades y características propias del
artista también hay que señalar que éste refleja de una forma o de otra, ya sea
directa o indirectamente, consciente o inconscientemente, el espíritu de su
época y esto es algo que se produce porque el artista al igual que todo hombre
se encuentra determinado por su contexto histórico. Nadie puede saltar por
encima del periodo temporal que le ha tocado vivir. Es por ello por lo que el
artista se tiene necesariamente que nutrir del «mundo exterior» para plasmar
éste en sus obras. El mismo Kandinsky, al que ya se ha aludido antes, sostiene
esta idea:
«Todo artista, como hijo de
su época, ha de expresar lo que le es propio a esa época»; «Toda la naturaleza,
la vida y todo lo que rodea al artista, y la vida de su alma, son la única
fuente de cada arte.»
Hemos aludido, pues, a lo
que según nosotros son los elementos más destacados de la dimensión subjetiva
del arte (el artista): el «genio» (ser especial que capta la esencia del
mundo); la «inspiración» (estado ideal que conduce al genio a crear); la
«necesidad interior» (fenómeno que va unido a la «voz misteriosa») que impulsa
a crear; la «dimensión de trabajo» y la influencia del «mundo exterior». Soy
consciente que con esta breve tipología no hemos hecho, ni mucho menos, una
descripción totalmente completa del creador artístico, pero espero haber
realizado con ello una labor bastante detallada en la que se ha intentado de
una manera o de otra aludir a los componentes más importantes que se dan en
todo artista. La literatura estética sobre este tema es tan extensa que aunque
quisiéramos no tendríamos tiempo dentro de los límites impuestos a este escrito
de aludir a todas las piezas necesarias, debido también en parte a la
complejidad del tema.
Ahora analizaremos
el otro polo de la creación artística: la realidad, lo objetivo. Aquí aparecen
problemas fundamentales como el de la belleza y la captación de la misma o el
de si el arte, en cuanto captación de esa belleza o realidad, es algo objetivo
o simplemente depende de lo que el artista quiera, es decir, de su voluntad
libre y caprichosa. Nosotros de entrada rechazamos esa típica definición de
arte como «aquella actividad humana que trata de reflejar belleza», ya que
consideramos que quedarnos en esa concepción tan simplista del término supone
inculcarle al mismo una reducción brutal. Ésa no es la esencia del arte, es uno
de sus aspectos La expresión de belleza en una creación artística es algo
«secundario» que puede ir añadido a la obra. El arte no trata principalmente de
reflejar belleza, sino de reflejar la esencia de la realidad misma, el
misterio, a través del artista de forma que sea reconocida como propia por
todos los receptores. Así, por ejemplo, hay creaciones que sin ser bellas son
auténticas obras de arte. Bien es verdad que en gran parte de las verdaderas
obras artísticas las cosas son reflejadas de tal forma que aunque lo que se
muestre en ello sea feo, normalmente nos produce una impresión bella. El
enfoque ontológico tradicional en lo que a nuestro posicionamiento respecto de
la realidad se refiere consiste en pensar que nosotros somos un sujeto frente a
un mundo que está «ahí» fuera, algo heredado de la modernidad y la filosofía
cartesiana principalmente; lo que sucede es que si verdaderamente nos paramos a
pensar ese enfoque nos damos cuenta de que no somos sencillamente unos sujetos
enfrentados a la realidad, sino que nosotros mismos ya somos parte de esa
realidad, somos si se quiere, los ojos con los que la realidad se mira a sí
misma; pero somos ante todo, y eso que quede claro, realidad. Ahora bien, ¿cómo
afrontar este problema desde la reflexión sobre el arte?, ¿qué es la realidad
para el artista?, ¿es esa realidad una objetividad que quede como tal plasmada
en la obra de arte, o por el contrario queda en ella deformada? La realidad
para el artista es «eso» en que él está y le sirve para llenarse como condición
previa a la expresión que será plasmada en la obra.
«...el pintor abstracto no
recibe su «impulso» de un trozo cualquiera de naturaleza, sino de la totalidad
de la naturaleza, en sus aspectos más diversos, que llegan a sumarse en él para
conducirlo a crear una obra.»
La realidad es la fuente de
donde bebe el artista para poder posteriormente hacer su obra. La realidad es
algo objetivo, es lo que está de por sí y no depende de una subjetividad para
ser, y ahí es donde reside la «sustancia» de la que el artista se nutre para su
creación. Pero ¿cómo acceder a ella? El artista accede a la «sustancia» de la
realidad mediante la intuición y la refleja a través de la creación artística.
Que la realidad es objetiva es evidente, lo que no parece tan claro es si el
arte es o no objetivo, gran debate de la estética del siglo XX. Nosotros
sostenemos que el arte es objetivo, prueba evidente de ello es que toda actividad
realizada por un artista no tiene porqué responder al concepto de arte,
problema fundamental de las vanguardias. Esta idea queda precisada con la
distinción categorial entre «obras maestras» y «obras de arte», lo cual hace
ver que ambos modos de creación pertenecen a categorías distintas. No tiene el
mismo valor una «obra maestra» que una «obra de arte», ya que una «obra de
arte» puede ser cualquier obra de un creador poético que se ajuste a los
cánones de un determinado arte; mientras que una «obra maestra» es una obra
artística de tales dimensiones que supera en demasía al conjunto de obras
artísticas en general, debido a una serie de elementos constitutivos propios de
la obra que sólo residen en ella y precisamente por ello dicha creación pasa a
ser catalogada como «obra maestra», motivado por sus dimensiones de expresión y
captación de lo real. Así, La Gioconda de Leonardo da Vinci o Los Girasoles de
Van Gogh están consideradas como obras muy superiores a otras creaciones de
dichos artistas.
«Se llama «obra maestra»,
estrictamente hablando a «todo lo perfecto dentro de su género.»» (...) «...
las obras maestras son «los guardianes silenciosos del misterio del arte». No
se puede decir nada; son pasmosas.»
La objetividad del arte
reside en la presencia «real», en la proximidad con el ser, que se consiga en
los resultados de las creaciones de los artistas; así, por ejemplo, El entierro
del Conde de Orgaz del Greco es una «obra maestra» porque en ella se produce la
manifestación del ser, o lo que es lo mismo, una expresión plena de realidad
que expresa en perfecta armonía la conjunción entre un hombre y su mundo.
Retomando el tema específico de este apartado podemos decir, pues, que la
realidad para el sujeto creador artístico es «eso» que le rodea y que le sirve
de fuente de conocimientos, experiencias, sentimientos... para luego a través
de su talento innato poder producir arte. En cierto modo la realidad es para el
artista aquello que le inspira y le sirve de manantial de experiencias para la
creación. Es tanto «el camino» como la base o fuente de todo crear. Por lo
tanto, la realidad es un aspecto decisivo para el artista, puesto que la
esencia de la auténtica obra de arte reside en la capacidad de su creador para
captar lo más íntimo de la realidad y expresarlo desde su interioridad en la
obra. Así, por ejemplo, Goya expresa magníficamente en sus cuadros los
desastres y sufrimientos de la guerra; Shakespeare expresa como nadie a través
de la tragedia los sentimientos universales del ser humano, algo que hace
también en su género Miguel Ángel con la escultura; o qué decir de los versos
de Bécquer, en donde la experiencia del amor se siente de una manera tan
primaria que llega a lo más profundo del ser, por no hablar de la pasión con
que Beethoven manifestó su época en sus sinfonías. En definitiva, queda claro
que toda gran obra de arte es un cúmulo de circunstancias en donde resaltan el
alma del artista y el mundo que le rodea, el cual le hace sentir experiencias
que le llevan a dicha obra. Otra cuestión es cómo sea después plasmado «eso» en
la creación poiética. En las esculturas de los antiguos griegos hay una gran
idealización del cuerpo humano, idealización que muestra por otro lado el poder
de los dioses; en las catedrales góticas hay una exaltación vertical que marcha
hacia el cielo para buscar la unión con Dios; en los cuadros de Velázquez se ve
una realidad fielmente retratada, que si bien después es analizada se puede
comprobar que no es tan «realista» como parece, ya que el impresionante pintor
sevillano hace bello lo que «realmente» no lo es (cuadros de bufones, retratos,
etc.)... así podríamos seguir enumerando artistas y obras que muestran que la
realidad prácticamente nunca es reflejada tal cual. ¿Y esto a qué se debe? Pues
la causa es que el artista siempre reproduce desde su libertad personal y
creadora lo que la naturaleza hace por necesidad, llegando de esta forma a
mejorar lo que se ha sacado de la misma naturaleza. «La naturaleza imita al
arte», decía Oscar Wilde. Según lo dicho, podemos pensar que el arte existe
debido a la fuerte impresión que lo real, lo objetivo, produce en el artista,
ya que la tarea de éste no es otra que la de llevar a cabo una obra en la que
se muestre a través de su perspectiva artística la intimidad más plena de las
cosas. De esta manera el arte aparece como algo objetivo que se muestra de «una
forma particular», tal y como decía la cita de Hegel empleada al principio del
trabajo. La realidad es lo objetivo que el artista plasma «subjetivamente» y
luego refleja «objetivamente» para el receptor. En el arte el «subjeto» se
objetiviza y la objetividad se subjetiviza. De ahí que todo el mundo sienta la
experiencia de la tristeza al escuchar el adagio de Albinoni o Barber; el dolor
de la guerra al ver ciertos cuadros de Goya o la experiencia primigenia del
amor al leer los versos de G Adolfo Bécquer.
¿Qué es poesía?—dices
mientras clavas En mi pupila tu pupila azul—. ¿Qué es poesía?¿Y tú me lo
preguntas? Poesía... eres tú.
No se trata entonces de
reflejar las cosas tal como son, sino de hacerlo de una manera que nos hagan
sentir las experiencias primarias universales. Así, aunque la realidad no esté
plasmada tal cual en El Guernica de Picasso, al contemplarlo todo el mundo
siente el horror y la dureza de la guerra en esa construcción deformadora y a
la vez real del mundo en un estado semejante. Como decíamos al principio, con
Hegel, «El arte es una forma particular bajo la cual el espíritu se
manifiesta», eso sí, desde una experiencia personal con la realidad que a
través de la creación llega a la obra de arte en expresión universal. Por lo
tanto, podemos decir a modo de resumen, que la realidad es el marco en donde se
produce la existencia del hombre y en la cual el artista debe bañarse para
acumular una serie de experiencias que le conduzcan posteriormente a la
creación, consiguiendo con ello «personalizar» la realidad y «objetivar» el
sujeto. La realidad es, pues, lo que le da al artista los materiales para crear
y lo que a la postre se representa o expresa como resultado de toda una
ejecución artística. Tan sólo hay que ver un cuadro, escuchar una obra musical,
contemplar una escultura y leer un poema o una novela para alcanzar un grado de
comprensión más alto de la realidad.
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