La ÉTICA de Kropotkin es el
último texto del filósofo anarquista; fue escrita
después del triunfo de la
Revolución soviética, en el exilio interior al que le
condenaron las autoridades
bolcheviques, en la pequeña ciudad de Dmitrov a
65 km de Moscú y en un
aislamiento brutal, prácticamente sin libros de
consulta. Al margen de lo correcto
o no de su interpretación de Kant, no debe
olvidarse que Kropotkin
identificaba su ética con el «darwinismo social de
izquierdas», absolutamente
laico. Su crítica a Kant se centra en tres
supuestos que hoy, atendiendo
a criterios historiográficos estictos, son poco
defendibles: que malinterpretó
a Rousseau (y que subordinó el problema de la
justicia) y que «La Región
dentro de los límites de la mera razón» significa
una rendición de la autonomía
moral y que –finalmente– se amilanó ante las
consecuencias de la Revolución
francesa. Pero su comprensión del conflicto
entre utilitaristas y
kantianos (que ha centrado buena parte de la filosofía
moral hasta nuestro días)
sigue siendo profundamente vigente. R.A.
Como ya hemos señalado, las
doctrinas de los pensadores franceses de las segunda
mitad del siglo XVIII, como
Helvecio, Montesquieu y Rousseau, así como también los
enciclopedistas Diderot,
D’Alembert y Holbach ocupan un puesto muy importante en la
historia de la ciencia moral.
Su negación audaz del origen religioso de la moral, su
afirmación de la igualdad, por
lo menos política, y la importancia decisiva que dichos
pensadores atribuyeron al
interés personal, entendido razonablemente en la creación
de las formas sociales de
vida, todo ello tuvo una importancia tan considerable en la
elaboración de las ideas
morales que contribuyó a que se propalara en la sociedad la
idea de que la moral puede
estar completamente emancipada de toda sanción
religiosa.
Sin embargo, el terror de la
Revolución francesa y la perturbación provocada por la
abolición de los derechos
feudales después de las guerras que siguieron a la revolución
empujaron a muchos pensadores
a tratar de sentar las bases de la Ética, una vez más,
en principios sobrenaturales
más o menos disfrazados. La reacción política y social fue
seguida en la Filosofía por el
renacimiento de la Metafísica. Empezó este renacimiento
en Alemania, donde a fines del
siglo XVIII aparecieron las obras del más considerable
de los filósofos alemanes
Emmanuel Kant (1724 –1804). Su doctrina viene a quedar
colocada entre la Filosofía
especulativa de los antiguos y la científico-natural del siglo
XIX. Vamos a analizar
brevemente las ideas morales de Kant.
KANT se propuso crear una
«Ética racional», es decir, una teoría moral
fundamentalmente distinta de
la «Ética empírica» cultivada en el siglo XVIII por la
mayoría de los pensadores
ingleses y franceses.
El objetivo que perseguía no
era nuevo: casi todos los pensadores anteriores
procuraron determinar las
bases racionales de la moral. Pero Kant creyó descubrir las
leyes fundamentales de la
moral, no mediante el estudio de la naturaleza humana y la
observación de la vida y de
los actos humanos, sino por medio del pensamiento
abstracto. Esta característica
le distinguió de los filósofos franceses e ingleses de los
siglos XVII y XVIII.
Kant lllegó al convencimiento
de que la base de la moral reside en la «conciencia del
deber». Esta conciencia no
obedece a consideraciones de utilidad personal o social ni al
sentimiento de simpatía o de
benevolencia, sino que constituye una particularidad de
la razón humana. Según Kant,
la razón humana es capaz de crear dos clases de reglas
de conducta: unas son
condicionales y facultativas, otras incondicionales. Por ejemplo:
quien quiera tener buena salud
ha de moderarse. Esta es una regla condicional. El
hombre que no quiere llevar
una vida moderada, poco interès puede tener por su
salud. Reglas semejantes no
son obligatorias. A ellas pertenecen todas las reglas de
conducta basadas en el interés
y que por lo tanto no pueden constituir la base de la
moral. Los postulados morales
tienen que tener un carácter de mandamientos
incondicionales, es decir, han
de estar basados sobre el «imperativo categórico». Este
imperativo categórico
representa la conciencia del deber.
De la misma manera que los
axiomas de las Matemáticas no proceden de la
experiencia (así opinaba
Kant), la conciencia del deber lleva en sí el carácter de una
ley natural y es propia del
entendimiento de todo ser que piensa racionalmente. Es una
actualidad de la «razón pura».
No importa que el hombre jamás
obedezca en absoluto al imperativo categórico. Lo
que importa es que el hombre
haya llegado al reconocimiento de este imperativo no
recurriendo a la observación o
a sus sentimientos, sino descubriéndolo en sí mismo y
reconociéndolo como ley
suprema de su conducta.
¿En qué puede consistir el
deber moral? Según su naturaleza misma, el deber es lo
que tiene un valor absoluto y
por lo tanto no puede ser sólo un medio para la
consecución de otro fin, sino
que es la «finalidad» en sí misma. Ahora bien: ¿qué es lo
que para el hombre puede tener
valor absoluto y por lo tanto constituir una finalidad?
Según Kant, lo único que tiene
en el mundo y aun fuera de él una importancia absoluta
es la «voluntad libre y
racional». Todo lo demás tiene en el mundo, según Kant, un
valor relativo. Tan sólo la
personalidad racional y libre tiene en sí un valor absoluto.
Así, pues, la voluntad libre y
racional constituye el objeto del deber moral. «Debes ser
libre y racional», tal es el
mandato de la conciencia moral.
Después de haberla
establecido, Kant deduce de ella la primera fórmula de la conducta
moral: «Obra de tal modo que
emplees la humanidad, tanto en tu persona, como en la
de cualquier otro, siempre al
mismo tiempo como un fin y nunca sólo como un medio».
Pues todos los hombres,
iguales a nosotros, están dotados de una voluntad libre y
racional y no pueden, por lo
tanto, servirnos jamás como medio. Según Kant, el ideal
al cual aspira la moral es una
comunidad de hombres libres y racionales en la cual
cada individuo constituya una
finalidad para todos los demás. Basándose en esta idea,
Kant definió así la ley moral:
«Obra de tal modo que puedas siempre querer que la
máxima de tu acción sea ley
universal»; o en otra fórmula: «Obra como si la máxima
de tu acción debiera tornarse,
por tu voluntad, en ley universal de la naturaleza».
El pequeño ensayo en que Kant
formula estas ideas (La FUNDAMENTACIÓN DE LA
METAFÍSICA DE LAS COSTUMBRES)
está escrito en un estilo sencillo y vigoroso,
apelando a los mejores
instintos humanos. Nada tiene, pues, de raro que la doctrina
de Kant ejerciera, sobre todo
en Alemania, una enorme influencia. En oposición a las
doctrinas eudaimonistas y
utilitaristas que predicaban la moral porque proporciona al
hombre la felicidad (según los
eudaimonistas) o el provecho (según los utilitaristas),
Kant afirmó que el hombre ha
de ser moral en la vida porque así lo exige nuestra
razón. Decía, por ejemplo:
debes respetar tu propia libertad y la de los demás no
solamente cuando esperas sacar
de ella un placer o un provecho, sino siempre y en
todas las circunstancias
porque la libertad es un bien absoluto y por sí sola constituye
una finalidad: todo lo demás
no es más que un medio. En otras palabras, la
personalidad humana ha de ser
objeto de una estima absoluta y en esto, según Kant,
reside la base de la moral y
del derecho.
La Ética de Kant ha de
satisfacer indudablemente a los que dudan del carácter
obligatorio de los preceptos
de la Iglesia y del Evangelio y que al mismo tiempo no se
deciden a adoptar el punto de
vista de la ciencia natural; la Ética de Kant encuentra
partidarios entre las gentes
cultas que se complacen en creer que el hombre cumple
sobre la tierra el mandamiento
de una voluntad suprema, en una palabra, entre los
que ven en esa doctrina la
expresión de sus propias creencias vagas y nebulosas.
Es indudable que la Ética de
Kant alcanza una gran elevación. Pero ella nos deja en
absoluta ignorancia sobre el
más importante de los problemas morales, és decir: “el
origen del sentimiento del
deber”. Decir que el hombre experimenta en sí el
sentimiento elevado del deber
moral al cual se cree obligado a obedecer no resuelve la
cuestión: esta afirmación es
análoga a la de Hutcheson, el cual aseguraba que el
sentimiento moral que guía al
hombre en su conducta está profundamente anclado en
la naturaleza humana. La
razón, según Kant, nos impone la ley moral. La razón,
independientemente de la
experiencia y de la observación de la naturaleza. Pero
después de haber tratado de
probar esta idea con gran calor, hubo de reconocer Kant,
una vez publicada la CRÍTICA
DE LA RAZÓN PRÁCTICA, que la fuente del amor a lo
moral no puede residir en el
hombre y se inclinó a atribuirle un origen divino.
Esta regresión a la Ética
teológica obedeció, tal vez, a la decepción provocada en Kant
por la Revolución francesa.
Sea de ello lo que fuere, he aquí sus propias palabras:
«Hay sin embargo en nuestra
alma algo que provoca nuestra admiración y entusiasmo
y ello es nuestra capacidad
moral innata». ¿Pero en qué reside esta capacidad que nos
eleva tan por encima de
nuestras necesidades habituales? «Su origen misterioso, tal
vez divino, levanta nuestro
espíritu hasta el entusiasmo y nos da fuerzas para todos
los sacrificios que reclame el
sentimiento del deber» [LA RELIGIÓN DENTRO DE LOS
LÍMITES DE LA MERA RAZÓN]
Por lo tanto, después de haber
negado la importancia y casi la existencia misma en el
hombre del sentimiento de
simpatía y del instinto de sociabilidad, sobre los cuales
habían basado sus doctrinas
morales Hutcheson y Adam Smith, considerando sólo que
la capacidad moral es uno de
los atributos fundamentales de la razón, Kant no podía
en verdad encontrar en la
naturaleza nada capaz de señalarle el origen natural de la
moral y por esto se vió
obligado un origen divino para nuestro sentimiento del deber
moral. Cierto es que Kant
admitía que la conciencia de la ley moral es propia no sólo
del hombre sino también de
«todos los seres racionales», pero como quiera que de
esta designación excluía a los
animales hay que suponer –como ya lo observó
Schopenhauer– que aludía al
«mundo de los ángeles».
Kant contribuyó mucho sin
embargo al aniquilamiento de la Ética religiosa tradicional y
a preparar el terreno para una
Ética nueva puramente científica. Puede decirse sin
exageración que Kant ha
abierto el camino para la Ética evolucionista contemporánea.
Tampoco hay que olvidar su
idea justísima de que la moral no puede basarse en
consideraciones de utilidad ni
en la idea de felicidad, como habían tratado de hacerlo
los utilitaristas y los
eudaimonistas. Al mismo tiempo afirmaba que el sentimiento de la
simpatía no da una base
suficiente para explicar la moral. En efecto, aun en los
hombres que tienen muy
desarrollado el sentimiento de la simpatía para con los demás
pueden darse a veces casos de
contradicción con otras aspiraciones de la naturaleza
humana. Y aun cuando puede
admitirse que estas contradicciones sean solamente
momentáneas, es indudable que,
cuando se producen, el hombre vacila entre la
conciencia moral y sus
aspiraciones de otra índole. ¿En qué consiste, pues, la condición
que ayuda al hombre a resolver
el problema moral? ¿Por qué la solución que nosotros
calificamos de moral nos
produce satisfacción y es aprobada por los demás? Este
problema, que es el
fundamental de la ética, Kant no lo ha resuelto.
Tan sólo ha señalado Kant la
lucha que existe en el interior del hombre entre lo que es
moral y lo que no lo es y ha
afirmado que el papel decisivo en esta lucha lo desempeña
la razón y no el sentimiento.
Pero entonces se plantea el problema siguiente: ¿por qué
la razón toma tal resolución y
no otra distinta? Kant ha excluído, y con mucha razón,
del problema moral en las
consideraciones de utilidad. Por supuesto, las
consideraciones sobre la utilidad
de los actos morales han tenido para el género
humano mucha importancia y han
influido en la elaboración de nuestras ideas éticas;
pero queda siempre algoque
estas consideraciones no pueden explicar y este «algo» es
precisamente lo que se trata
de comprender. Tampoco bastan las consideraciones
sobre la satisfacción que
experimentamos después de realizar un acto moral, porque lo
que se trata de explicar es el
“porqué” de esta satisfacción, de la misma manera que al
explicar el efecto que nos
producen ciertas combinaciones de sonidos y acordes hay
que estudiar el porqué unas
combinaciones nos resultan más agradables que otras.
Así es que, aunque Kant no
pudo contestar a las cuestiones fundamentales de toda
Ética, preparó el camino para
los que, como Darwin, siguiendo las indicaciones de
Bacon se fijaron en el
instinto de sociabilidad propio a todos los animales que viven en
común y vieron en este
instinto, cada día más y más desarrollado, la «cualidad
fundamental del hombre». De
este modo Kant ayudó a la creación de una nueva Ética
realista.
Mucho podría decirse sobre la
Filosofía moral de Kant, pero me contentaré con
formular algunas observaciones
finales.
En su FUNDAMENTACIÓN DE LA
METAFÍSICA DE LAS COSTUMBRES, obra principal
sobre la Ética, Kant reconoció
honradamente que no sabemos por qué nos sentimos
obligados a actuar según la
ley moral: «¿De dónde procede el carácter obligatorio de la
ley moral...? Es una especie
de círculo que pareceno tener salida». «Nos consideramos
libres y al mismo tiempo
estamos sometidos a las leyes morales», atribuyendo esta
sumisión a nuestra libre
voluntad. Kant procuró aclarar este pretendido error del
pensamiento con una
explicación que muestra a las claras la base de toda su Filosofía
del conocimiento. La razón
–decía– está no sólo por encima del sentimiento, sino
también del entendimiento,
puesto que contiene algo más de lo que nos proporcionan
los sentidos. «La razón se
manifiesta en una espontaneidad tan pura, en lo que califico
de Ideas, que va mucho más
allá del límite de lo que pueden proporcionarle los
sentidos; su función principal
consiste en establecer la distinción entre el mundo de los
sentidos y el del
entendimiento, señalando con ello los límites de este último». «Al
concebirnos como seres libres
nos trasladamos al mundo del entendimiento y
reconocemos la autonomía de la
voluntad, por su consecuencia, la moral; mientras que
al considerarnos obligados nos
observamos como perteneciendo simultáneamente al
mundo de los sentidos y al del
entendimiento». La libertad de la voluntad, según Kant,
no es otra cosa, por lo tanto,
que una Idea de la razón.
Claro está que Kant, al hacer
estas afirmaciones, se basa en su «imperativo
categórico» que es «la ley
fundamental de la razón pura moral» y, por lo tanto, una
forma indispensable de nuestro
pensamiento. Pero no pudo explicar de dónde y a
merced de cuáles causas nació
en nuestra razón esta forma de pensamiento
precisamente. Nosotros podemos
ahora, según creo, afirmar que esta forma emana de
la idea de justicia, es decir,
del reconocimiento de la igualdad de derechos para todos.
Se ha escrito mucho sobre la
esencia de la ley moral kantiana. Lo que constituye el
mayor obstáculo para que la
fórmula de esa ley sea reconocida por todos: ¿es su
afirmación de que la solución
moral debe ser tal que pueda ser aceptada como debe
ser reconocida? ¿Por la razón
de un solo hombre o por la sociedad? Si lo es por la
sociedad, entonces, para la
apreciación común de un acto determinado es preciso que
este acto sea útil al bien
común y, en este caso, llegamos a las teorías de la utilidad
(utilitarismo) o de la
felicidad (eudaimonismo) que tan resueltamente rechazó Kant. Si
se trata del reconocimiento de
dicha solución por la razón de cada hombre aislado y no
como consecuencia de la
utilidad de tal o cual acto, sino porque lo impone la razón,
hay que reconocer que en la
razón humana debe existir algún elemento que Kant, por
desgracia, no ha señalado.
Este “algo” existe, en efecto, y para concebirlo no era
necesario pasar por toda la
Metafísica kantiana. Estuvieron muy cerca de la concepción
de este algo los materialistas
franeceses, así como los pensadores ingleses y escoceses
y esta particularidad de la
razón es, como ya he dicho varias veces la idea de justicia,
es decir la de la «igualdad de
derechos». No existe, en efecto, ni puede existir otra
idea capaz de convertirse en
regla universal para la apreciación de todos los actos
humanos. Más aun: esta validez
no está reconocida solamente por los «seres
pensantes» -o por los ángeles,
a los cuales aludñia quizás Kant– sino también por
muchos animales sociales; y es
imposible explicar esta facultad de la razón sin tener
en cuenta el desarrollo
progresivo o sea la evolución del hombre y del mundo animal
en general. En efecto, no cabe
negar que la aspiración principal del hombre es la de
llegar a la felicidad personal
en el más amplio sentido de la palabra. En esto tienen
razón los eudaimonistas y
utilitaristas. Pero tampoco cabe dudar de que el principio
moral regulador se manifiesta,
al mismo tiempo que en la aspiración a la felicidad, en
los sentimientos de
sociabilidad, de simpatía y de ayuda mutua que se obserban no
sólo entre los animales sino
en el hombre y que se desarrollan continuamente con él.
La doctrina de Kant despertó
la conciencia moral de la sociedad alemana y le ayudó a
atravesar un período crítico.
Pero Kant no analizó profundamente la base de la vida
social alemana. Después del
panteismo de Goethe, la doctrina de Kant provocó un
retroceso social y la vuelta a
la explicación sobrenatural de la Ética; apartó a ésta del
método que emplearon los
pensadores franceses del siglo XVIII, método que consistía
en buscar la explicación del
principio fundamental de la moral en causas naturales y en
la evolución progresiva.
En general, los admiradores
contemporáneos de Kant harían bien en ahondar en la
doctrina moral de su maestro.
Sería, por supuesto, deseable que la regla de nuestra
conducta pudiera convertirse
en una ley general. ¿Pero ha descubierto Kant esta ley?
Hemos visto ya que todas las
doctrinas morales, incluso la de los eudaimonistas y
utilitaristas, veían la base
de la conducta moral en el interès de la colectividad. Pero la
cuestión reside en saber lo
que puede calificarse de interès general; y esto, que tanto
había preocupado a Rousseau y
a los demás pensadores franceses anteriores a la
Revolución, así como a sus
predecesores ingleses y escoceses, Kant no procuró en
manera alguna tratar de
resolverlo. Se contentó con alusiones a la voluntad divina y a
la fe en la vida futura.
En cuanto a la segunda fórmula
del imperativo categórico de Kant: «obra de tal modo
que emplees la Humanidad,
tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre
al mismo tiempo como un fin y
nunca sólo como un medio», puede ser expresada en
palabras mucho más sencillas:
en las cuestiones que interesan a la sociedad, persigue
no sólo tu interès personal,
sino el de toda la comunidad.
Este principio altruista, en
el cual Kant creía reconocer el mérito principal de su
Filosofía, es tan antiguo como
la moral misma. En Grecia se sostuvieron, alrededor de
este principio vivas polémicas
entre estoicos y epicúreos y luego, en el siglo XVII,
entre Hobbes, Locke, Hume,
etc. además la fórmula de Kant es, en sí mismo, falsa. El
hombre es un ser
verdaderamente moral, no cuando cumple la ley que cree divina, ni
cuando actúa en su pensamiento
egoísta de esperanza y miedo, como por ejemplo los
elementos que entran en la
vida de ultratumba, sino tan sólo cuando sus actos morales
se han convertido para él en
una segunda naturaleza.
Como ha dicho Paulsen en su
SISTEMA DE ÉTICA, Kant profesó respeto por las masas
populares, entre las cuales se
encuentran, con más frecuencia que entre las gentes
cultas, personas dotadas de un
fuerte y sano sentido del deber. Pero no llegó al
reconocimiento de la igualdad
de derechos de las masas con las demás clases de la
sociedad. No se fijó en que al
hablar con tanta elocuencia del sentimiento del deber no
proclamaba, sin embargo, los
principios que habían proclamado ya Rousseau y los
enciclopedistas, que la
Revolución había escrito en su bandera, en una palabra, la
igualdad de derechos. No se
atrevió porque le faltó valor lógico. Apreciaba las ideas de
Rousseau en sus consecuencias
secundarias, pero no en su esencia fundamental, es
decir, en el llamamiento a la
justicia. Al inclinarse, como lo hacía, ante el sentimiento
del deber, Kant no se
preocupaba de averiguar de dónde nace esta tendencia de la
naturaleza humana y se
contentaba con decir que se trata de una ley general.
Finalmente, puso su Ética bajo
la protección de un ser superior.
La corrupción de las
costumbres al finalizar el siglo XVIII la atribuía Kant a la influencia
nefasta de los filósofos
franceses, ingleses y escoceses. Se empeñó en restablecer el
respeto al deber desarrollado
en el hombre, a su juicio, gracias a la Religión y con este
empeño la Filosofía moral
kantiana, so pretexto de utilidad social, contribuyó a retrasar
el triunfo de la Filosofía de
la evolución en Alemania. Sobre esto ya se han expresado
elocuentemente una serie de
críticos de la filosofía Kantiana como Wundt, Paulsen,
Jodl y muchos otros.
El mérito inmortal de Kant, ha
dicho Goethe, consistió en haber acabado con nuestra
molicie. En efecto, su Ética
inauguró un concepto más rigorista de la moral que acabó
con el libertinaje que, si no
era inspirado por la filosofía del siglo XVIII, por lo menos
encontró en ella su
justificación. Pero para el desarrollo subsiguiente de la moral y
para la comprensión de la
naturaleza de la misma, la doctrina de Kant no ha aportado
nada nuevo. Al contrario, al
dar a los filósofos una cierta satisfacción intelectual en su
obra de descubrir
filosóficamente la verdad, esta doctrina paralizó durante largo
tiempo el desarrollo de la
Ética en Alemania. En vano Schiller, gran conocedor de la
antigua Grecia, insistió en
afirmar que el hombre es verdaderamente moral, no cuando
en él luchan el sentimiento y
el deber, sino cuando la moral se convierte en su
segunda naturaleza. En vano
trató de provar que el desarrollo verdaderamente
artístico (no por cierto el
esteticismo contemporáneo) contribuye a la afirmación de la
personalidad, que el arte y la
belleza ayudan al hombre a elevarse hasta un nivel
superior abriendo el camino al
reino de la razón y al amor a la humanidad. Los
filósofos alemanes que después
de Kant estudiaron los problemas éticos siguieron el
ejemplo de su maestro,
vacilando entre el sistema teológico y el filosófico de la Ética.
No abrieron nuevos caminos, no
inspiraron al hombre la idea de servir a la humanidad,
no supieron salirse del marco
del régimen feudal de la época y mientras aparecía ya la
doctrina utilitarista guiada
por Bentham y Mill, así como la positivista con Augusto
Comte a la cabeza, que más
tarde condujo a la Ética científico-natural de Darwin y
Spencer, la Ética alemana
seguía alimentándose con las migajas del kantismo o
divagando en las nieblas de la
Metafísica y volviéndose a veces, más o menos
francamente, a la Ética
religiosa.
Sin embargo, si la Filosofía
alemana de la primera mitad del siglo XIX, así como la
sociedad de entonces, no se
atrevió a romper con las tradiciones feudales contribuyó
evidentemente al renacimiento
moral de Alemania, inspirando a las jóvenes
generaciones ideales elevados.
En este sentido se destacaron sobre todo Fichte,
Schelling y Hegel
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