¿Votaría algún miembro del Supremo, Tribunal Constitucional, CGPJ, Audiencia Nacional e incluso provincial en contra del partido político que le dota de mamandurria?
Hoy en día, en Cataluña, todo es ilegal y lo que es peor esa epidemia se está convirtiendo en pandemia que ya salta los Pirineos y el Río Ebro.
La inmensa mayoría de los
españoles honrados, personas de orden y preocupados por la actual situación cruel
de nuestra economía como consecuencia de la corrupción nunca podríamos haber
pensado que “la cosa” va a más y sin piedad. No lo va a tener fácil el Gobierno
de Rajoy para desmantelar esas bandas de delincuentes e incluso de terroristas
que ha formado la tolerancia por mala interpretación de la Democracia. Actualmente vivimos en un estado de
perplejidad y algunas veces dudamos de si los partidos políticos y algunas de
las instituciones del Estado nos están tomando el pelo. Por ejemplo: Las
sentencias del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto catalán no sólo son
tenidas en cuenta por el resto de la justicia e incluso del ejército español –garante
de la Constitución-, sino que inmunizan a fanáticos y vividores de dichas
bandas.
Todo lo contrario que otros
tribunales similares, nuestro Tribunal es nombrado por el Parlamento, que elige
juristas de reconocido prestigio (un jurista de reconocido prestigio jamás abandonaría
su despacho de abogado por poco más de 40.000 € netos/año que, además, perdería
su fondo de comercio o clientes, pero de acuerdo con los cupos que parecen
reservarse los diferentes partidos políticos, con la merma subsiguiente de la
imparcialidad y el propio prestigio de los magistrados que lo componen,
magistrados a los que la prensa y los partidos ponen bajo sospecha continua y
cuya legitimidad se intenta poner a veces descaradamente en duda, sobre todo
por parte de unos políticos que han decidido utilizar este tribunal como foro
prioritario de sus debates partidistas, cuyo nivel argumental es a veces del
tipo: "Yo tengo razón y tú no, jódete".
Esa es la razón por la que podemos oír a políticos, que
muchas veces son juristas, decir que este debatido Estatuto es constitucional
en el porcentaje mayor de sus artículos- como si las leyes se midiesen por la
extensión de sus textos- o que no lo es de ninguna manera. En España da la
sensación de que se ha perdido el respeto a los hechos. Parece que si queremos
saber cuántos ángulos tiene un triángulo debemos hacer una encuesta y ver qué
opinan "la mayoría de los internatutas", para llegar al final a un
acuerdo negociado entre las partes que votarán esta geométrica cuestión.
Un ejemplo de ello nos la ha
dado nuestro más alto Tribunal al hablar del término nación, admisible en el
preámbulo del Estatut, pero carente de valor legal. A partir del siglo XIX,
surgió la idea de nación y Estado-nación, una idea según la cual existen unas
realidades históricas, institucionales, sociales, culturales e incluso
religiosas que tienden a gobernarse a sí mismas como Estados. Cada nación está
asociada a un pueblo, que es el sujeto protagonista de su historia y que plasma
su voluntad colectiva en un texto en el que decide darse unas leyes para
gobernarse a sí mismo. Ese pueblo se llama soberano, porque toda legitimidad
deriva de su voluntad constituyente, que se plasma en un texto que debe ser
refrendado por sus ciudadanos, y del que derivan todas las leyes y la
legitimidad de quienes lo gobiernan.
La Ley, en derecho, tiene
preámbulos, pero no prólogos, dedicatorias, ni textos de agradecimientos. Es
evidente que sólo crean derecho los artículos de esas leyes, pero los preámbulos
son necesarios porque en ellos se expresa la voluntad del legislador, que es la
que crea la ley y la que ha de orientar su interpretación. Decir que el
preámbulo no es un artículo es una tautología, excepto en este caso, en el que
el argumento se utiliza para darle al Estatut una de cal y otra de arena.
Aun reconociendo la
existencia de la nación catalana en la realidad histórica, social,
institucional e incluso religiosa, tendremos que admitir lo mismo para el
pueblo gallego, vasco y las otras catorce autonomías, con lo cual tendríamos
que la nación española de la Constitución tiene pleno valor legal, pero no se
corresponde a ninguna realidad histórica, puesto que en España hay 17 pueblos y
ninguno es el español. Y decir que los catalanes, por ejemplo, son
sustantivamente españoles y adjetivalmente catalanes, o es un juego de palabras
o son ganas de darle la razón a todo el mundo.
Si los catalanes son una
nación lo son realmente, y no en un preámbulo ni un epílogo, y si esa nación no
puede tener reconocimiento legal tenemos un problema, porque el Constitucional
puede decir lo que es o no legal, pero no lo que existe o deja de existir, y si
se da el caso de que la realidad social e histórica y las leyes son rectas
paralelas que jamás se tocan, entonces serán las leyes las que perderán su
prestigio.
Juan Pardo.
juanpardo15@gmail.com
https://blogdejuanpardo.blogspot.com.es/
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