Que
la izquierda, prácticamente, ha muerto y lo poco que le queda de vida es a base
de trampas y amenazas de mosquito es evidente por lógico. Nadie se atrevería a
invertir en España con dos chiquiliquatres como quienes pretenden gobernar.. Sin inversión no hay
trabajo sin trabajo no hay dinero y sin este con toda seguridad nos aplican la
doctrina del Mao con órdenes de Stalin. Pocos, muy pocos españoles quieren ser
de izquierdas. Por cierto aún no se el significado de Pluralidad Nacional,
solo se lo he escuchado al Evo Morales.
¿Por
qué Podemos y PSOE resultan incapaces de negociar acuerdos mayoritarios? Es
evidente que comparten tanto sus bases sociales, apenas separadas por una mera
barrera generacional, como sus principales reivindicaciones y sus programas
políticos, claramente compatibles al basarse ambos en un reformismo
socialdemócrata en absoluto revolucionario. Entonces, ¿por qué no son capaces
de negociar un programa común? Las razones que se dan son accesorias, al
fundarse en cuestiones formales como el tipo de representación, o
personalistas, dada la dificultad de confiar en alguien como Iglesias Turrión.
Pero es posible que exista un factor más profundo, una especie de carencia
congénita que veda, dificulta o hace problemático cualquier posible acuerdo.
Me
refiero con ello a que en la herencia cultural de la izquierda coexisten dos
culturas políticas disímiles y opuestas que resultan insolubles entre sí, en el
sentido de que son tan incapaces de mezclarse como el agua y el aceite. Esto no
es solo un problema español, pues se viene dando un poco por toda Europa. En el
pasado ese criterio de demarcación separó y opuso al comunismo frente al
socialismo, pero hoy se manifiesta preferentemente por la dicotomía entre
populismo y socialdemocracia, que ha venido a heredar todo un legado histórico
de incomprensiones e incompatibilidades mutuas. Y para caracterizar mejor ese
infranqueable criterio de demarcación entre las dos culturas de la izquierda
europea, lo sintetizaré en tres rasgos definitorios.
Ante
todo la identidad colectiva, el quiénes somos nosotros, como cemento capaz de
construir, integrar y erigir un sujeto político. Ambas culturas interpelan a
unas mismas bases sociales heterogéneas entre sí, definibles como de clase
media urbana (funcionarios y profesionales asalariados), de clase obrera
(trabajadores de cuello azul) y de clase popular (empleados de servicios
temporales y precarios). Pero mientras la tradición socialdemócrata trata de
articularlas, estructurarlas y cohesionarlas apelando a sus intereses comunes,
el populismo en cambio intenta hacerlo apelando a sus aversiones comunes, tal y
como teorizó Laclau. Esto hace que la identidad populista se caracterice por su
negatividad, pues necesita fabricar un enemigo del pueblo del que depende su
propuesta de sujeto político. Mientras que la identidad socialdemócrata propone
como objetivo positivo la creación política de oportunidades viables de ascenso
social.
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