El Hombre, un cúmulo de experiencias sin razonar.

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Dentro de la riquísima variedad de la vida en la Tierra encontramos como algo muy especial la presencia del Hombre, ciertamente parte del reino animal, pero con un nuevo modo de proceder que le sitúa en un nivel distinto y superior. Es necesario confrontar el problema de este modo de existir y actuar, para verlo en el contexto evolutivo y poder establecer los límites de explicaciones biológicas ante el hecho, tan complejo, de la vida inteligente. 

Lo primero que debemos afirmar es la animalidad humana: toda la vida en la Tierra es, en realidad, un todo con características comunes. Aunque pudieron darse otros comienzos de vida que no prosperaron, todos los seres vivientes actuales muestran tal similitud de caracteres y propiedades que se hace necesario aceptar un origen único: todos utilizamos los mismos aminoácidos, las mismas moléculas con la misma simetría (levógira), la misma molécula de ADN para la codificación genética. El metabolismo, basado en el agua, la química del carbono y la oxidación, es también el mismo en todas las especies, por muy distintos que sean sus entornos y su morfología corporal. Y todos los seres vivientes tienen modos de proceder innatos, transmitidos por programación genética, que no presuponen aprendizaje, ni mucho menos consciencia. Estos instintos son tan necesarios para la supervivencia del individuo y de la especie que casi definen la vida animal, en cuanto determinan las funciones de alimentación, defensa y reproducción. Para toda la actividad animal, es necesaria la interacción con el entorno: este es el papel de los sentidos: órganos materiales que responden a algún estímulo de tipo físico. Son casi universales las reacciones a la temperatura, la presión (contacto), a excitantes químicos (gusto y olfato), al sonido y la luz. Todo esto es aplicable al Hombre, con diferencias de grado con respecto a cada animal, como también se dan diferencias entre las diversas especies. Y aunque hay sentidos que nosotros no poseemos (por ejemplo el que permite a peces eléctricos el encontrar a su presa u obstaculos por su efecto en el campo causado por el animal) su naturaleza no es totalmente distinta, pues se apoyan en las mismas fuerzas -interacciones- de la materia. Estructuralmente, el Hombre se encuentra entre los vertebrados, con un sistema nervioso centralizado en el cerebro y la médula espinal, y con los mismos órganos básicos que encontramos ya en los peces para la nutrición, circulación, locomoción, reproducción. 

La semejanza se acentúa al considerar los mamíferos, y, finalmente, los primates: el material genético humano coincide en un 98% con el del gorila. Lógicamente, si aceptamos el hecho evolutivo en todos los niveles inferiores, debemos también aceptarlo cuando miramos al organismo humano: no ha surgido independientemente, con novedad total, sino emparentado con toda la trama y la historia de la vida en el planeta Tierra, condicionado por los hechos únicos de su evolución desde hace miles de millones de años. Tanto así, que esta historia aparece como irrepetible: cualquier alteración de hechos concretos, desde el impacto de rayos cósmicos sobre el núcleo de una célula hasta el choque catastrófico de un meteorito gigante, cambiaría la evolución en formas imprevisibles. Ni es posible, por tanto, predecir la evolución en cualquier otro entorno, aun de planetas inicialmente muy semejantes a la Tierra. Vemos, sin embargo, que líneas evolutivas diversas han llevado a resultados orgánicos semejantes: el ojo del pulpo es tan complejo y eficiente como el de los mamíferos, y lo mismo puede decirse de su sistema nervioso. Parece que hay una tendencia insistente en la materia viva para desarrollar nuevas formas y capacidades hasta los límites que permiten las fuerzas físico-químicas responsables de las estructuras y actividades biológicas, aunque tal tendencia se realice por factores que, considerados individualmente, son aleatorios y sin finalidad propia. Esto es la aparente contradicción: el azar no puede ser razón suficiente de orden y comportamiento dirigido, y tal comportamiento es lo más obvio en el ser viviente.

Como animal racional, el Hombre se especifica por el nuevo tipo de actividad que es el raciocinio, la utilización de conceptos abstractos: no se trata de una pauta de comportamiento, posiblemente comunicada por un aprendizaje mimético, sino de una valoración de ideas, que no son ni imágenes ni reacciones sensoriales a un objeto material individual. Aun en el caso de ideas acerca de lo material, se da un proceso de universalización: puedo considerar al elemento “Carbono”sin tener presente ni un solo átomo, ni haber visto jamas un objeto en que se encuentre, y lo que deduzco de su concepto debe ser aplicable siempre y en todo lugar a cada átomo real o posible de ese elemento. Tal es el fundamento de toda ciencia, que debe considerar lo general, más allá de los datos de observaciones individuales, y debe expresar su contenido con afirmaciones que tienen validez universal, aun en aquello que los sentidos no pueden percibir. La existencia de ideas, adquiridas por abstracción, inferencia o deducción, permite buscar causas mediatas o inmediatas, razón suficiente, finalidad, valor estético o ético: todo lo cual se escapa a la actividad sensorial y no se encuentra en el reino animal en niveles no-humanos. Es en este quehacer donde encontramos la Filosofía, la Matemática pura, la Poesía; los logros más satisfactorios de lo que llamamos propiamente “cultura”: un modo de entender la realidad propia y del Universo que nos rodea que lleva a manifestaciones de arte, búsqueda de explicaciones, estructuras sociales y religiosas. Y esta cultura se transmite por un proceso que utiliza símbolos arbitrarios en el lenguaje escrito y hablado, reforzado muchas veces por actividades significativas, de modo que cada generación se beneficia de los logros de sus antepasados en un proceso de aprendizaje que no se da en ningún grado en los animales de especie alguna fuera del Hombre. La concatenación “ideas-significado-consciencia” presenta aspectos diversos de un único proceso que constituye la realidad de la vida racional. 

Un YO integrador de experiencias múltiples percibe la actividad sensorial, abstrae elementos comunes, sintetiza conceptos, determina su validez, escoge los medios de comunicarlos, goza de sus implicaciones de orden y armonía. En todo ello el sujeto se conoce a sí mismo como centro de actividad independiente, y este conocerse y conocer da lugar a decisiones de actividad claramente percibida como libre, hasta el punto que una idea puede ser apreciada de modo que lleve a un proceder totalmente contrario a los instintos más básicos: pensemos en todos los que han dado su vida por su fe, por su honor, por la patria. El conocer es razón de actividad porque tiene consecuencias de valoración ética y afectiva: se busca lo que se ama y se percibe como bueno, aunque tal bondad sea totalmente distinta de ninguna satisfacción sensorial: Dios es la suma Bondad que ha llevado a los mayores extremos de amor y sacrificio desinteresado, aun en una fe que nos lo presenta como “totalmente Otro”y sin atributo alguno sensible o imaginable. La búsqueda de Verdad, Bondad y Belleza resume toda la actividad del Hombre como ser racional, impulsado hacia una realidad que no aparece en ninguno de los estratos de la materia, ni puede detectarse por ningún instrumento ni expresarse con ninguna medida ni atribuirse a ninguna de las fuerzas físicas.

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