Varios economistas,
sobre todo los tertulianos, y el gran público, admiten que el crecimiento de un
país se mide por medio del PIB (producto interior bruto). Hay, por tanto, un
gran consenso en admitirlo como un indicador único, incluso a efectos de
comparación y de referencia. Sin embargo, cada vez más, existen otras nuevas
dimensiones explicativas que ,combinadas entre sí, a fin de conformar un
indicador sintético, nos aportan más información y reflejan con mayor exactitud
tanto el crecimiento como su calidad e intensidad.
De esta forma surgen
los índices de desarrollo humano, a partir de los datos suministrados por el
PNUD (Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo), o el índice de felicidad
bruta, creado por el Gobierno de Bután en 1972. Estos indicadores introducen la
necesidad de ponderar objetivos sociales, económicos, institucionales y
medioambientales. Más tarde, al tener en consideración aspectos como el
progreso técnico, los avances tecnológicos o la incidencia de valores
intangibles, se ha ido añadiendo una mayor complejidad al análisis del cálculo
y estimación del PIB.
Esta mencionada
complejidad aviva el debate, acrecienta la disputa y la necesidad de adoptar
indicadores que, de manera más completa, aporten datos y explicaciones
convincentes a la sociedad. Es decir, se trata de lograr explicar cómo el
crecimiento económico de un país puede producirse a la vez que aumenta su
desigualdad, empeora su calidad de vida, se endeuda más, crece el paro, o
contempla cómo se destrozan y deterioran sus ecosistemas.
Bajo estas
circunstancias, la mayor parte de los institutos de investigación y los centros
de prospectiva buscan, apasionadamente, explicaciones más verosímiles que la
propia interpretación del PIB, que ya se considera un indicador insuficiente.
En Australia, su Instituto Nacional de Estadística presenta, desde el año 2002,
un conjunto de 26 dimensiones explicativas; la Unión Europea, sobre la base de
su Estrategia 2020, cifra sus objetivos en torno a nueve indicadores
principales; el Reino Unido, desde el 2011, muestra públicamente su tableau de
bord, con 30 indicadores; en Alemania, su comisión ad hoc identifica nueve
indicadores complementarios al PIB que son publicados anualmente; en Bélgica,
por medio de una ley votada en el 2014, se instituye un debate anual en el
Parlamento para hablar sobre la calidad de vida, el desarrollo humano, el
progreso social y la sostenibilidad de la economía. O sea, en otras latitudes
existen buenas y magnificas experiencias a imitar que bien podrían ser copiadas
por el Parlamento de Galicia.
Después del informe
Stiglitz-Sen-Fitoussi, encargado por el presidente de la República Francesa,
Sarkozy, en el 2009, sobre la medición de los resultados económicos y del
progreso social, se abrió el gran debate entre los especialistas en torno a
cuáles deberían ser los complementos del cuadro de indicadores de un país. Para
contribuir a definirlos, proponemos un marco en el que se combinen tres grandes
dimensiones (económica, social y medioambiental) y diez temas que contribuyan a
medir el progreso de nuestra sociedad.
En lo que respecta a
los asuntos económicos, es necesario tener en consideración los asuntos
relativos: a) al acceso al empleo; b) al endeudamiento del país y la
estabilidad financiera; c) al dinamismo económico; d) a la inversión
productiva; e) a la innovación y apoyo a las start-ups. En lo que hace
referencia a los asuntos sociales, los retos están concentrados sobre: a) la
salud y la sanidad; b) la calidad de vida y el grado de satisfacción; c) la
reducción de las desigualdades y las políticas proactivas en la disminución de
discriminaciones sociales; d) el acceso a la educación; e) el acceso a la
vivienda, f) el acceso a la cultura, y g) la seguridad. Y, en lo que concierne
a la dimensión medioambiental, los temas propuestos para poder medir el
progreso de la nueva sociedad son: a) el mantenimiento y defensa de la
biodiversidad; b) la preservación de los recursos naturales y las acciones de
reciclaje, y c) las actuaciones ante el cambio climático.
Combinando estos
indicadores apostaremos por la dimensión intergeneracional, permitiendo la
acumulación de medios para poder transmitir de una generación a la siguiente
tanto los activos físicos (máquinas, equipos, infraestructuras, recursos
bióticos?) como los activos inmateriales (patrimonio, obras artísticas y
literarias, investigación...).
Sin duda alguna, esta
propuesta debe ser concertada y debería ser monitorizada dentro del marco de
una acción de política pública de evaluación, a fin de aumentar la eficacia de
los servicios de desarrollo. Sin embargo, si se apuesta por llevar a cabo (y
repetir constantemente), más planes económicos, de competitividad, de
innovación, etcétera, y nos olvidamos de incluir un buen panel de indicadores,
estaremos alimentando más frustraciones en lo que concierne a las posibilidades
de alcanzar objetivos de calidad del crecimiento y de progreso.
Comentarios
Publicar un comentario