Nietzsche o la propia parapsicología del Nihilismo, Negación de toda creencia religiosa, política o social.
Hace poco más de 115 años moría en Weimar Friedrich Nietzsche. Peter Gast,
fiel amigo, recordará cómo a aquellas horas una gran tormenta se abatía sobre
la Villa Silberblick. Terminaban así diez largos años de silencio apenas interrumpido
por los paseos custodiados por las calles de Naumburg, breves exaltaciones
nerviosas y alguna sonrisa feliz al escuchar al piano algunos de sus temas
preferidos. Todavía lo recordamos descansando sobre un diván, envuelto en un
blanco vestido de franela, los bigotes crecidos, la mirada ausente y una
pronunciada palidez en el rostro. Diez años de silencio, tras la crisis de
Turín en enero de 1889, como culmen de un período de intensísima actividad y
que halla en su Ecce homo el testimonio más estremecedor de su biografía
intelectual. Ahora, en los interiores de la casa de Weimar, como si hubiese
elegido esta ciudad para el reposo definitivo, todo se detiene y la ausencia de
su voz y de su escritura -Thomas Mann afirmará que la suya era la mejor prosa
alemana después de Lutero- marca ya la espera de otros tiempos, prontos a
reconocer en su obra uno de los legados filosóficos decisivos de nuestra
época.El, que, ya en una temprana Intempestiva, había propuesto como clave de
lectura de la época moderna una especie de dramaturgia construida sobre tres
personajes: el hombre de Rousseau, el hombre de Goethe y, por último, el hombre
de Schopenhauer, se arriesga ahora a construir y proponer su propio modelo. Y
si fue Rousseau el primero en reconocer las antinomias entre naturaleza y
cultura, dando a la primera el privilegio de lo bueno frente a la valoración
crítica de las formas de la cultura, y Goethe el primero en soñar una potencia
que, encarnada en Fausto, haría posible un mundo en el que se hermanaran razón
y sentimiento, alma y cuerpo, reconducidos al proyecto de un clasicismo regido
por las grandes formas, tocó a Shopenhauer "cargar con el sufrimiento
voluntario que comporta la veracidad"; es decir, el reconocimiento de una
necesidad que acompaña al hombre y que lo somete al destino de su naturaleza y
voluntad, y frente a la que sólo cabe, si no una vida feliz, sí al menos una
vida heroica. Quizá era por esto que Nietzsche lo nombra "educador del
siglo XIX", como también debió ser por estas mismas razones que El mundo
como voluntad y representación pasase a ser el libro más leído del siglo y el
verdadero livre de chevet de los intelectuales alemanes, de Wagner a Simmel, de
Musil a Jünger o de Wittgenstein a los hermanos Mann.
Frente a esta primera
galería de figuras de Nietzsche propondrá su Ecce homo, y que no es otro que el
hombre moderno en cuanto toma conciencia de la "muerte de Dios" y que
ya había anunciado como el "último hombre" en el prefacio del
Zaratustra. Éste no es aquél que halla finalmente la pacificación en el
reconocimiento de la verdad, sino que lo que le caracteriza es la hybris, una
especie de violencia en los límites de sí mismo y de su naturaleza.
"Hybris -dirá en la Genealogía de la moral- es hoy nuestra posición
general frente a la naturaleza, bajo las múltiples formas de violencia...;
hybris es también la posición que tenemos frente a nosotros mismos, sometidos
al ejercicio diferenciador de la dominación". La respuesta a esta hybris
no es otra que la del "hombre que deviene", que transforma el
pesimismo shopenhauriano en decisión activa y positiva que parte del
reconocimiento del primado de la vida, de la afirmación de nuevos valores y de
una nueva fidelidad a la tierra. El "hombre que deviene", el
superhombre, habita este extremo, esta tensión. No hay lugar para un sujeto
conciliado. Nietzsche inaugura así una tercera posición: entre la totalidad
dialéctica hegeliana, de un lado, y la misma adhesión al positivismo de los
hechos, de otro, nos propone la tensión de un sujeto que suspende el sistema de
garantías que el platonismo había inaugurado y que tiene que ver con las ideas
de Dios, verdad y bien, para derivar hacia el espacio primero que la tragedia
griega inauguró y que más tarde la filosofía intentó cancelar.
Dejando de lado interpretaciones
orientadas del tema del Übermensch, en gran parte deudoras de la obra de Alfred
Bäumler, próximo a intereses nacionalsocialistas, la verdadera dimensión de la
crítica de Nietzsche debe ser entendida en los términos de la tensión antes
citada. La "muerte de Dios", anunciada en La gaya ciencia, arrastrará
consigo el desvanecerse de los valores tradicionales y, sobre todo, la pérdida
de una inocencia que se expresara en la imposibilidad de pensar y dar un nombre
al todo. Musil, él también tan nietzscheano, reconocerá en esta fragmentación
del mundo uno de los efectos principales derivados de la crítica de Nietzsche.
"La vida ya no habita el centro", anotará en uno de sus Diarios, con
clara referencia a un fragmento de 1887. Como él, tantos otros escritores
europeos harán suya la perspectiva abierta por la obra de Nietzsche. Desde
Strindberg a Homfmannstahl, de George a Broch, de Benn a Mann y Jünger y tantos
otros reconocerán en su pensamiento la referencia obligada a la hora de una
interpretación de la época.
Nietzsche, como
ilustrado, abre el espacio de una nueva forma de crítica de la cultura, que se
desarrolla paralela a sus análisis del nihilismo europeo. Cuando en el
fragmento de Lenzerheide del 10 de junio de 1887 -reeditado ahora para su centenario
con comentarios de Manfred Riedel- da testimonio de "el desierto que
crece", no se refiere a otro hecho que a los efectos derivados del amplio
proceso de secularización y abstracción de la cultura europea, agenciada ahora
por una poderosa voluntad de poder (Wille zur Macht), sujeto hipostasiado de la
cultura moderna y a la que quedaban sometidos todos los procesos de la vida.
Ésta, sin suerte de afirmación positiva, no tenía otra salida que el viaje
interior del arte, tal como la literatura de principios del siglo entendió. Un
estudio de la recepción de la obra de Niezsche por parte de la misma ilustraría
hasta qué punto la fidelidad a las intenciones nietzscheanas orientó sus
planteamientos éticos y estéticos. Su lugar de encuentro, como Simmel bien ha
indicado, fue, sin duda alguna, el nuevo concepto de crítica de la cultura. El
trabajo de desenmascaramiento que Nietzsche propone como tarea principal de la
filosofía desde Verdad y mentira en sentido extramoral.
Así entendida, la
filosofía no será otra cosa que una "filología de filologías", una
especie de filología siempre activa e inacabada, una filología sin término y
que nunca debería de ser absolutamente fijada o establecida, como hará notar
Foucault. Y si esto es así, el filósofo, intérprete por excelencia, hará suya
la tarea de perseguir la genealogía de los valores, de la moral, de los ideales
de verdad, de bien y de belleza, y verlos surgir en el teatro de los
procedimientos e intereses, quitadas ahora las máscaras y más allá de su
derrisoria malevolencia. Es un trabajo largo y lento que el mismo Nietzsche nos
recuerda en uno de los textos claves, que él mismo aconseja sobre cómo debería
ser leído. Se trata del prefacio a la segunda edición de Aurora, de 1886. Él
mismo se reconoce como amigo del lento, maestro de la lectura lenta, que todo
filólogo responsable debe practicar. Se trate de develar, de desenmascarar el
juego de velos y máscaras que protegen las formas de la cultura, ahora que ya
no están bajo la protección de un Dios que "ha muerto". Esta
fidelidad a la lección de la filología -¡"qué soy yo si no un
filólogo!"- será la que lo convierta en el más radical e implacable
genealogista de la cultura moderna. A su paso irán apareciendo la
"verdadera historia" de la moral, de los ideales, de los conceptos
metafísicos, historia del concepto de libertad o de justicia como emergencia de
diferentes interpretaciones.
Pero si la crítica, en
su primera instancia, es la que dará cuenta de la galería de espejos que
reflejan las imágenes de una historia que nos permite creer en un "mundo
hecho fábula", en un segundo momento la crítica abre un espacio que
Nietzsche hace coincidir con el de un nihilismo activo y que viene a significar
el espacio del gran experimento nihilista. Un tiempo que Nietzsche intentaba
mirar gayamente, y que se presenta a sus ojos como un tiempo de tensiones
insoportables. Ahí se afirma una nueva experiencia, a pesar de que los
lenguajes que la nombran no suscriban ninguna necesidad, ningún orden
establecido, sino que, por el contrario, son interpretados como gestos y
saberes hipotéticos. Y cuando Musil afirma que la tarea teórico-ensayística de
nuestro tiempo es más urgente que aquella "artística", viene a
indicar precisamente los potenciales significados de una escritura que se
reconoce experimento, es decir, disponibilidad ensayística en el sentido
nietzscheano del término.
Desde esta perspectiva
es fácil entender las razones por las que Nietzsche ha pasado a ser en tantos
aspectos el educador del siglo XX. Ha sido él quien mejor ha articulado la
potencia desenmascaradora de la crítica con el carácter hipotético y
ensayístico del trabajo de la filosofía. Y si, por una parte, su obra llenaba
el espacio filosófico abierto tras la muerte de Hegel, por otra anticipaba ya
las formas de pensamiento de nuestro siglo. Gottfried Benn escribía el
testimonio más elogioso al cumplirse el cincuenta aniversario de su muerte y
que hoy, años más tarde, cobra total vigencia: "Su estilo arriesgado,
tempestuoso, vacilante, su dicción azogada, su negarse a todo idilio y
fundamentación de carácter general, el haber asumido la psicología de los
instintos, la constitución orgánica como motivo, la fisiología como dialéctica,
el conocimiento como emoción, todo psicoanálisis, el existencialismo entero, todo
está ya en su obra. Él es, y cada vez resulta más claro, la gigantesca figura
dominante de la época posgoethiana". Nosotros, cincuenta años después, más
cerca que antes del de te fabula narratur, seguimos viendo en su obra la
lucidez y coraje de quien desafía los rituales de la cultura, aun sabiendo que
este desafío lo arrojaba a una verdad "humana, demasiado humana", que
convierte al hombre en el gran fabulador y al mismo tiempo capaz de imprevistas
violencias. Una historia que Nietzsche interpreta como un devenir sometido a
juicio y quizá un día liberador
Comentarios
Publicar un comentario