La psicología es una
disciplina muy creativa que inventa conceptos sin parar el rodillo somático, pero sin molestarse
en precisarlos y unificarlos. Está convirtiéndose en una“psicología de
hamburguesa”, donde todo se trocea para luego aglutinarlo como sea. Aumenta sin
parar la producción de artículos, los libros colectivos, la orgía
terminológica. Cada autor de relevancia lanza una idea y se encastilla en ella.
Un ejemplo casi cómico por su desmesura ha sido la proliferación de las
escuelas de psicoanálisis desde su nacimiento. Como ha contado Elizabeth
Roudinesco en su gigantesca historia del psicoanálisis francés titulada La
guerra de los cien años, todo personaje carismático acaba creando su secta. No
es de extrañar que hace pocos años los profesionales franceses pidieran al
Estado que estableciera algún criterio para distinguir a los terapeutas serios
de los charlatanes.
Mientras las disputas
se den en el plano teórico, no plantean problemas. Lo malo es cuando pasan a la
acción y se introducen, por ejemplo, en la escuela. Por eso creo que es
necesario elaborar una “superciencia de la educación”,que entre otras cosas
someta a crítica los conceptos psicológicos, antes de introducirlos en la
práctica educativa. Uno de esos conceptos es el de autoestima.
California llegó a
establecer un programa para desarrollar la autoestima porque sus gobernantes
tenían la convicción de que era ‘una vacuna social’
La psicología ha
descubierto que la idea que tenemos sobre nosotros mismos y sobre nuestras
posibilidades influye poderosamente en nuestra manera de sentir y actuar. Suele
denominársela “autoconcepto” cuando insiste en su aspecto más cognoscitivo, y
“autoestima” cuando enfatiza los aspectos valorativos. En efecto, podemos tener
una idea positiva o negativa de nosotros, es decir, una alta o baja autoestima.
Hay otras ideas relacionadas: la “autoeficacia”, la “mentalidad de
crecimiento”, o el “coping”, creencias
sobre la capacidad de enfrentarse con los problemas. Hasta aquí, nada que
objetar. Pero se dio un paso más y se convirtió la alta autoestima en condición
necesaria para la acción correcta y el desarrollo personal.
Lo que en principio se
había considerado efecto de una situación o de una experiencia pasó a ser causa
del comportamiento, y promover la alta autoestima se convirtió en la perfecta
solución de nuestros problemas. El estado de California llegó a establecer un
programa para desarrollarla (Task force to promote Self-steem) porque sus
gobernantes tenían la convicción de que era “una vacuna social que podría
inocularse a la sociedad para evitar los peligros del crimen, la violencia, los
abusos, los embarazos adolescentes y otros problemas sociales”. También
pensaban que una explosión de autoestima expandiría la actividad económica, lo
que permitiría paliar el gigantesco déficit público que soportaba California.
Como dijo uno de sus representantes políticos: “La gente con mucha autoestima
produce bienes y paga impuestos”.
Un elemento esencial
del narcisismo. Parecían tan evidentes las virtudes de la autoestima que
tardaron mucho en aparecen voces alarmadas. El psicólogo Michael H. Kernis
escribe: “Si hace unos pocos años alguien hubiera cuestionado los aspectos
positivos de una alta autoestima, habría sido considerado tonto, estúpido o
algo peor. Pero ahora la pregunta es: ¿estamos sobrevalorando la autoestima?”.
Según Roudinesco, de quien ya he hablado, “la búsqueda de la autoestima se ha
convertido en un elemento esencial de la cultura del narcisismo que caracteriza
las sociedades occidentales”.
Debemos esperar que la
“ciencia de la educación” nos indique a qué atenernos, sobre todo cuando la
“educación emocional” tiende a convertirse en objetivo prioritario, y el
coaching emocional se pone de moda. Martin Seligman, uno de los psicólogos más
influyentes en la actualidad, escribe: “Los padres se esfuerzan por inculcar
autoestima a los niños. Esto puede parecer bastante inocuo, pero el modo en que
lo hacen a menudo erosiona el sentido del valor del niño. Al hacer hincapié en
lo que el niño “siente” a expensas de lo que “hace” –aprender, perseverar,
superar la frustración y el aburrimiento, abordar los obstáculos–, padres y
profesores están haciendo a esta generación de niños más vulnerable a la
depresión”.
El resultado de las
investigaciones desmiente la creencia popular sobre la benéfica importancia de
la alta autoestima
Viniendo de uno de los
grandes expertos mundiales en depresión, la advertencia hay que tomársela en
serio. Por otra parte, la insistencia excesiva en que “hay que quererse mucho a
uno mismo” está favoreciendo la aparición de un individualismo egoísta. Otros
expertos, como McKay y Fanning, nos dicen que si eliminamos toda disciplina
para que el niño “se sienta bien”, estamos hundiendo su verdadera autoestima,
que no consiste en evitar todo sentimiento desagradable, sino en saber
enfrentarse a ellos cuando lleguen.
Por último, citaré la
opinión de William Damon, uno de los grandes expertos mundiales en psicología
infantil y en educación. “El apoyo y el elogio de los adultos son útiles cuando
se vinculan al esfuerzo y a los logros reales del niño, lo que pasa es que esto
–guiar al niño en un proceso paso a paso– requiere mucho más esfuerzo que
‘inocularle autoestima’ mediante frases vacías como ‘eres genial’ o ‘eres el
mejor’”. El resultado de las investigaciones desmiente la creencia popular
sobre la benéfica importancia de la alta autoestima. “Es un concepto tan
nebuloso –indica– que puede relacionarse tanto con una depravación rampante
como con un aprendizaje concienzudo y productivo”. Los adolescentes que llevan
a cabo los comportamientos antisociales más graves suelen dar en los tests una
medida muy alta de autoestima.
Entonces ¿qué hacemos?
¿Fomentamos la autoestima o no la fomentamos? Es ahí donde el poder integrador
de la “superciencia de la educación” entra en juego. Lo que está claro es el
efecto destructivo de la “baja autoestima”, porque limita la capacidad de
acción, las expectativas, el ánimo para enfrentarse con los problemas, el
coping productivo. Hay que evitar que el niño o la niña fomenten esa imagen de
sí mismo, y la elimine si ya la ha formado. En cambio, la alta “autoestima”
puede tener un efecto pernicioso si está desligada del campo de la acción. No
la antecede, sino que la sigue. Debe ser lasatisfacción producida por la acción
adecuada, por la propia capacidad o el propio esfuerzo. Los adultos debemos
fomentar que se dé esa situación, y elogiarla cuando aparece.
Antes de entrar en la
enseñanza secundaria, conviene que niños y niñas desarrollen la idea de la
dignidad propia y ajena
En los programas que
hemos elaborado para la Universidad de Padres hemos integrado las
investigaciones más relevantes sobre estos temas. Queremos que durante el proceso
educativo el niño adquiera la confianza en sus posibilidades necesaria para
esforzarse, soportar la frustración, y enfrentarse animosamente a los
problemas. Eso puede aprenderlo en tres etapas.
Durante los primeros
años de vida, y a partir de la relación con sus progenitores, debemos hacer que
el niño adquiera una confianza básica en que es querido, apreciado, y en que el
mundo es acogedor, no hostil y previsible.
A partir de los tres
años y durante todo el periodo escolar, el niño va tanteando y comparando sus
habilidades con los demás, y ese es el momento de favorecer su “sentimiento de
autoeficacia”, una actitud “proactiva”, la creencia en que es capaz de
progresar, en que es él quien controla su acción.
Una tercera etapa se
atraviesa en los últimos cursos de primaria. Antes de entrar en la enseñanza
secundaria, conviene que niños y niñas desarrollen la idea de la dignidad
propia y ajena, lo que les animará a respetar y exigir ser respetados, a
resistir las presiones externas y a defender sus derechos frente al grupo, lo
que ahora se ha dado en llamar “asertividad”.
Desde la educación necesitamos introducir un orden sistemático que los
psicólogos no parecen dispuestos a elaborar. Quienes conozcan la literatura psicológica
reconocerán en este programa la huella de Dweck, Bandura, Mischel, Bowlby,
Seligman,Claxton, Damon, Baumeister, Pleux, y muchos otros, pero no es cuestión
de aburrirles con bibliografía.
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