Francisco Jarauta, catedrático de Filosofía de la
UM.
Ya centenario murió, Claude Lévi-Strauss, filósofo y antropólogo francés revolucionó la historia de las ciencias sociales y sus modelos interpretativos. Sus análisis utilizan la geología, el psicoanálisis freudiano, el marxismo y el estructuralismo: hoy
referente intelectual indispensable a la hora de pensar las relaciones
entre el hombre y la sociedad, la naturaleza y la cultura, y el complejo
sistema de elementos que se articulan en los diferentes modelos mitológicos que
han ocupado una parte central de sus estudios. Mitos, costumbres, artes,
lenguas, reglas de parentesco, religiones, instituciones, etcétera, todo le
atraía al joven etnógrafo que decidirá dedicar su vida al estudio de las formas
de la cultura.
En 1.955, Tristes Tropiques, recogerá lo que él mismo calificó
como "la experiencia más importante" de su vida. Un viaje
-"cuando ya era imposible viajar"- que le precipitará en un universo
nuevo del que se sentirá pronto no sólo atraído sino incluso atrapado.
Herramientas, objetos, formas de alimentación, música, danza, rituales
mágicos... pasarán pronto a formar parte de una nueva constelación humana de la
que se reconocerá como su cartógrafo.
Aquel joven
estudiante que atraviesa el Atlántico en 1935 camino de Brasil deteminó sus afinidades intelectuales. La geología,
porque nadie mejor que ella narra el tiempo de la tierra. Sigmund Freud, tal
cual lo leía el joven Lévi-Strauss, que excava en las ruinas del paisaje
psíquico cuyas leyes intenta establecer. Y Karl Marx, que lee a los 17 años, y
que se le presenta como el constructor de modelos sociales, aptos para la
comprensión de la historia. Geología, psicoanálisis, marxismo: "Los tres
demuestran que comprender consiste en reducir un tipo de realidad a otra; que
la realidad más verdadera no es siempre la más evidente o explícita".
Ahora tendrá ante sus ojos, a lo largo de
los viajes etnográficos por las tribus indígenas del Mato Grosso y de la
Amazonia entre 1935 y 1939, un mundo nuevo de formas culturales que recorrerá
con particular ansiedad. Todo le resultaba fascinante entre los caduveos,
bororos, nambikwaras y tupi-kawahibs, sobre los que construirá las bases de lo
que más tarde llamará pensée
sauvage, al tiempo que
trazará ya la estructura de su pensamiento. "En la América indígena he
amado el reflejo, aunque fuera fugitivo, de una época en la que la especie se
adaptaba a las condiciones de su universo y en la que persistía una relación
adecuada entre la libertad y sus signos". Ya entonces la secreta atracción
por los ideales utópicos de su autor preferido, Rousseau.
Y tras el breve regreso a Francia de nuevo
los años de Nueva York, de 1941 a 1944, "un periodo de excitación
intelectual intensa". Ahí se encuentran los exiliados como André Bretón,
Max Ernst, Tanguy, Masson... o los frankfurtianos de la New School for Social
Research junto a los grandes nombres de la antropología americana como Alfred
Kroeber, Franz Boas, Ralph Linton o Ruth Benedict. Y, finalmente, el encuentro
decisivo con Roman Jakobson de quien reconocerá una deuda intelectual. "Yo
hacía ya estructuralismo sin saberlo. Jakobson me ha revelado la existencia de
un corpus de doctrina ya constituido",
escribirá años más tarde recordando la estancia y encuentro neoyorquinos.
En efecto, el estructuralismo era, para él
ante todo, una estrategia para escapar de la obsesión por la identidad. Contra
el existencialismo de Sartre, Lévi-Strauss declara la guerra al "sujeto":
"Este insoportable niño caprichoso que ha ocupado tanto tiempo la escena
filosófica, impidiendo un trabajo serio al reclamar todas las atenciones".
Más allá de las apariencias y formas sensibles, se organiza el trabajo de un
desciframiento de aquellas estructuras que se hallan en la base de toda forma
cultural. En el fondo, "je
suis peut-être un kantien vulgaire",ironizaba en plena refriega
intelectual.
Las Structures
élémentaires de la parenté, que
leerá en 1949 como trabajo de tesis, marcan un camino apasionado por establecer
la lógica de las relaciones que rigen las formas de la cultura y sus
determinaciones naturales. Desde un extraño regard
éloigné penetraba su obra en
los diferentes sistemas que Tristes
Tropiques habían ya
señalado. La lección inaugural en el Collège de France, sin duda uno de sus
textos fundamentales, nos introducirá, no sin polémica, en el universo de
órdenes y clasificaciones que orientan las formas mentales de los pueblos sin
máquinas ni escritura.
La relación que se nos oculta -de la misma
forma que lo hacen las máscaras en su afirmar y negar- es propiamente el objeto
del inmenso trabajo de Mythologies, distribuido en cuatro volúmenes de
1964 a 1971: Le cru et le
cuit, Du miel aux cendres, L'origine des manières de table, L'Homme nu, y que recogen 113 relatos de mitos que
cifran, en su conjunto, la historia más variada jamás contada. En el juego del
aparecer y desaparecer se va iluminando la lógica de procesos culturales
irrepetibles que dan cuenta de la historia humana, tal como afirma en La voie des masques, de 1979.
En los sistemas mitológicos que
Lévi-Strauss identifica en sus análisis opera una lógica que establece el orden
de las estructuras y las formas de la vida y la cultura. Para ello es necesario
recorrer el largo viaje que va de lo sensible a lo inteligible, siguiendo un
camino de relaciones e inferencias, con clara intención constructiva que dará
lugar a la configuración de un sentido que escapaba a las lecturas de la
antropología clásica.
La mirada puede detenerse en un tatuaje o
en el rostro de una joven caduveo o en el ritmo de una danza bororó. Lo que
importa, dice Lévi-Strauss, es llegar a la comprensión de aquellos signos que
esconden su verdad, como en el caso de la piel de la joven caduveo, teñida de
azul, sobre la que se recortan entre geometría y arabescos los principios
sociales de jerarquía y reciprocidad. Aparecen así nuevos niveles de
significado que dan lugar a un relato que la antropología sostiene con su
ejercicio iluminando desde los signos la verdadera historia humana.
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