Ni la inflación ni la deflación son los causantes de los males de la sociedad
César
Molinas, matemático y economista, para Blog de Juan Pardo.
La
deflación no tiene que ser mala para la economía y el crecimiento: "Grecia
y España, por ejemplo, han vivido un fuerte crecimiento el pasado año a la vez
que sufrían un proceso deflacionario". Lo que explica que la deuda
acumulada durante la crisis es el verdadero "mal".
La mayoría de los economistas son amantes de los precios, el equilibrio entre la demanda y la oferta... ¿Por qué esta
obsesión? La teoría económica suele decir que cuando los precios están cayendo,
se incrementa el poder de compra de los consumidores, a la vez que los
trabajadores se muestran reacios a reducir sus salarios nominales", algo
que castiga a los resultados de las empresas y a la postre al empleo. Lo de hoy, lo del BCE, solo es más dinero para que Alemania reparta un poco -solo para endeudarnos más- Hitler quiso conquistar Europa con armas y Merkel con dinero ajeno.
Si
un médico que nos asegurase que no tenemos cáncer porque no tenemos fiebre ¿Qué
le diríamos? Evidentemente que está confundiendo la velocidad con el tocino, porque el cáncer y
la fiebre poco o nada tienen en común. ¿Qué diríamos a un economista, o a un
ministro, o a un banco central que nos dijera que no estamos en deflación
porque los precios están subiendo? Ahí, mucha gente dudaría porque la
inconsistencia del argumento no es tan aparente. Pero habría que decirle lo
mismo que al médico, que confunde la velocidad con el tocino, porque la
deflación y la caída de los precios no tienen mucho que ver. Pocos médicos
diagnostican el cáncer por la fiebre, afortunadamente. Pero la gran mayoría de
los economistas, ministros y bancos centrales diagnostica la deflación por la
caída de los precios y, peor aún, intentan combatirla procurando que los
precios crezcan, lo que es como tratar el cáncer con antipiréticos.
¿Qué
es la deflación? Veamos, ¿qué es mejor, comer hoy o comer mañana? La mayoría
contestaría que hoy, porque mañana Dios dirá. ¿Cuánto mejor tiene que ser la
comida de mañana para que alguien acepte comer mañana en vez de hoy? La
respuesta está relacionada con el precio que le asigne al transcurrir del
tiempo. Si el precio que se pide por esperar es muy alto, la comida de mañana
tendrá que ser mucho mejor que la de hoy. Partiendo de esta intuición, los
economistas toman la Tasa de Descuento Intertemporal (TDI) como aproximación al
precio del tiempo y, por convención, la estiman utilizando algún tipo de
interés a largo plazo. La TDI es el tipo de interés profundo de una economía o
de una sociedad. Es el agujero negro alrededor del cual gravita toda la galaxia
de los demás tipos de interés.
Pero
¿qué es la deflación? Una sociedad está en deflación cuando tiene una TDI
cercana a cero o negativa. Eso equivale a decir que los acontecimientos del
futuro tienen tanto o incluso más valor que los del presente. La comida de
mañana, por ejemplo, se valora más que la de hoy. En una sociedad deflacionaria
se posponen las decisiones de consumo y también las de inversión. Hay una gran
aversión al riesgo. Se ahorra en exceso y se consume poco. Se exportan
capitales y los superávits por cuenta corriente se hacen crónicos. Los precios
al consumo pueden caer por falta de demanda pero esa caída es síntoma, no causa
de la deflación.
En
toda sociedad conviven personas con TDI positivas y negativas. Los jóvenes
tienden a endeudarse para hacer frente a gastos, como la compra de vivienda,
para los que su ahorro es insuficiente. Esto denota preferencia por el presente
respecto al futuro y una TDI positiva. Los ancianos, aunque sea
contraintuitivo, ahorran, y mucho. Una razón puede ser el deseo de dejar una
herencia lo que, a su vez, puede estar motivado por el deseo de no perder el
control de la riqueza y de mantener el poder. Otra razón es la incertidumbre
sobre cuánto va a durar la propia vida en una sociedad en la que la longevidad
sigue creciendo con mucha rapidez. Es razonable suponer que la TDI de los
ancianos es negativa e, incluso, muy negativa.
¿De
qué manera deben agregarse las tasas individuales para lograr una TDI del
colectivo social? Esta es la cuestión clave. Se ha discutido mucho este tema de
agregación en el contexto del análisis coste-beneficio de proyectos con
horizonte de maduración muy largo como, por ejemplo, los de prevención del
cambio climático. En mi nota de 2009 usé un modelo de descuento basado en la
función gamma, propuesto por Martin Weitzman, que parece particularmente
indicado para la agregación de TDI. Los resultados de una sencilla simulación
en una sociedad en la que hay jóvenes con una TDI del 4% y ancianos con una TDI
del -4% ilustran los resultados demoledores del cambio demográfico: un
incremento del porcentaje de ancianos del 10% al 30% hunde a la TDI agregada en
zona negativa. Los efectos del envejecimiento sobre la TDI son más que
proporcionales.
Este
es el resultado clave. La sociedad ha entrado en deflación. La caída en
deflación de una sociedad es un proceso no lineal que va mucho más deprisa que
el cambio demográfico que lo desencadena. En otras palabras, la deflación entra
en una sociedad sin anunciarse, de manera subrepticia. La sociedad puede
envejecer lentamente, pero puede caer en deflación con mucha rapidez. El
proceso puede hacerse todavía más rápido si, como ocurre en muchos países, la
riqueza está concentrada en la población más anciana.
¿Cuáles
son las consecuencias de la deflación? Sin ánimo de ser exhaustivo, citaré en
primer lugar un incremento de la tasa de ahorro generado por la preferencia del
consumo futuro respecto al consumo presente. Ello puede llevar, en segundo
lugar, a que la demanda agregada se torne insensible a los precios y se vuelva
vertical —la infame trampa de la liquidez—, provocando caídas de precios en
cadena y creando un círculo vicioso que agrava el problema.
En
tercer lugar, la caída de la TDI provoca un aumento de la aversión al riesgo en
el conjunto de la sociedad: la preservación del capital se torna el principio
rector de la asignación de recursos en detrimento de la inversión productiva,
que es la que crea empresas y empleo. En cuarto lugar, la combinación del
crecimiento de la tasa de ahorro con el aumento de la aversión al riesgo
provoca un exceso de ahorro, o de fondos prestables, que no encuentra
inversiones lo suficientemente seguras. Ello genera, en quinto lugar, una
presión a la baja sobre los tipos de interés que los hace converger hacia cero.
En sexto lugar, el exceso de ahorro se manifiesta en exportaciones de capital
en busca de rendimientos más elevados que los que ofrece la economía doméstica.
Esto, en séptimo lugar, se manifiesta en superávits crónicos por cuenta
corriente en los países deflacionarios. Y, en octavo lugar, se manifiesta
también en la creación de burbujas especulativas en terceros países,
alimentadas por los flujos internacionales de capital. Es fácil reconocer en
esas características estilizadas a países como Japón o Alemania, que ya han
recorrido un buen trecho en el camino de la deflación.
¿Qué
hacer? ¿Qué remedios pueden aplicarse contra la deflación? Como hemos sugerido
al principio, no parece que una expansión monetaria ilimitada tanto
cuantitativa como temporalmente sea el remedio adecuado. Es, como mucho, un
tratamiento sintomático de la enfermedad que puede ser, incluso,
contraproducente porque contribuye a empujar a los tipos de interés hacia cero.
Por otra parte, tampoco parece posible —o deseable— revertir o limitar el
envejecimiento de la población controlando el crecimiento de la esperanza de
vida. Menos reparos morales tendrían políticas de fomento de la natalidad,
aunque la experiencia indica que su éxito sería limitado. Más prometedor parece
actuar sobre los agravantes de la conexión entre envejecimiento y caída de la
TDI. El principal de estos agravantes es la acumulación de la riqueza y del
poder de decisión en las personas mayores, que es un factor de amplificación de
la no linealidad inherente en la determinación de la TDI de una sociedad.
Para
corregir esta situación parece mucho más eficaz el sistema tributario que la
política monetaria. Una combinación de un impuesto de sucesiones muy severo
—que, en cualquier caso, debería existir por razones de equidad— y un impuesto
de donaciones intervivos mucho más suave podría incentivar una transferencia
intergeneracional de riqueza hacia personas con una TDI más alta, con menor
aversión al riesgo y con mayor capacidad de liderar una sociedad más dinámica.
Se trataría de llevar la lucha contra la deflación al seno de cada familia, que
es donde hay posibilidades de victoria.
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