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Gary Becker fue el pionero en explorar
detalladamente el “sufrimiento” causado por las elecciones que recaen sobre los
individuos debido a la escasez de recursos en situaciones fundamentales de la
vida de las personas como ser:
La elección de pareja
El tamaño de la familia
Nuestra educación y la de nuestros hijos
“No existe tal cosa como un almuerzo gratis”:
Si se decide hacer algo, se está dejando de hacer otras cosas.
Las personas enfrentan “trade-offs” para
alcanzar un objetivo.
El fallecimiento de Gary Becker nos priva de un pensador que, con 83
años, seguía investigando en su campo favorito del comportamiento humano.
Echó por tierra enquistados prejuicios sobre la forma de hacer microeconomía en
la profesión de economista. Por ello recibió el galardón del Premio Nobel de Economía en 1992. Mezclando la concepción
teórica con la contrastación estadística consiguió arrojar luz sobre fenómenos
sociales hasta entonces reservados a la mera descripción sociológica. La
economía era una cuestión de enfoque, no de contenido: explicaba los fenómenos
sociales sobre la base de la maximización de la utilidad individual, tenían
explicación económica. No por nada era catedrático de Sociología además de
Economía en su Universidad, además de serlo en la Escuela de negocios.
Su método de investigación consistía en
suponer al estilo de los clásicos que los individuos maximizaban su utilidad
partiendo de preferencias estables y en el marco de mercados que tendían hacia
el equilibrio. Becker proponía explicaciones basadas en tales supuestos para
los más diversos fenómenos sociales: la formación de los gustos, el matrimonio
y los hijos, la discriminación racial, las diferencias de salarios, la adicción
a las drogas, y “crimen y castigo”, como él llamaba a sus estudios del delito.
En cada caso intentaba ver si los datos de la realidad casaban con ellas. No
puede pedirse un punto de partida más economicista y más chocante sobre cómo y
porqué se comportan los humanos. (El punto de vista económico del comportamiento
humano, 1976.)
Este enfoque lo modificó Becker en dos
sentidos. En primer lugar y aunque a nivel de mercado los resultados de la suma
de los comportamientos individuales aparecieran racionales, ello no quería
decir que los comportamientos de todos y cada uno de los individuos tuviesen
que ser racionales. Los mercados funcionan como si fueran racionales, también
cuando los hogares actúan irracionalmente, por ser su comportamiento inerte,
impulsivo o incoherente (Comportamiento irracional y teoría económica,
1962). El derivar los principales teoremas de la micro como si la gente fuera
racional, pero no necesariamente, es un verdadero tour de force. Eso debería
conseguir la adhesión de muchos estudiosos de la sociedad que, sin duda mirando
a los demás, consideran que los individuos son a menudo poco racionales.
Segundo y muy importante para quienes,
siguiendo a Láksato, creen que el programa neoclásico tiene un núcleo duro que
nunca se cambia. Becker ha propuesto teorías contrastables sobre la formación
de los gustos, que han resultado muy fructíferas para los estudiosos de
márketing en las escuelas de negocios, entre otras, la de Chicago. Para esto,
diferenciaba las necesidades básicas, cual el alimento, las relaciones
afectivas, el cuidado de los hijos, el juego, la consideración, que todos los
humanos sentían, y los instrumentos para satisfacerlas, que eran culturalmente
variados (Explicar los gustos, 1996). Concretamente, el hogar es como
una pequeña fábrica, en la que, al servicio de sus necesidades básicas, la
administradora maximiza la aplicación de muy variados medios, bajo la
constricción de los ingresos.
En la vida de la familia también
predominaban los cálculos
económicos. Así, cuando el nivel de vida era miserable o incluso
pobre, los hijos se ven como un bien
de inversión, de los que se espera colaboración en el trabajo y
sustento en el retiro. Con la prosperidad, los hijos pasan a tratarse como un bien de consumo,
porque el rédito en cariño y satisfacción es mayor que el gasto de criarlos y
enseñarlos.
Su tesis doctoral versó sobre las
consecuencias económicas de la discriminación
racial para las empresas que la practican: esa discriminación es un
sobrecoste que reducía su capacidad de competir frente a las que buscan el
talento dondequiera se encuentre. Era una cuestión de prejuicio, pero también
de precio. Es posible que los motivos económicos hayan tenido tanta o más
importancia que el impulso político en la separación del prejuicio racial en
EE.UU. Por ese mismo camino se acercó a la explicación de las diferencias de
salarios, que no se había estudiado desde Adam Smith: los ingresos de los
trabajadores hay que concebirlos principalmente como remuneración del capital humano. Los
conocimientos, la experiencia, la fiabilidad se adquieren a modo de inversión,
por el estudio, el trabajo bien hecho, la conducta regular y honrada. En cambio
el consumo repetido de drogas era una adicción negativa, que destruía el
capital humano de sensación, por lo que necesitaba dosis repetidas y mayores
para mantener el mismo nivel de gozo.
El delito no se explicaba, según Becker,
por la irracionalidad, la enfermedad o el entorno social. Los delincuentes son
actores racionales, que reaccionan ante los incentivos, dada su situación
personal. La reincidencia en lo delictivo se explicaba por la reducción del
horizonte temporal de los delincuentes, que como los drogadictos, viven cada
vez más en el presente y descuentan las consecuencias futuras.
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