El cometido de un funcionario es que deje
de funcionar aquello que funcionaba. Todos recordamos aquello que decían nuestros
padres, ser funcionario o empleado público es un puesto de trabajo para toda la vida. Nunca he entendido
lo de puesto de trabajo. Algo parecido a
como si le hubiese tocado la lotería tantas veces como a Carlos Fabra (hasta 7 veces
le tocó el gordo de navidad). Por cierto quiero aprovechar para pedir disculpas
cuando afirmé que nunca entraría en la cárcel.
Aunque aún no ha entrado…..
La
idea ha calado en muchos
organismos públicos que piensan en su fuerza laboral como en un grupo de
privilegiados mimados a los que no hace falta motivar. Esta forma de pensar
supone a todas luces un gran error. Contar con un personal desmotivado es un
problema para cualquier organismo, sea público o privado, que va en detrimento
del desarrollo localizado. No se puede
tener a un inversor tres años para
aprobar una licencia que lleva más firmas que Messi en sus camisetas.
Tener funcionarios sin aspiraciones y aburridos
origina que estos se limiten a cumplir el mínimo exigible en sus labores para
no tener problemas con los jefes. Aquello “no es aquí” “vaya usted a la planta
de arriba” “se encojen de hombros” "vuelva usted mañana”. Pero, olvídese de que
le aporten valor añadido o que tengan ideas propias que mejoren los procesos en
la Administración Pública. Serán como robots que no ofrecerán nada útil, y a
los que hay que seguir pagando a final de mes, en verdad, antes.
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- Dar
libertad. Todos tenemos un deseo: ser nuestro propio
jefe. Por tanto, la gestión desde el departamento de personal, basada en tratar
a la gente como si de robots sin iniciativa se tratara, no conduce a ningún
sitio. Es mejor crear un entorno donde cada uno pueda desarrollarse como
trabajador para mejorar las tasas de motivación.
- Lanzar
retos. En una oficina donde ya se respira libertad
es importante eliminar el aburrimiento, que se origina cuando el trabajo se
convierte en algo monótono y rutinario. ¿Solución? Proponga retos que ayuden a
romper el deambular diario en la oficina.
-
Objetivos claros. En un organismo público es fácil que el
funcionario sienta que su trabajo no sirve para demasiadas cosas. Por mucho o
poco que haga, es fácil pensar que todo va a seguir igual. Es necesario romper
esa idea a través de un plan de objetivos, que incluya metas temporales que se
deben conseguir. Y, sobre todo, explicar el propósito de las mismas y los
beneficios que se consiguen por parte de la Administración Pública.
- Saber
escuchar. El gran error de la mayoría de los jefes,
especialmente de los mandos intermedios estriba en que no saber ni quieren
escuchar. De esa forma se coloca una mordaza en la capacidad de iniciativa que
pueda tener cualquier funcionario de cualquier departamento. Por tanto, es
fundamental que las ideas que puedan surgir de los trabajadores sean
escuchadas, discutidas y tomadas en consideración. Jamás ignore una iniciativa,
ya sea buena o mala.
-
Recompense las buenas acciones, perdone los fracasos. No se trata de convertirse en un
samaritano, ni de ganarse el cielo de los recursos humanos. Pero reconocer lo
bueno y correr un tupido velo sobre algún error no demasiado importante provoca
un importante impulso en la motivación de las personas que forman la plantilla
del ente público en cuestión. El agraciado seguirá aportando valor añadido y el
equivocado aprenderá del error y tratará de mejorar. De una forma u otra, todos
remarán en la misma dirección, con tal de conseguir el beneficio a largo plazo
de un lugar de trabajo donde se sienten felices y realizados.
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