
Estas medidas destruyen la
filosofía del sistema educativo. Un sistema que buscaba formar una ciudadanía
informada, justa, con valores de justicia, solidaridad cooperación, inclusión.
Una educación que ayudara a corregir las desigualdades que había en la sociedad.
Todas esos valores y motivaciones desaparecieron en favor de otros y otros
muchos más. Aunque suenen bien, están distorsionadas porque ¿Qué profesional no
desea que su trabajo sea excelente o de gran calidad? El problema surge con lo
que hay debajo de estos conceptos y cómo se está utilizando me ha sorprendido profundamente el empeño del Ministerio
de Educación en recortar, en los nuevos planes de estudio de la educación
obligatoria, materias del campo de las humanidades como la Historia de la
Filosofía. Esta discutida decisión se ha interpretado desde la oposición en el
interés de la derecha de formar ciudadanos acríticos, ya que la filosofía nos
enseña a pensar, mientras que desde el Gobierno se ha hecho hincapié en que se
trata de adaptar los contenidos educativos a las demandas del mercado laboral.
Seguro que nunca
han oído que alguien haya discutido acaloradamente sobre la ley de
Boyle-Mariotte, ni que alguien haya asesinado por una discrepancia sobre el
ciclo de Calvin. Sin embargo, cualquiera puede liarse a palos opinando sobre la
Crítica de la razón pura. Seguro que han oído opiniones encontradas sobre
cualquier obra literaria, en prosa o en verso, pero, a pesar de que hay gente
muy rara, en ningún bar habrán oído discutir sobre espacios finitos, y no
refiero al aforo del local.
Así las cosas, no
les extrañe que los genios del ministerio hayan decidido suprimir esas materias
no para adecuarnos al mercado laboral, sino para evitar que despertemos del
hipnotismo al que nos tienen sometidos.
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